Justo ahora viene a cumplirse el primer año desde la celebración de las elecciones locales y toma de posesión de las alcaldesas y regidores. Siempre se ha dicho que el poder municipal, por aquello de su cercanía al vecino, es la expresión primaria de la democracia. En realidad, lo es el poder legislativo (las Cortes Generales) en cuanto que sin ellas no hay democracia ni Estado de Derecho; y es que una dictadura puede incluso tener elecciones locales, por forzadas que resulten o fuesen restringidas ideológicamente. En todo caso, lo que es evidente es que la ciudadanía toca primero en la puerta de su ayuntamiento.
Y es cuando en este comienzo de verano los alcaldes se acordarán, sobre todo los nuevos, en cómo hace un curso aterrizaron en un despacho vacío que enseguida se llenó de expedientes sobre la mesa, telefonazos sin parar y peticiones de reuniones por doquier. Vamos, un subidón de adrenalina o de la tensión y ansiedad. Es el lado más ingrato de la política que no se percibe desde fuera. Una cosa es coger le bastón de mando y sacarte la foto y otra bien distinta tomar decisiones a toda prisa, cumplir con la legalidad, sortear la burocracia y cumplir con las expectativas. Por eso muchos políticos pasan de los consistorios y buscan otros destinos desde el primer momento. Cuestión de gustos, o de perfiles.
Lo positivo de los ayuntamientos es que el poder suele estar más repartido ideológicamente y, por tanto, amortiguan al ejecutivo autonómico y estatal. Y a los cabildos, evidentemente, en el caso de Canarias. Esa variedad de primeros ediles, de todos los colores, pues brindan la pluralidad y aseguran la confrontación sana (se presume) durante el mandato. Sin ayuntamientos, el resto cojea de cara a la opinión pública. Y, prueba de ello, es que en el caso de Ángel Víctor Torres, Fernando Clavijo, Antonio Morales… y muchos otros, sí han sido primero regidores en sus respectivas localidades. Una experiencia previa que se llevan luego a los otros ámbitos. Y una trayectoria que, recalco, no se estila tanto en la actualidad.
Eso sí, valor a destacar el de los primeros alcaldes (fueron hombres casi todos) los que fueron elegidos democráticamente en 1979 tras décadas de dictadura. Y coincide que son los que implementaron los servicios públicos esenciales (agua, luz, asfaltado…) en numerosos municipios donde no había nada de esto. En las islas, allá por los años setenta, íbamos retrasados en muchos temas. Y también en los barrios de aluvión en Madrid, Barcelona y las grandes ciudades. Por eso había, y hay, que participar. Un deber ciudadano. No basta con votar cada cuatro años.
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