
Elon Musk es el dueño de la red social X, antes llamada Twitter. Es un magnate. Y hace unos días mantuvo una conversación con Donald Trump en X que fue seguida, al parecer, por algo más de dos millones de personas que llegaron a conectarse. El formato fue una conversación pero podría ser una entrevista. O, dicho de otra manera, dada la confusión enorme y el desorden al que está sometido el periodismo y sus reglas, daba igual si lo catalogásemos de conversación o entrevista porque el resultado iba a ser el mismo. Y ambos lo saben. Lo importante es la apariencia. Y Trump está en campaña. Y Musk le ha dado cancha. Los dos contentos, por tanto.
Puede que el hecho de que el candidato republicano accediese al encuentro con el multimillonario sea un síntoma de preocupación pues las encuestas están arrojando que va a remolque de la cabeza de cartel demócrata. O también puede ser que Trump consciente de la potencialidad de X, aceptase de mil amores someterse a la conversación con Musk en la que se sentirían cómodos. Recordemos que recientemente el presidente argentino fue a visitar a Musk.
El dueño de X actúa, por ende, como un editor. O algo así. En función de con quién se siente a hablar, modula la agenda política cibernética hacia un lado u otro. Y parece que se ha decantado por la extrema derecha, tal como llevó a su portada esta semana el diario francés ‘Le Monde’. Los periódicos han ido en la última década siguiendo la estela de las redes sociales, y después de la pandemia la inercia se ha acelerado. ¿Quién marca el debate en el presente? Esa es la herencia que dejará X al calor de los comicios presidenciales estadounidenses. El poder de la influencia es un negocio. Siempre lo fue. Asimismo lo es para Musk que por interés propio compró la red social, no lo hizo por beneficencia.
Internet y las redes sociales a lomos de la revolución digital ha ensanchado los posibles de la información. Nos enteramos de muchas cosas que antes era inimaginable. Mas es igualmente cierto que ese desorden en alta mar provoca muchos náufragos en la ciudadanía pues resulta imposible acotar el debate público. La crisis de la intermediación que padecen los medios de comunicación, digamos tradicionales, debe ser suplida por aprovechar las ventanas de esta revolución digital. No es fácil. Los riesgos son numerosos. Pero el periodismo seguirá siendo necesario e influyente. No lo olvidemos.
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