
Hace tan solo unos días Alberto Núñez Feijóo vino a decir que la clase política actual es la peor en cuatro décadas. Vamos, en lo que llevamos de democracia. Sin duda, es una afirmación categórica (usual, por otra parte, en la cotidianidad política) que implicaría examinar por etapas desde el 78 hasta la fecha para ser más rigurosos. Con todo, lo importante del pronunciamiento del líder del PP es que esa autocrítica (incluyó también a su partido) le otorga réditos. Son declaraciones que contienen frescura en la medida que es espontáneo, natural. Dicho en plata, es él mismo. Luce su propia personalidad y, lo más importante, escapa de los habituales argumentarios que envían las centrales de los aparatos para que sus gerifaltes y mandos intermedios los repliquen como cacatúas.
Cuando Feijóo es Feijóo, gana. Adquiere su liderazgo mayores hechuras y atrae al votante medio, ese que hoy vota PSOE y mañana PP o al revés. Esa cohorte que opera al estilo de balanza que decanta periódicamente que el poder vaya al centroderecha o al centroizquierda. Ese magma ciudadano que afianza el sistema en cuanto que ansía que este sea centrípeto, amante de la moderación.
Si Feijóo alcanzase el poder y, desde luego, si no lo hiciera con Vox, llegaremos a ese punto en el que, amén del factor institucional, él marque el discurso del PP. Y, por tanto, no esté sometido a presiones internas y a los barones territoriales. El gallego tiene en contra ahora la hipoteca madrileña. A saber, ese búnker de los populares en el Ayuntamiento de Madrid y en la comunidad autónoma que sirve para cosechar mayorías absolutas en estas latitudes y, por el contrario, repele a los votantes en buena parte del Estado.
¿Hoy tenemos la peor clase política, incluyendo a los del PP, en términos generales? Probablemente. Eso sí, cuando Feijóo hace declaraciones como la referida, se libra de ese peso de poder madrileño que encarna Isabel Díaz Ayuso. Antes o después, lo probable es que la democracia representativa bascule y se produzca el cambio de turno a favor del principal partido de la oposición. Pero para que esta operación le salga bien a Feijóo necesitará que en los comicios europeos de junio la extrema derecha descienda considerablemente. Un PP democratacristiano, de centroderecha europeo, que entienda la diferencia vasca, catalana y canaria (Galicia ya la gobierna) al tiempo que sea capaz de pactar con los sindicatos de clase, tiene futuro y la sociedad lo acepta. Es el PP del 96, aquel que José María Aznar tuvo que practicar porque la aritmética parlamentaria le había dejado lejos de la mayoría absoluta. Visto lo visto, que Feijóo sea Feijóo, y haga de gallego, es la mejor carta para el PP en el tablero presente. Lo que está por ver es si Ayuso, entre otros, le dejan esa libertad.
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