
Los populismos y bulos de las derechas no tradicionales no se encorsetan en la figura de Donald Trump en exclusiva. Es verdad que este rompe los moldes clásicos del partido republicano. Pero no es un verso suelto. Trump es hijo de su tiempo. Y gracias a la instantaneidad de las redes sociales, él y otros de similar laya, difunden sus píldoras que distorsionan la realidad. ¿Qué es verdad? La verdad se ha perdido en la búsqueda final como elemento definitivo de la agenda política. La posverdad se niega a sí misma generando nuevas mentiras. Y así los neofascismos campan a sus anchas. Esa es la receta que emplean. No hay más.
El debate entre Trump y Kamala Harris dejó en evidencia esos disparates, como cuando el republicano apeló que en un enclave de Estados Unidos los migrantes se comen a los perros, gatos y mascotas. Está circulando una mofa audiovisual al respecto en las redes sociales. Trump es retratado como lo que es: un magnate ajeno a la política que representa la antipolítica pero que logra entrar en el juego porque hace una década los parámetros clásicos del espacio público se han perdido.
En pocas semanas Estados Unidos decidirá su futuro en unos comicios presidenciales que seguiremos de cerca al otro lado del Atlántico. El conflicto entre Rusia y Ucrania y el genocidio de Israel contra el pueblo de Palestina dependerá, y mucho, de qué inquilino tenga la Casa Blanca a partir de enero de 2025. Es verdad que demócratas y republicanos se distinguen poco en numerosas cosas, como si fuese diferenciar entre Coca-Cola y Pepsi, mas en política exterior las distancias entre ambos son más significativas. Los demócratas optan por intervenir allá donde sea preciso, los republicanos se recluyen en el suelo patrio.
Kamala Harris es la esperanza de la mayoría exterior que responda a los patrones clásicos: socialdemócratas, democratacristianos, liberales… No es la izquierda, tal como la entendemos en el Viejo Continente. Pero sí es la única opción de asegurar de que la potencia mundial por excelencia no se pierda en desvaríos que pagaríamos el resto. Sin embargo, en los comicios presidenciales no votamos los demás, solo la ciudadanía estadounidense. Y aventurar desenlaces podría ser contraproducente. Puede ganarse en voto popular y, en cambio, perder en los delegados que corresponde a cada colegio electoral por cada estado. Son las reglas que hay. Solo cabe ser prudentes. Y aguardar que Kamala Harris imponga cordura.


























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