
Érase una vez en un país, no tan lejano, donde su rey era la cabeza visible del estado, sin embargo, quienes manejaban los hilos de la corte, eran quienes ponían y quitaban gobernantes y para ello, ponían en práctica todas las ideas que Maquiavelo había escrito sobre el ejercicio del poder que a menudo, decía, se apartaban de razones morales como la lealtad o la ética. Estos gobernantes, se rodeaban siempre de personajes que harían cualquier cosa para conservar el poder, que ya fuera por sus ambiciones o por su falta de escrúpulos lograban crear para si, un interés derivado de la ambición más grande del ser humano, el poder.
El gobernante, viendo las ansía de poder de uno de sus ayudantes lo envía como; delegado temporal y excepcional de su gobierno para salvaguardar la gobernación del territorio y lo nombra Virrey en las ínsulas. La tarea sabía que no era fácil, pero jugaba con ventaja, su altanería y verbo afilado y provocador despertaría, así lo creyó, a los súbditos de lo que creía que era, una larga y oscura gobernanza de quienes les había precedido. Su paseíllo por las nuevas tierras no fue fácil, tuvo que aceptar que la realidad era bien distinta a como se la habían pintado en la Villa y Corte.
Su afán desmedido por el control local, dando una imagen de capacidad por su oratoria pero también por su bravuconería en las reales instituciones a las que asistía, buscaba mantener la autoridad y el rigor a costa de anuncios para crear un sistema que le garantizara la lealtad y el orden en su entorno, sobre todo, asegurándose que las decisiones fueran cumplidas en todas las capas de las parcelas de gobierno local al cual pertenecía y cuya gestión personal ha estado marcada por la ambición desmedida. Haz lo que dices y no digas lo que haces, máxima en la buena gestión política.
Esto nos debe llevar a una reflexión sobre el impacto que nos produce la sucesión de enfrentamientos dialecticos por ver que fue primero, si el huevo o la gallina. Las tensiones y los conflictos no deben ser alimentados por los excesos verbales, tanto trasladados a los medios, como en aquellos espacios públicos donde la palabra, la ética y la estética debe prevalecer. La altanería en política es mala consejera y máxime cuando se utiliza para vilipendiar a tu adversario u adversaria política. El trato a veces, hasta insultante, escuchado hacia algunas mujeres en los salones de pleno nos conduce a conflictos, a abusos y desdén hacia tus interlocutores.
Cualquier gobernante sabe, que todo acto en su mandato debe estar orientado, a mejorar la calidad de vida de la ciudadanía, aliviar la carga impositiva y sobre todo establecer como prioritario los servicios públicos de calidad, eficientes, pero sobre todo dignos y acorde a las circunstancias personales de quienes vivimos en la localidad. Este Virrey debe comprender que ha subestimado la complejidad del virreinato y sobreestimado su capacidad para controlarlo todo. Cuando sea capaz de reconocer sus errores y lamente de verdad, que no ha escuchado a sus iguales, a la gente que administra, podría cambiar o seguirá con el paso cambiado, con portureo fotográfico y amarres con cadenas.
Esta ficción, o no, muestra el declive de un virrey que, pese a sus iniciales expectativas, no ha podido adaptarse a los desafíos crecientes. Su ocaso refleja las dificultades inherentes al gobierno local y la fragilidad del poder en una ciudad como la nuestra. Esta narración ilustra la vida y las consecuencias de un Virrey, cuya gestión ha estado y está marcada, por los exabruptos y la incompetencia, no deja de ser esta narrativa, una ficción y cualquier parecido con la realidad en pura coincidencia.., desde la acera de enfrente.
Gregorio Viera Vega fue concejal socialista en el Ayuntamiento de Telde.
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