
No le costó demasiado levantarse de la cama. Pensaba que el retorno a la normalidad, tras el verano, le sería algo más costoso. Pero no lo fue. Durmió un poco a ratos pero, casi, deseaba que sonase el despertador y reencontrarse con la cafetera, ya preparada a la espera para ser encendida. Esa cafetera que certifica nuestra existencia cada día, que arroja luz cada mañana para confirmar que seguimos vivos. Algo así pensó Nerea entre el pijama arrugado y las dudas que le generaron al darse la vuelta en la puerta del dormitorio y observar a su marido aún dormido en la cama. Ella tenía que madrugar, es lunes. ¿Y él? No lo sabe.
Nerea se marchó agosto al sur porque no supo decirle que no. El bungaló ya estaba alquilado. Y no lo rechazó no por no aguarle la fiesta sino porque aún pesaba en ella la incertidumbre sobre el camino emocional tomado. Hace unos años le dijo de casarse, y se casaron. Y en un lado de la alcoba todavía está la fotografía enmarcada y en blanco y negro junto a su padre, ya fallecido, en la celebración de la noche de su boda. Nerea, ilusionada, se comprometió; su padre nunca masculló aconsejarle o hacerle pensar si realmente aquel chico era una buena opción.
Agosto en el bungaló fue lo que fue: un más de lo mismo que el resto del año. Solo que la piscina hacía más llevadera la estancia, mientras parejas de alemanes compartían con ellos el bar de la terraza. Conversaron lo justo. O hablaron de muchas cosas banales. Que viene a ser lo mismo. Nerea no despejó la penumbra que arrastra desde hace un tiempo, mas al menos ha entendido que ella, y solo ella, debe tomar la decisión de divorciarse.
La cafetera pita. Le queda una hora para llegar al trabajo. Y volver a saludar a los que le cae bien y a algún que otro pesado. Aunque descubrió que ese grupo de compañeros le amortiguaba las lagunas de su existencia marital. No era mal hombre. Pero no le llenaba. Los meses transcurrían monótonos, incomprendida en la soledad de las tardes mientras él hacía por fuera negocios, o eso le decía. La rutina era con ella misma. Le gustaba. Pero no manejaba bien el no poder gestionarla con certezas. Sabía, tras este agosto en el sur, que la merma de la relación era irreversible. Que no era la persona idónea. Que en su interior latía eso y no podía negárselo. Pero se le hace un mundo romper, tomar la iniciativa y llamar a esa amiga abogada de la época del instituto para que le lleve el papeleo. Septiembre es tan bonito, que quizá le merezca a Nerea salir, por fin, de su laberinto.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.130