
(Evocación Montiniana)
Hace sólo unos días, en la hoy Casa-Museo León y Castillo de la Ciudad de Telde, se presentó un hermoso libro, reedición cuidada, corregida, aumentada y casi facsímil de aquel otro Remanso de Las Horas del poeta y dramaturgo teldense Montiano Placeres Torón (1885-1938). El acto en sí fue lo suficientemente sencillo para no perder un ápice de su solemnidad. En él tomaron la palabra los representantes cabildicios a saber, el Jefe del Servicio de Ediciones don Octavio Pineda Domínguez y doña Guacimara Medina Pérez, Consejera de Cultura. Tras ellos, intervino de forma magistral, como es natural en él, el poeta y escritor teldense don Julio Pérez Tejera, quien a lo largo de su disertación evocó, una y otra vez, la vida y obra de Placeres Torón. El ambiente familiar y cercano que se respiraba en aquel salón de actos, se acrecentó en grado sumo cuando, emocionada, comenzó su discurso doña María Isabel Torón Macario. Una y otra vez, señaló la importancia que para la familia, Telde y Gran Canaria tenía y, aún tiene, la figura de su primo Montiano, hombre de grandes convicciones ético-morales y no menos destreza literaria.
Al escribir esta crónica, irremediablemente nos vamos a sus sentidos versos que, con llaneza intimista y profundos sentimientos personales, derrochan la grandeza inherente a las personas y cosas que realmente valen la pena.
Fue Montiano cantor del hogar, calles, plazas y múltiples rincones de su ciudad. También de carreteras y caminos dibujadas en medio del rico platanal, así como de playas, riscales abruptos, salpicones bufaderos y mansas ensenadas, en donde el Sonoro Atlántico va a descansar, a veces bravío y otras tantas veces decadente, sobre las siempre eternas arenas negras de nuestro litoral.
La casa que habitó y ¿Por qué no?, sigue habitando en espíritu nuestro querido Montiano, aun formando parte del museo leonístico, guarda su identidad. Eso sí, el patio se ha cuadrado con dependencias en su cara Sur y ya no existe la frondosa huerta ,que por extensión, llegaba hasta la cercana Calle Ciega. A pesar de todo, podemos recrear nuestra vista en aquel recinto, que tanto llamaba la atención de los hermanos Placeres Torón. Reducto poliédrico para deleitarnos sensitivamente con la luz del sol, sobre el gris pavimento o las paredes albas. Así como extasiados ver, una y otra vez, como ha vuelto la primavera, haciendo florecer la estefanota y el jazminero que, tras enredarse en el pie derecho sustentante de la galería superior, corría a lo largo y ancho del barandal, dando gracia de colgaduras vegetales o tapices improvisados. Allí, en uno de los rincones está el brocal del aljibe, un frondoso rosal que baila al son de la brisa, tambaleante sus flores, al golpe de ir y venir, se van deshojando poco a poco. Algunas rosas son rescatadas por las hermanas de Montiano y puestas a buen cubierto en búcaro dorado. Ofrenda permanente a su talento lírico, son depositadas en el fraternal altar lignario de su trabajo diario. Desde allí, Montiano observaba el grácil movimiento del canario que, al tiempo que saltaba dentro de la jaula, cantaba melodías de libertad. El poeta sensible a la prisión perpetua del avecilla, une su lamento al suyo propio y rompe la aparente quietud de sus días con los más expresivos versos, traídos del corazón a la cabeza y llevados a la mano para que, una simple pluma, los escriba en cuartillas y folios.
A Montiano hay que leerlo, releerlo; pero sobre todo sentirlo, comprenderlo. Después vendrá la admiración y el respeto por su obra.
Cuando descubrí, en un antiguo baúl de cedro, el total de su legado literario, así como sus fotografías más personales, cartas y recortes de periódicos, inmediatamente supe que aquello que se presentaba ante mis ojos era un caudal inagotable para la investigación histórica. Aconsejado entonces por don Alfonso Armas Ayala, a sazón Director de los Museos Insulares de Gran Canaria, me puse manos a la obra: Primero, limpiar. Segundo, colocar los diversos papeles en improvisada prensa hecha a base de amontonar libros sobre libros y en medio, las consabidas cuartillas y folios. Tercero, leer con detenimiento sus contenidos. Cuarto, inventariar, al mismo tiempo que, con alguna que otra ayuda, catalogar. El profesor Armas Ayala convenció al Ayuntamiento de Telde para que publicaran, en forma de antología, el resultado de toda esa labor emprendida, hacía ya dos años.
El gran Montiano, el cantor por excelencia de La Ciudad, la familia y la amistad, vería de nuevo la luz por medio de ese documento bibliográfico, titulado: Antología literaria del poeta y dramaturgo Montiano Placeres Torón (1885-1935), en donde se explicaba al detalle su vida y su obra, mucha de ella inédita hasta entonces.
Al lector le aconsejaría que adquiriera el reeditado poemario El Remanso de Las Horas, para leerlo con posterioridad en el patio de la casa del poeta, o bajo los laureles de indias de La Alameda de San Juan. Aunque no sería mala opción perderse por las calles y plazas del cercano Barrio de San Francisco y allí, siguiendo su viacrucis, abrir a boleo el libro y leer con detenimiento, lo escrito hace décadas para regocijo de todos e íntima satisfacción de su autor.
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