Me enteré del fallecimiento de Jimmy Giménez-Arnau cuando paré a tomar un cortado y estaba sentado a modo de distracción en una terraza. Gracias a la red social X, y quien lo publicó fue el perfil de la agencia EFE. A los quince minutos, más o menos, hizo lo propio ‘El País’ en X, antes llamada Twitter. Y después apareció en los diarios digitales y demás, con la oportuna llamada de urgencia en los magazines televisivos de la tarde. Pensé que mañana a las nueve de la mañana la muerte de Jimmy Giménez-Arnau ya no sería noticia. Y así ocurrió. Llegó el momento (la mañana de ayer para el lector de la columna de hoy) y apenas aparecía el nombre de Jimmy Giménez-Arnau en los medios de comunicación. Algunas referencias y listo. Dejó de ser titular, perdió la vitola de primera noticia. Y es indiferente el personaje público que abordemos al respecto.
El ritmo al que cabalga todo es vertiginoso. Y la agenda mediática es fruto de la sociedad de la que vivimos: de la instantaneidad y la revolución digital. Una noticia de alcance, como se decía antes, como cuando se legalizó el PCE en la Transición y RNE lo anunció, deja de serlo en un par de horas. Nada es consistente, todo es voluble y olvidadizo. Tanto que, paradójicamente, dentro de algunas semanas más de uno pensará que Jimmy Giménez-Arnau sigue vivo. Y no será porque se haya desterrado estos días en una marginada montaña sino porque el galope de titular tras titular es tan precipitado que es fácil perder la cuenta de la narración de la información. Porque ese es el problema (o no): ya no hay narración. Todo se vive al instante, se confunde pasado con futuro y el presente es un mero nexo indefinido que no ordena el devenir social.
Esa es la función de los periódicos: ordenar la sociedad. Con la línea editorial por la que opte como enfoque, mas siempre con esa finalidad: concretar el espacio público en función de unos intereses determinados, ideológicos o (casi) de negocio puro y duro. ¿Aunque quién ha dicho que el dinero no sea, a estas alturas, ideología?
La confusión es de tal magnitud, que es igual la trayectoria que tuvo en vida Jimmy Giménez-Arnau. Entiéndanme bien, persiste su obra para bien o para mal, escasamente la conoce este columnista más allá de los ecos de rigor de la televisión de antaño, pero rocambolescamente con el propio fallecimiento de Jimmy, marcha también su legado que es presa del olvido instantáneo. Cómo será todo esto, por ejemplo, en una década. Es demasiado. Pero es irreversible.
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