
Cuando en las elecciones europeas de 2014 los partidos dinásticos y sistémicos (PP y PSOE) no alcanzaron el 50% de los votos, se encendieron las alarmas. Al tiempo, irrumpía Podemos. El llamado régimen del 78 estaba siendo seriamente cuestionado, por primera vez. Asomó un punto de inflexión que implicaba cambios drásticos, con determinación. Y muchos de ellos pasaban por la Casa Real, por Juan Carlos I para ser precisos. La matanza de un elefante en Botsuana, Corinna Larsen, las cuentas en el extranjero cuando no directamente en paraísos fiscales… componían un rebumbio de desfachateces e irregularidades en el ahora rey emérito, que se antojaban intolerables mientras España era sacudida por los recortes y la austeridad tras la Gran Recesión de 2008.
Y llegó la abdicación. Diez años desde entonces que son ya también los de Felipe VI en el trono. Las dimensiones que atenazaron a Juan Carlos I son para pensar que afectaban a la Casa Real como institución, yerno mediante. Mas Felipe VI debe ser valorado por su propio periplo. Es verdad que cometió el error del discurso de 3 de octubre de 2017 al calor del ‘procés’, marginando a media Cataluña, tratando de emular a su padre con motivo del 23F. No era lo mismo. Pero Felipe VI puede encarnar una figura de árbitro tan necesaria en tiempos de crispación, polarización y conflictividad. Es lo que la sociedad espera de él.
Este décimo aniversario de la abdicación opera como un primer borrador sobre la figura de Juan Carlos I. La Historia hará su labor. Pero ya se advierte un parteaguas que pasa por la nítida diferenciación entre el rey que brindó la Transición (conquistada por muchos más, incluido el movimiento obrero) y la caída en desgracia por sí mismo cuando además no funcionaron los contrapesos como el de la prensa para frenar excesos en décadas de la Casa Real.
Juan Carlos I recibió todo el poder del dictador. Estaba obligado a la apertura democrática. Mantenerse como un absolutista no se sostenía en los años setenta, hubiese sido arramblado por la sociedad antes o después. Aunque sí fue generoso con el afianzamiento de la democracia del 78 que conllevó la legalización de los partidos, los sindicatos de clase, el retorno de la izquierda exiliada, la instauración de los derechos individuales y sociales, el autogobierno para las nacionalidades y regiones… Un legado importante. Ojalá Felipe VI cumpla, con creces, con su deber. Necesitamos estabilidad.
Lola | Martes, 04 de Junio de 2024 a las 12:39:03 horas
Para que la monarquía hubiera recibido algún parabién del pueblo en su mayoría, Felipe ya debería haber salido ya a la palestra a defender la Democracia.
Por el contrario, sigue apareciendo al lado de presidente del Poder Judicial, sabiendo su condición de okupa.
El rey Felipe VI se está comportando como un Borbón para su descrédito y son méritos propios. A mí juicio, debería cambiar de asesores.
Accede para votar (0) (0) Accede para responder