Legionarios por Jinámar

El humor (o su intento), el paroxismo de lo grotesco e incluso la burla chabacana es un reflejo intencionado de la realidad social. El pasado fin de semana un individuo optó por presentarse en el mercadillo de Jinámar, por cierto, seriamente cuestionado de un tiempo a esta parte, fruto de una degradación creciente, con el uniforme de la Legión, acompañado por un esqueleto y aupando una bandera rojigualda. Las pretensiones del señor son desconocidas. Puede que tratase de llamar la atención, ejercer la denuncia patriotera o simplemente estaba aburrido y le dio por pasar la mañana de esta inaudita manera. Lo cierto es que consiguió su objetivo: el foco recae sobre él desde hace días.

Ahora bien, ese rancio neoespañolismo mesetario, ese chauvinismo alentado por las pasiones del militarismo y la jaleada ruptura de la patria como soflama manida, es un discurso político pues casa con una parte de la sociedad actual. Es decir, la que vota a Vox y se sitúa ideológicamente en la extrema derecha. Justo en círculos militares y policiales hay núcleos propensos a Vox. No olvidemos la crítica desatada en los recientes carnavales cuando se descubrió, de causalidad, gracias a una pieza informativa de TVE, que en la comisaría de la Policía Nacional presidía una sala la enseña de la cruz de Borgoña (la cruz de San Andrés) que nos retrotrae al imperialismo pretérito que insufla hoy los ánimos en Vox.

Lo del legionario en Jinámar se puede tomar a guasa, a modo de una anécdota humorística. O, por el contrario, unirlo (en última instancia) a la violencia (de momento, verbal) que la ultraderecha está propagando en el Viejo Continente. De hecho, hace escasas jornadas un candidato de la socialdemocracia alemana fue agredido presuntamente por elementos de la extrema derecha. Es más, en Madrid se suceden manifestaciones neofascistas. Incluso, recordemos la jauría que golpeó con saña un muñeco que representaba al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cerca de la sede socialista en Ferraz.

Cuidado porque la democracia está en peligro. Ahora que se cumple el centenario del periodo de entreguerras europeo asolado por el nazismo en Alemania y el fascismo en Italia, resurgen brotes y formaciones neofascistas cuyo propósito es liquidar políticamente e ilegalizar al resto. La tolerancia que define a la democracia tiene un límite: el respeto por la propia democracia y su pluralismo. No vale cobijarse en las reglas democráticas para hacerlas precisamente naufragar. Eso es fascismo. Y procede combatirlo democráticamente, sin miramientos.