Falleció una de las principales actrices de la serie televisiva ‘Sensación de vivir’. Allá, a comienzos de la década de los noventa, irrumpían las primeras cadenas privadas. El monopolio de TVE se fragmentaba, al margen de algunas autonómicas, y Telecinco y Antena 3 pronto apostaron por engordar la parrilla de las mañanas (especialmente en verano) con productos importados al otro lado del Atlántico. Y así, como el que no quiere la cosa, nos inyectaban cultura yanqui, una manera sibilina de consolidar la hegemonía estadounidense. Poder suave. Expansión a raudales del Tío Sam, previa caída en desgracia de la Unión Soviética.
Aquellas chicas y chicos que la pequeña pantalla encandilaba en su adolescencia, que veníamos a ser los que habíamos nacido con el ‘felipismo’ ochentero, éramos presa fácil de ser hipnotizados por unos valores distorsionados, más allá del entretenimiento. Cuerpos perfectos, quedar bien ante el resto al precio que sea, guaperas que marcaban estilo, hogares con rendimiento económico más que holgado… Eso era, o eso nos decían que era, Estados Unidos en su punto álgido como imperio.
Quién iba a decir que esas series de televisión acabarían predominando en la oferta audiovisual; tanto que hoy han invadido las plataformas de pago para eliminar las concurrencias por las tardes a las salas de cine. Poco a poco, todo impregna. De ahí, la importancia de la influencia y de cómo el poder político editorializa el fomento de un consumo u otro.
En aquella época de inicio de los noventa, aún las primeras comuniones eran actos sobrios y no ‘minibodas’, y si te titulabas en la Facultad te ibas corriendo a buscar trabajo, ni pensabas por un instante en la posibilidad de cogerte un año sabático o irte al Caribe a celebrarlo con tu promoción. Todo eso llegó luego. Pero para que precisamente eso triunfase socialmente, antes hubo series en las televisiones generalistas, como supuso el caso de ‘Sensación de vivir’, que nos vendían que pasar por el instituto era lo más de lo más en tu vida, que en esa estación juvenil todo comenzaba y finalizaba, como si fuese un colofón emocional que te aupase al nirvana eterno.
‘Sensación de vivir’ nos insuflaba ese capitalismo triunfador e individualista, espoleado por el neoliberalismo, en los pasillos de colegios e institutos estadounidenses donde todo era alegría descomunal al galope del dinero y de las bellezas artificiales. Aquí ya reinaba la prosperidad; fue justo el ministro socialista Carlos Solchaga el que vino a decir entonces de que España es el país en el que más fácil es hacerse rico, y en menos tiempo. Fue un despelote. Y nos engañamos a nosotros mismos.
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