Lo peor que le puede ocurrir a una democracia es que el perdedor no reconozca la victoria del adversario. Sin esto, no hay legitimidad democrática efectiva. Si se cuestiona el desenlace, se hace con el todo y, por ende, se destartalan los cimientos de la democracia representativa, las esencias constitucionales. Por eso la importancia esta semana del acuerdo entre el PSOE y el PP a son de la renovación (por fin) del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Alberto Núñez Feijóo, de esta forma, reconoce a Pedro Sánchez en su condición de presidente del Gobierno. Lo que no hizo Pablo Casado, sí lo ha hecho el gallego. Fundamental.
En 2004 José Luis Rodríguez Zapatero se las vio y se las deseó para mantener una primera legislatura en calma
democrática. La victoria inesperada socialista tras los atentados de Atocha del 11M, que hizo que enseguida la sociedad lo casara con la intervención en Irak de José María Aznar, dio el vuelvo final en las encuestas. Días antes de las bombas, el PSOE se aproximaba al PP. Asimismo, mucho antes, en 1993, los populares en la misma noche del recuento tuvieron la tentación de poner en duda los resultados.
Y con estos antecedentes llegamos a 2018 y la moción de censura que triunfó sobre Mariano Rajoy. Con Sánchez en La Moncloa se expandió el lenguaje de la tribulación y la confusión de legitimidad de origen que otorga una moción de censura; instrumento parlamentario previsto constitucionalmente y de plena validez. Los bulos amplificados por la instantaneidad y las redes sociales hicieron el resto. Y cuando la pandemia y el confinamiento, más de uno llamó a los militares a perpetrar un golpe de Estado.
El acuerdo del CGPJ entre Sánchez y Feijóo tiene un valor cualitativo primordial, tras todo lo descrito anteriormente. En un sistema parlamentario ser el más votado no implica necesariamente gobernar. Ya lo hemos vivido a nivel de las comunidades autónomas hace tiempo. La novedad en el ámbito estatal aconteció en 2023. No nos rige una arquitectura presidencialista, al estilo de Estados Unidos. Lo imprescindible es saber articular una mayoría parlamentaria que te ofrezca el éxito en la sesión de investidura. Ser el más votado, evidentemente, ayuda. Pero no garantiza nada. En medio de todas estas tinieblas, aún por despejar para parte de la opinión pública, es imprescindible que los actores políticos sepan discernir las reglas del juego de cara a los votantes, sean los suyos o no. Sin ello, no hay democracia.
























Olga Maria Rivero Santana | Domingo, 30 de Junio de 2024 a las 12:14:57 horas
"La Legitimidad", sí se respetara realmente, no estaría pasando los DISPARATES que se están dando en la política de nuestro país. Lo que "supuestamente" motivó la Moción de Censura al anterior presidente, con el "apoyo" de ya sabemos qué "socios", resulta que debe ser que se estân tapando los ojos, la boca y la nariz, para ¡TRAGAR! con todo lo que está ocurriendo (por parte de todos) y el pueblo, simplemente estamos como ¡ESPECTADORES FORZOSOS!, y sobre todo, al mismo tiempo, como ¡SIEMPRE! los ¡ÚNICOS REALMENTE PERJUDICADOS! con toda esta BASURA. El ir a VOTAR, únicamente, no nos hace SOBERANOS, aunque nuestra Constitución así lo declare. Tendríamos que tener alguna opción que no sea sólo ir como borreguitos a votar cuando y como los AMOS DE LA CASTA POLÍTICA consideren que "les interesa", sino que podamos ser nosotros, quiénes les hagamos "MOCIONES DE CENSURA" y darle PASO A OTRO CANDIDATO/A. Mientras tanto, es un "ESPEJISMO", una "REPRESENTACIÓN" de Democracia, que siguen TODOS "MANOSEANDO".
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