
Situémonos en el litoral teldense, concretamente entre los lugares denominados: Las Salinetas, Las Clavellinas, Melenara y Taliarte. Aunque pensándolo bien podríamos extender nuestro a Bocabarranco de Silva, Aguadulce, Tufia, Ojos de Garza y, si me apuran, hasta la Bahía de Gando. Delimitado el espacio, vamos ahora a medir el tiempo, aquel que como líquido sostenido en las manos se pierde entre los dedos, de ahí la tan recurrida sentencia latina Tempus Fugit. A éste lo acotaríamos en dos décadas existentes entre la mitad de los sesenta y el ecuador de los ochenta.
Ahora, busquemos a los protagonistas de la acción histórica. Podríamos decir que hasta medio centenar de jóvenes fueron testigos de lo que aquí contamos, pero nos quedaríamos cortos. ¿Dónde limitar a esa llamada juventud? ¿A los que tenían más de diez y menos de veinte o a los que fresaban los veinticinco y hasta los treinta? a éstos deberíamos sumar otros tantos ojos de adultos en plena madurez y hasta de ancianos con todas sus decrepitudes. Pero si así lo afirmáramos, elevaríamos al grado de protagonistas a quienes no fueron más que meros espectadores. El único actor principal, por destacado, de éste relato corto marinero fue: José Miguel (Pepe) Medina Castro.
Conocemos a José Miguel desde nuestra más tierna infancia, pues compartimos primos comunes, él en primer grado (Primos hermanos) y yo en segundo grado. Éstos eran los Castro Pérez (Juan, Francisco (Kiko), (Zoila) y Candelaria (Lala)). Pepe, como le llamábamos cariñosamente, era un niño de Telde (San Juan) y yo, al contrario, de Los Llanos de San Gregorio, por lo que no nos veíamos asiduamente, sino muy de vez en cuando; sobre todo cuando él acudía a la calle Huerta del Barrio de San Francisco para visitar a su abuela doña Magdalena y, yo hacía algo similar, cuando me acercaba a la calle de La Fuente, limítrofe de la anterior, para entretenerme en el hogar familiar de mis primos (Rosi, Ana Isabel, Laureano y Fernando (Más conocido por Findi), hijos de Laureano de Armas Verdugo y Ana Rosa Fleitas Padrón. Eso sí, cada verano, llegado el día de San Antonio o tal vez por San Juan, coincidíamos en la por entonces pedregosa playa de Las Salinetas. Allí, veraneaban sus tíos don Carmelo Flores y doña Ana Medina con sus hijos Mary, Adelina, Marta y Fernando. También pasaban aquí su periodo estival sus otros tíos don Sebastián (Chano) Álvarez y doña María del Pino (Pimpín) Medina y los hijos de éstos Miguel Juan y Marta.
El joven José Miguel hacía unos años que había abandonado sus pantalones cortos y con ellos su niñez, transcurrida ésta entre sus cuatro hermanas mayores y al final de su niñez, también con la suma de su hermana más pequeña. Siempre poseyó un gran corazón que combinaba con una fuerza corporal nada usual para su edad. Así, cuando en la playa necesitábamos mover de sitio algún callao o piedra viva de grandes proporciones para hacer accesible la zona de baños, todos esperábamos a Pepe que, sin pensárselo dos veces, tiraba hacia arriba del pedrusco, lanzándolo con más que cierta facilidad unos metros más allá.
Ya de jovenzuelo su facilidad para la natación era proverbial, todos lo admirábamos y hasta sentíamos cierta envidia al verlo burlar las mareas y las corrientes, ya se lanzara al agua en la Orilla, el Bufadero, las Bajas o en el prominente Muelle Grande. Su cuerpo atlético de espaldas anchas avanzaba, brazada tras brazada, hasta tocar la soga verdinosa que mantenía sujeto a un pequeño bote de madera, gracias al peso del anclaje de una potala de hormigón. Colocado frente a la popa se asía (Se agarraba) a los extremos de la pequeña barca y con sólo un impulso ¡Ala, Adentro!. Después lo veíamos sentado en medio de ésta, en una de las tablas travesañas de la misma, justamente la que estaba más al centro… colocados los toletes, pieza de tubo o metal en donde iban engarzados los remos, todo estaba listo para, después de liberarla de sus ataduras, poner proa hacia cualquier lugar.
Antes que todo ésto sucediera, Pepe había pasado su pequeño calvario, pues desde mitad de mayo, a veces antes, había que apañárselas para tener todo listo y, en éste todo, se incluía: el raspado o decapado de la madera, con limpieza a fondo de las hendiduras de las viejas pastas o las masas sellantes, para después, con santa paciencia, volver a empastar y pintar todo de nuevo una y otra vez. La pintura no sólo era cuestión estética, sino primordial conservadora de la madera al aislarla de las aguas saladas del océano.
El primer bote que poseyó nuestro amigo se llamó Cendro, no podía ser de otra manera, pues recordaba a la finca de sus abuelos paternos, en aquel momento repartida entre los hijos de éstos. Para los que no sean de Telde, señalarles que Cendro es nombre de procedencia aborigen y define por sí mismo un espacio habitado por los canarii y reutilizado hasta el día de hoy para viviendas, trogloditas las que más, en la entrada misma de la Ciudad de Telde. A los pies mismos de dicho poblado nace la antigua carretera Telde-Las Palmas y a un tiro de piedra de Centro se erige majestuoso el largo Puente de los Siete Ojos, emblema de ingeniería, levantado hacia mitades del siglo XIX por don Juan de León y Castillo (El mismo que proyectó el Puerto de La Luz en la Bahía de Las Isletas, el Lazareto Sucio de Gando, El Faro de Maspalomas y otras tantas obras tan necesarias como bien ponderadas). Así que, cuando Pepe eligió el nombre, sabía muy bien lo que hacía. Por boca de él supimos lo agradecido que siempre estuvo a su pariente don Juan Pulido Castro, quien tuvo la feliz idea de regalarle ese pequeño barco para su entretenimiento. Y también como agradecimiento a los desvelos de Pepe a la hora de cuidar de su yate, cuestión ésta que hacía a la vista de todos y cotidianamente con el hijo de don Juan, también llamado Juan, pero que cariñosamente le llamábamos Juanito Pulido, gran amante de la Mar y excelente persona).
Podríamos contar y de hecho así lo hicimos en numerosas ocasiones, como el bueno de Pepe se prestaba a llevarnos en su barca a donde quisiéramos ir. Cumpliendo así nuestras ilusiones que a muchos nos siguen pareciendo unas aventuras memorables: nuestras excursiones marítimos-terrestres a las Cuevas de Taliarte, a Tufia y a otros tantos lugares.
Su fuerza física nunca se pondría en tela de juicio, pues sabíamos que Pepe poseía una férrea voluntad capaz de dominar al sonoro Atlántico, fuera éste picado y bravío o chicho y manso. Conocedor de los vientos que soplaban por aquí y por allá colocaba su barca en posiciones favorables a aquellos para que éstos le ayudaran en su deambular sobre las aguas. Las corrientes, tan traicioneras, eran corregidas por su destreza de marino experimentado y éstas servían de correa aceleradora, más que barreras impenetrables.
Un bote de mayor tamaño existía ya en la playa de Las Salinetas, nos referimos a aquel, que capitaneaba su primo Miguel Juan Álvarez Medina, otro lobo de mar que, apasionadamente y con gran acierto, navegaba por éstos mares del litoral teldense. La estampa marinera de Las Salinetas no volvió a ser la misma, cuando Miguel Juan se retiró definitivamente de la navegación, ya que, a ciencia cierta, no podríamos calcular el tiempo que empleaba para vivir su innata vocación de marino.
Recuerdo con qué generosidad extrema, Pepe se entregaba a nuestros deseos, sólo hacía falta pedírselo para que aquellos sueños se hicieran realidad. ¡¿Pepe, nos llevarías a bañarnos a las Cuevas de Taliarte?! El sí no se hacía esperar, primero transportaba a los chicos, a veces sólo con su barca y otras veces acompañada por la de también amigo Juan Francisco García Franco. En aquel paraje idílico, entre altos riscales y aguas cristalinas tornasoladas, pasábamos el día, con baños y saltos y toda suerte de piruetas. Entre ahogadura y ahogadura, surgió el amor de muchos y el cariño y aprecio de todos. A las dos de la tarde al oír el pito o bocina de la C.I.N.S.A., fabrica cercana de productos nitrogenados derivados de la pirita, se abrían las fiambreras y, como por arte de magia, aparecía la ensaladilla rusa, que a pesar de los calores nunca nos hizo daño. También los bistec empanados, las croquetas de pescado, la tortilla de papas, fuera ésta con cebolla, sin cebolla o a la paisana, los churros de pescado, las papas arrugadas con sus mojos rojo o verde, las aceitunas, las latas de berberecho o mejillones, éstos últimos al natural o en escabeche para, hacer sabrosos bocadillos. Como conduto no faltaban el Clipper de naranja y de fresa, el Royal Crown, la Pepsi Cola y la Coca Cola, además del burbujeante Seven Up, a los que los marinos de Melenara denominaban Siete Machos.
Al caer la tarde, cuando el sol se ponía por las cumbres violáceas de nuestra redonda isla y, los cielos serenos de limpio azul y se teñían de rojo y anaranjados, todos hacíamos el mismo comentario: Mañana, de nuevo, va a hacer calor y, alguien remataba La Virgen está planchando.
Pepe acercaba su bote y con una paciencia infinita nos iba recogiendo uno a uno hasta llenarlo, reprendiendo a aquellos que, puestos en pie o sentados, se movían en demasía y ponían en grave peligro la estabilidad del mismo. Él, como buen marino, repartía la carga y aquellas o aquellos que tuvieran el trasero más gordo los centraba para que hicieran de lastre. A unos le daba un pequeño cacharro de lata o latón para que, con destreza y persistencia, extrajeran el agua que se acumulaba a nuestros pies. Entonces, Saliendo del abrigo que nos proporcionaba las Cuevas de Taliarte con viento, corriente a favor y poniendo en movimiento sus bíceps, el lento bote que nos había traído nos llevaba surcando el mar con la prontitud de un fuera borda.
¡Cuánto tenemos que agradecerte, Pepe! Nos hiciste felices de una manera altruista, pues nunca pediste nada a cambio. Siempre dispuesto a hacer el bien y dejando tras de ti una estela de excelente persona y amigo entrañable. Hoy, al recordarte y contigo a otros amigos dueños de barcas, lo hacemos con nostalgia y gratitud renovada.
El pobre Cendro murió cuando una gruesa marea lo lanzó sobre los riscos, en la parte más abrupta de nuestro litoral. Tu desconsuelo fue total, tu abatimiento nos llegó al alma y fueron varias personas las que hicieron posible sustituir a tu viejo amigo por otro amigo algo más grande, pero no más querido, el Amistad. Otra vez, diste en el clavo, el nombre evocador incluía todo lo mejor de lo mejor, tu predisposición a la entrega total y decidida en pro de la felicidad de los demás.
José Luis Brito | Viernes, 09 de Agosto de 2024 a las 10:12:34 horas
Excelente persona es Pepe Medina.
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