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Desde la ciudad arzobispal (XL)

Cuando la Virgen de Fátima nos visitó

Reflexión del cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón, licenciado en Geografía e Historia

TELDEACTUALIDAD/Telde 3 Jueves, 21 de Marzo de 2024 Tiempo de lectura: Actualizada Jueves, 21 de Marzo de 2024 a las 20:34:15 horas

(A la siempre grata memoria de don Onofre Alemán Yedra y de Doña María del Pino Verona Hernández).

 

Hay fechas en la historia que jamás se podrán olvidar. Así sucede con el 29 de mayo de 1453 (Caída de Constantinopla), 12 de octubre de 1492 (Descubrimiento de América) y, más cercana a nuestras vidas, el 6 de junio de 1944 (Desembarco de Normandía).

 

[Img #1002785]El ser humano está acostumbrado a medir el tiempo y el espacio. Al decir de un sabio profesor, cualquier hecho histórico sucedido tiene como base tres pilares fundamentales: Cuándo ocurrió, cómo sucedió y quienes lo protagonizaron. Sin duda alguna es el hombre o la mujer quien crea la Historia, sea ésta hablada o escrita. Éstos, desde siembre, quisieron dejar constancia de cuanto de relevante tenían los hechos más notables de su existencia. Así en profundas cuevas o en pequeños abrigos, pintaron multitud de escenas de cazas, pescas, danzas, ritos iniciáticos y otras tantas situaciones, que por comunes y cotidianas, no dejaban de ser relevantes. No suficientemente satisfechos con esos relatos pictóricos, se afanaron en dejar las huellas de sus manos en positivo y negativo como queriendo afirmar que aquel mundo necesitaba de su existencia y habilidades.

 

Dando un salto de miles de años, el hombre siguió buscando en los cielos la resolución definitiva de sus grandes interrogantes. El 13 de mayo de 1917, una multitud formada por gentes de muy diversas procedencias y niveles económicos y culturales, llegaron a Cova de Iría, contestando así a la llamada de tres pastorcillos, que a pesar de su corta edad, juraban haber visto a una Señora toda ella vestida de blanco resplandeciente, portando en sus manos un Rosario. Señales extrañas en el cielo hicieron que unos opinaran que se trataba de algo prodigioso. Y otros, que sólo era resultado de una histeria colectiva. La llamada danza del sol fue un hecho natural, en cuanto fenómeno óptico irrefutable.

 

Los católicos de Portugal y el Mundo dieron crédito a lo allí ocurrido y pronto se propagó la devoción a Nuestra Señora del Rosario de Fátima. Algo más tarde, surgieron las leyendas en torno a aquellos secretos que se decía había transmitido la Virgen a la niña Lucía.

 

En muchos países del orbe cristiano y más allá de éste, se elevaron templos bajo esta advocación mariana y no pocas niñas fueron bautizadas con el nombre de Fátima. En Gran Canaria fue la localidad de San Mateo el gran centro de veneración de su Imagen y también de un hecho noticiable, cual fue la oscilación de su Santo Rosario. En los años sesenta del pasado siglo XX, concluido el Concilio Vaticano II, la Iglesia fortaleció su imagen de unidad y universalidad en torno a Nuestra Señora de Fátima. Se editaron estampas, libros, folletos, para ganar adeptos a la causa. La industria de artículos religiosos se puso en marcha invadiendo el comercio con medallas, escapularios, rosarios y esculturas de todos los tamaños y materiales, cuya protagonista era la Virgen de Fátima. Los adelantos científicos lograron hasta un material luminiscente, que retenía la luz diurna y brillaba en horas nocturnas. Para los inocentes niños de entonces era un prodigio casi mágico y nos disputábamos el llegar a poseer algún día una Virgen luminosa.

 

Así llegamos al cincuentenario de las apariciones de Fátima, corría el año de 1967, en la Iglesia Católica con el Papa Pablo VI, como Pontífice Máximo, pidió a los obispos que acometiesen grandes celebraciones religiosas que vinieran a potenciar la tradicional devoción mariana. El padre Peyton de origen irlandés se lanzó a una verdadera cruzada con una frase instrumental: La familia que reza unida, permanece unida. El Rosario se convierte así en uno de los bienes más preciados entre las familias católicas de entonces.

 

En la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, el padre Patrick Peyton realizó una de sus intervenciones más brillantes y multitudinaria. Concretamente en la calle León y Castillo, en el tramo existente entre las piscinas del Metropole y el Colegio Salesiano, junto al Hotel Santa Catalina. En la Vega de San Mateo y los pueblos circundantes, se hicieron varias peregrinaciones con lo que se llamó por entonces La Virgen Viajera, que recorrió barrancos y montañas, seguidas de una ferviente concurrencia. El éxito fue tal, que se extendió, esta acción devota por otros pueblos y ciudades de la Gran Canaria.

 

Telde tuvo entonces su momento, la llamada Visita de Nuestra Señora de Fátima. Don Juan Artiles Sánchez, quien más tarde sería Vicario General de la Diócesis de Canarias, ejercía por entonces de cura párroco de San Juan Bautista y don José Díaz Alemán, lo era de San Gregorio Taumaturgo. Los dos aunaron esfuerzos para adquirir una escultura de la Virgen de Fátima, que después de una magna procesión, fue depositada en una rústica hornacina de pequeños troncos de árboles (Esta pequeña joyita fue realizada con gran esmero y amor filial por los carpinteros teldenses: Rafael Hernández Verona, Antonio Henríquez Santana y Francisco Ramírez Galindo) que pendía de una esbelta y robusta palmera, existente ésta en el límite mismo de los territorios de ambas parroquias. Exactamente, en la esquina en la que se saludaban las actuales calles Pablo Neruda y Avenida de La Constitución.

 

El acto religioso llenó de júbilo a la ciudad, por entonces Puerta y Capital de la Comarca Sur. Por miles se contaron los asistentes a la inauguración de dicho monumento mariano. Los gritos fervorosos de las gentes y las continuadas muestras de fervor hicieron de mayo de 1967 una fecha inolvidable para la ciudad toda. La procesión que partió del Centro Histórico de nuestra urbe, avanzaba lentamente escoltada por policías locales, autoridades religiosas, civiles y militares. Así como niños y niñas vestidos de primera comunión cantaban sin cesar la célebre melodía: El 13 de mayo la Virgen María bajó d ellos Cielos a Cova de Iría. ¡Ave, Ave, Ave María...! Por la calle León y Castillo, Julián Torón Navarro y Pérez Galdós se vieron caer, a manera de lluvia, cientos y miles de pétalos de flores, que desde las azoteas, los balcones y las ventanas, se lanzaban entre vítores y alabanzas. Al llegar a la hornacina antes aludida, se rezó, al aire libre, el Santo Rosario, se bendijo el lugar y se colocó a la Virgen definitivamente en aquel lugar de buen resguardo.

 

Fue entonces cuando se supo quienes eran los padrinos de esa Conmemoración del Cincuenta aniversario de la Aparición de Nuestra Señora La Virgen de Fátima. El Sr. Obispo don Antonio Infantes Florido había escogido, entre todos los teldenses, a un matrimonio ejemplar: El formado por don Onofre Alemán Yedra y doña María del Pino Verona Hernández, quienes junto a sus hijos: Victoria, María del Pino, Agustín, Onofre, María Agustina, Isolina y Miguel Jorge, escoltaron a Nuestra Señora durante su recorrido por las calles del casco antiguo de la ciudad.

 

No era la primera vez que Nuestra Señora de Fátima se quedaba entre nosotros, pues ya un tiempo antes, doña Ambrosina Pinto de la Cruz, dama de origen portugués, había donado una Imagen de La Señora para su veneración en la Iglesia de El Calero.

 

Este Cronista, que en 1967 tenía 12 años de edad, asistió a los actos religiosos anteriormente mentados y no ha olvidado la emoción que le causó ser testigo de los mismos. En su mente juvenil no veía una Virgen realizada por manos humanas, sino a la misma Milagrosa Imagen, que Francisco, Jacinta y Lucía, los pastorcillos de Fátima habían visto con sus propios ojos.

 

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