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Primera Plana

Venta a plazos

Columna de Rafael Álvarez Gil

RAFAEL ÁLVAREZ Viernes, 30 de Agosto de 2024 Tiempo de lectura: Actualizada Viernes, 30 de Agosto de 2024 a las 07:04:17 horas

Entró a trabajar en la inmobiliaria muy joven. No alcanzaba, ni de lejos, los treinta años. La tarde anterior recibió apenas un puñado de instrucciones del que sería su jefe. Pero una muy importante entre todas ellas que desde entonces se le quedó grabada y aún recuerda ya que siente el albor de la jubilación: tienes que vender sueños, le dijo. Tú no vendes pisos, tus vendes ilusiones, proyectos, fantasías, liberaciones personales, alegría a plazos… Los ladrillos que tú ofrecerás son, en realidad, las apetencias manifiestas y soterradas de los otros que desearán encontrarte en el camino. Harás de comadrona de sus mentes y voluntades. Le hizo sonreír en aquella ocasión, sin acabar de entender del todo a qué se refería el gerente que desde la mañana siguiente le tendría preparada una mesa con un ordenador sencillo en el que ir guardando las carpetas de los futuros compradores.


Pasaron apenas unas jornadas cuando el mandamás territorial le endosaría el primer edificio a vender. Aún sobre plano. Con unos precios caros y sacrificados para aquellos asalariados mensuales de las pesetas; España todavía no había materializado el euro. [Img #1027155]


Y empezaron a visitarla para pedir información parejas de novios pendientes de casarse, viudos desolados, jubilados de vuelta de la vida en búsqueda de una cueva en la que atrincherarse del mundo, especuladores con ganas de duplicar sus beneficios para ponerlos en alquiler una vez construidas las plantas… Ella, muy aplicada, vendió sueños. Y toda esa lista de mortales se los adquiría y salían sonrientes de oreja a oreja. Un segundo con noventa metros cuadrados útiles y vistas al parque, un ático con el que aislarse del resto, un apartamento trasero silencioso… Todo el bloque se vendió en cuestión de unas semanas o pocos meses, no más. Y se llevó sus golosas comisiones por cumplir con los objetivos.


Pasaron los años, muchos, y se fue enterando de las pesadillas que en aquellos pisos del barrio del extrarradio de la gran ciudad fueron sucediéndose. Sobrevinieron amargos divorcios, peleas vecinales, comunidades de propietarios divididas acudiendo a los juzgados a resolver sus diferencias y hasta un vecino que en un loco mes de agosto con enorme calor se dedicó a asesinar a toda su planta porque no podía dormir. No tenía sueños. Se había quedado sin sueños. Los sueños que compró se habían agotado. Como el cortado de la vendedora que se enfrió sobre la barra aquel día en la que se enteró de la tragedia completa. No hizo nada. No sabía si vivía un sueño, propio o de terceros. Pagó la cuenta del desayuno y volvió a la oficina a seguir vendiendo pisos. A seguir fabricando sueños en mentes ajenas.

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