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Columna de Rafael Álvarez Gil

RAFAEL ÁLVAREZ Martes, 24 de Septiembre de 2024 Tiempo de lectura: Actualizada Martes, 24 de Septiembre de 2024 a las 06:43:22 horas

La vivienda fue un problema pero nunca lo ha sido como lo es ahora. Siempre supuso una inquietud pero no un túnel angosto y asfixiante como le es hoy para la ciudadanía y las familias. Cada vez hace falta más salario para poder alquilar o hipotecarte. Aunque encima acontece que en el mundo actual las rentas del trabajo son mucho menos fuertes que las rentas del capital. Y estas últimas tiene mucho que ver, incluso, con los negocios de los grandes tenedores de viviendas. Antes un salario te aseguraba, con responsabilidad y esfuerzo, dejarte abierta permanente la puerta a la formación y al progreso y, por tanto, al hogar. Es más, había una primera casa a la que le sucedía con el tiempo otra mejor, cuando no un apartamento cerca de la playa. Era el oasis de las clases medias, las mismas que se estallaron con la crisis financiera de 2008.


Las clases sociales existen. La economía marca el devenir individual y colectivo. Es Karl Marx. Es una explicación[Img #1017475] política. Mas concurre una distinción última: lo que diferencia a unos con respectos a otros es disponer o no de vivienda, por no mentar las herencias. La pugna ya no es entre nóminas sino entre propiedades. El nacimiento de cuna no puede ser subsanado con el salario de los progenitores. Pesa más, mucho más, lo inscrito en el Registro de la Propiedad. 


En Canarias la problemática se recrudece porque el monocultivo del turismo lo subsume todo. Se vende el falso señuelo del capitalismo popular en formato de vivienda vacacional. Es la selva. La competición incesante entre los pertenecientes otrora a la clásica clase media que, a la vez, alquilaba a precios razonables por largas temporadas. Entonces los barrios eran barrios. Y la ciudades lo mismo. Eran habitables, eran reconocibles por nosotros.


En Guanarteme, en Las Palmas de Gran Canaria, conocen bien lo que es la especulación. Las fachadas de antaño fueron compradas para brindar suculentos pelotazos. Las administraciones públicas han mirado para otro lado. Nadie paró la fiesta. Esta prosigue. Gustan los días de vino y rosas santificados por las grúas y el cemento. Pero esas viviendas son solo accesibles a una minoría que, casualidad, ni nacieron ni crecieron ni vivieron en Guanarteme. Un barrio capitalino en el que pronto terceros olieron como la conexión entre la zona comercial de Mesa y López y la playa de Las Canteras. Dinero llama a dinero.

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