
Pedro Sánchez confía en una victoria holgada del PSOE el próximo domingo. Con ello no solo pasaría página al paréntesis de los cinco días de reflexión ‘monclovita’, un error en las formas, sino que además propagaría la vigencia de su proyecto que pasa precisamente por calmar la situación catalana. El domingo por la noche los resultados pueden arrojar un escenario positivo para el PSOE, como los últimos comicios gallegos lo fueron para el PP. Eso sí, ahora sería sin mayoría absoluta y pendientes del futuro de Salvador Illa pues podría darse que a pesar de vencer luego no gobernase. Es el juego de los pactos. De momento, en Ferraz reina la expectación.
Ayer fue la jornada última en la que se podía publicar encuestas. Y se aprovecha para lanzar la tromba
de sondeos para animar el cotarro en el tramo final de la campaña electoral. A estas alturas, revolución digital mediante, mantener la prohibición de relucir públicamente los estudios demoscópicos carece por completo de sentido. Siempre habrá una página web en Australia, Perú o Japón predispuesta a dar a conocer lo que aquí no se puede. Y en cuestión de segundos circularían los datos raudos por la red y los móviles. Otra cosa es respetar la jornada de reflexión del sábado cuya finalidad es otra: atemperar el ánimo en la calle.
Sánchez ha aprovechado la ronda por los medios de comunicación, motivada por la necesidad de explicar el referido paréntesis presidencial, para zanjar el debato sucesorio. Para él, no lo hay. Ciertamente, si no hubiese parado esos días al calor de la carta, el debate hoy no existiría. Pero asoma. Por eso una victoria en Cataluña sería agua de mayo (nunca mejor dicho) para relegitimar su liderazgo en el PSOE. ¿Y con los años? Él mismo lo ha aclarado en su entrevista el pasado domingo en ‘El País’: será la militancia la que decida. Es lo congruente con su trayectoria; él tuvo que recorrer España tras ser defenestrado en Ferraz y retornar a la Secretaría General aupado por la militancia. Acabó con el ‘felipismo’. Ahora bien, este nuevo modelo de partido, sin órganos intermedios empoderados, puede ser un auténtico hándicap para las sucesiones ordenadas, llegado el momento procesal oportuno.
Salvador Illa no es un líder carismático. Lo que ofrece es una gestión tranquila, sin levantar aspavientos, que trate de arrinconar el ‘procés’. Una especie de notario o burócrata que expanda la rutina gubernamental centrada en la gestión de las cosas ordinarias. Esa es su fortaleza y, al tiempo, su debilidad. El PSC hoy no es el de Pasqual Maragall; el mismo que abanderaba el federalismo asimétrico como formulación teórica para el PSOE al amparo del ‘Estatut’ de 2006. Fue un adelantado.

























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