
Me pregunto cuántas veces se puede comenzar de nuevo. Y lo hago porque nos han vendido que siempre hay un inicio tras una caída, que lo importante es aprender del fracaso, al modo yanqui. Que tras un traspiés hay una experiencia y, haciéndolo bien, una oportunidad de éxito. Es la imagen del capitalismo que nos venden. El empresario que solo en un garaje se hace rico o multimillonario al margen de la sociedad. Un mito, un mito falso. Todos debemos algo a los demás, que son la sociedad. Por mucho que Margaret Thatcher dijese que la sociedad no existe y dio el pistoletazo de salida al neoliberalismo, la sociedad sí está. De hecho, llegó la crisis de 2008 y hubo que socializar las pérdidas de los bancos para que no quebrasen.
Por tanto, el pretendido relato victorioso del individuo decae por hechos contrastados. ¿Pero dónde está el límite? ¿Se puede a los 50 o a los 60 volver a empezar laboralmente o con un negocio? Cada ocasión que brinda la vida, que es cada vez más tarde porque los años se suman, más costoso es disponer de ese reinicio, aunque fuese para volver a equivocarte. Nos venden la imagen del hombre hecho a sí mismo (de las mujeres se olvida el patriarcado) y, en realidad, son habas contadas.
En economía se llama el coste de oportunidad. Es decir, si una tarde vas al cine en vez de ir al fútbol, el coste de oportunidad es dejar de haber ido al fútbol, y al revés. Cuántas veces quisimos haber nacido antes, habernos tropezado vitalmente (en el momento preciso, porque la vida tiene momentos) con la persona que amamos, emprender aquella profesión o aquel puesto de trabajo que nos hubiese arrojado otra trayectoria… Así, hasta tantas cosas posibles, como vidas imaginadas o anheladas pudiesen adoptar forma.
Lo único que no resiste los sueños es la cuenta de resultados. Los números cantan. Y entonces una generación tras otras masculla que se puede proseguir en el periplo del mercado laboral pensando que detrás de cada esquina hay una oportunidad esperándote. Falso. No es así. Pudo serlo antes, en la edad dorada de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del actual, donde si eras despedido sabías que antes o después te recolocabas. Un mundo que se hizo añicos con la Gran Recesión de 2008. Muchos de aquellos que fueron jóvenes entonces, durante las décadas de vino y rosas, son hoy personas talludas que se han dado de bruces con la implacable realidad. A mitad de camino cambiaron las reglas, y no les avisaron.
Jose Maria | Martes, 30 de Julio de 2024 a las 09:11:14 horas
Buenos días. Un artículo bastante real, pero muy suave me parece. La realidad es otra muy distinta, mucho más dura, las cosas han cambiado y mucho. Hoy la sociedad ya no es colectiva es totalmente individualista, ya no preocupa tanto lo que le ocurra al de al lado, todo lo contrario, un contrincante menos. Somos muchos, demasiados y eso nos hace ser más competitivos y más agresivos. Hoy el individuo camina solo, la familia, poca y desestructuradas a malsalvas con problemas, en muchas ocasiones económicos, otras sicológicas y sobre todo, la dificultad de independizarse de los jovenes. Cuando entra un individuo en cierta edad (cada menor), sale del mercado laboral, que además es vorágine, con lo cual es una lucha despiadada. Si como individuo quieres comenzar un negocio, aún la burocracia y el reto de saber elegir el como y el donde es muy alto, para que salga bien. Es una sociedad "zombi". Se necesita mas coyuntura social y menos redes sociales, (roba tiempo y sobre todo compañía fisica). Calculen cuanto tiempo están con el ordenador y móvil y notarán lo poco que hablan con un amigo. Si no fuera por las coberturas económicas sociales, muchos y muchas estarían debajo de un puente (muchos más). Estamos ante una sociedad que ha equivocado rumbo, socialmente hay que dirigirlas con otro sistema y no se trata político, se trata social. Político los hay muchos y que lo empeorarán aún más, no hay más que leer sus programas para darse cuenta.
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