Enjaular el ego

La vida es una carrera contra el ego. Se trata de avanzar, al tiempo que dejas atrás el ego. Huelga decir que no todos lo consiguen. Es más, la mayoría es sometida (toda su vida) al ego, a su ego. Las redes sociales y el desnudo permanente que galopa con la instantaneidad, es la drogadicción mayúscula de los egos. Pero hay quien sí permite silenciar, achicar y desterrar su ego antes de morir. Incluso, algunos lo logran con adelanto suficiente y se pasan lo que les queda contemplando el horizonte de la mar, la taza del cortado de media tarde o recordando en la soledad de una terraza de verano cómo el transcurso de los años disipa la memoria de la vida.

Pongamos que el ego (casi) siempre gana. Nos golea. Hay políticos dominados por sus egos, periodistas, burócratas… de todos los colores. Desconozco si he vencido a mi ego. Quizá quien escribe esta columna es mi ego mientras el yo que soy, o el que ustedes creen que represento, está paseando en la orilla de la playa mientras mi ego salta en los botones del teclado para ir escribiendo. Hasta que esta noche nos reencontremos en la ducha.

Joe Biden no ha vencido a su ego. Lo bueno de sentir en algunos momentos vergüenza es que es una señal que algo estás haciendo mal y toca rectificar. Aquello del propósito de enmienda, que nos decían los curas mientras nuestra niñez apasionada buscaba volar la explosión de alegría. Pues eso: que lo bueno del pudor es que te evita no repetir errores o directamente sortearlos. Biden está borracho de poder. Y su ego le dice que siga cuatro años más. Su familia está en las mismas y ansía permanecer otro mandato en la Casa Blanca. Nadie de los suyos le dice a Biden que más vale una retirada a tiempo que la penitencia del ridículo.

Cuando vimos a Biden como lo vimos en el debate contra Donald Trump, sonaron las invocaciones a la supuesta sabiduría que anida en los gabinetes presidenciales. Y entonces nos acordamos de la política excelsa de las virtudes que reflejaba la serie ‘El ala oeste de la Casa Blanca’ (1999), que precisamente narraba las andanzas y desventuras de una Administración demócrata. Pero la política no es lo que era. Y los círculos que rodean al mandamás de turno tampoco. Mas, bien mirado, hasta a Franco lo mantuvieron con el hilo clínico en el hospital hasta el último instante posible. Mujer, yerno y demás farándula del régimen se resistía a perder las prebendas dictatoriales. Franco destrozó la vida de mucha gente. Así que su ego tuvo que ser el rey de los egos. Un ego incontenible. Un ego capaz de ratificar condenas de muerte. Sin piedad, sin compasión. Un ego endiablado.