
Los hay que se prodigan por las playas o se van de viaje y los hay que se recluyen. Cada uno vive la Semana Santa a su manera, el problema está (haciendo lo que se haga) que no se viva. Son jornadas para el reencuentro con uno mismo, para arrostrar las interpelaciones espirituales que son las de la vida, la muerte y la resurrección en mayúscula, en su máxima grandeza. Porque la resurrección es el resurgir de la vida ante la muerte; que es también las problemáticas cotidianas o los trances que nos sobresaltan en el camino vital.
El fervor puede ser sentido o impostado. Los hay que lucen la bandera de España y entonan himnos militares, cuando nada tiene que ver el mensaje del Evangelio con el patriotismo y el militarismo. Es la herencia imperial de España que aún nos atrofia, el nacionalcatolicismo que insufló la dictadura franquista ungida con el ánimo de la venganza golpista del 36 y la larga posguerra repleta de ajuste de cuentas y represalias a los vencidos.
Por eso es mejor en la Semana Santa quedarse con el fervor del pueblo llano. El que apenas sale en televisión. El de aquellos humildes y mujeres, porque son sobre todo mujeres, que siguen un trono por promesa o anhelo de solución a su sufrimiento que le atormenta cada mañana. Son la gente sencilla. Los inocentes de mirada pulcra zarandeados por los azares e injusticias de la burocracia y los poderosos. No tienen posibles. Y afrontan el desempleo, la enfermedad o la drogadicción de un hijo. Escasamente saben explicarse pero es tan hondo el sentimiento que invoca justicia dentro de ellos, que son los merecedores de la redención en medio del caos de egoísmos, enaltecimiento del dinero y frenesí de la sociedad del consumo. Los elementos frívolos que endiosan el individualismo que es, a la par, la indiferencia hacia el prójimo.
Ellas y ellos no conforman la Semana Santa oficial ni protagonizan los golpes de pecho de falso cristianismo y las bravuconadas a favor de una religión que, en realidad, luego no practican en sus esencias. Ese regusto de tradición que muda más bien al falso empoderamiento de los egos. Ese Ejército que nada tiene que ver con la venida al mundo de Jesucristo y su legado. Todo lo confunden. Sobrevuela la rancia sombra imperialista. La nostalgia por etapas oscuras que se auparon en la Iglesia como estructura pervertida que ignoró las verdaderas intenciones que debía lucir. Quédense con el clamor sigiloso, con el llanto agudo, con la soledad que entronca el misterio de la vida. Bienaventurados los limpios de corazón, porque de ellos será el reino de Dios.
Olga Maria Rivero Santana | Sábado, 30 de Marzo de 2024 a las 13:44:25 horas
En otras tantas manifestaciones, no religiosas, sino políticas (que deberían estar libres de etiquetas ideológicas políticas), muchas veces van "representantes" (que se erigen ellos y ellas) con los cuales tampoco me siento identificada ni me representan, porque, Igualmente uno ve que "su presencial" y "su compromiso" dura lo que dura ésas manifestaciones. En fin, que tenemos que exigirnos más, tanto a nivel personal (primeramente), como de grupo, en todos los ámbitos de nuestra vida.
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