Statistiche web
El tiempo - Tutiempo.net
695 692 764

Martes, 02 de Diciembre de 2025

Actualizada Martes, 02 de Diciembre de 2025 a las 12:55:10 horas

Caminando hacia la desmemoria (LXVII)

Nuestros juegos infantiles (segunda parte)

Reflexión del cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón, licenciado en Geografía e Historia

ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN 3 Jueves, 14 de Marzo de 2024 Tiempo de lectura: Actualizada Jueves, 14 de Marzo de 2024 a las 20:10:54 horas

En la anterior entrega, realizamos un exhaustivo estudio sobre lo que significaron en nuestras vidas, niños de la postguerra española años cuarenta cincuenta y sesenta, nuestros juegos infantiles. En una sociedad carencial, que poco a poco se fue desperezando los infantes debían ser ávidos a la hora de buscar entretenimientos para sus largas horas de asueto. Bajo la vigilancia atenta de los mayores y de algún que otro Guardia Municipal, que hacía notar su autoridad alzando la voz y endurecimiento el gesto.

[Img #1002785]

 

Sigamos la descripción de nuestros juegos infantiles más comunes:

 

Tres en raya; hacer un tablero con un cuadrado y cruz e intentar disponer las fichas, a veces de piedras o cerillas, en cantidad de tres y en posición de línea recta. 

 

Juanillo señor padre; juego antiquísimo que consiste en ir enredándose en una trenza humana.

 

Las piedritas; juego de habilidad manual que se efectuaba sentado y con las piernas abiertas. La niña o el niño disponía de al menos tres piedras, que colocaba entre sus dedos, lanzándolas al aire y retornando a sus manos en grupo o en unidad mientras musitaba algún estribillo.

 

Los cromos eran pequeñas ilustraciones que venían pegados en forma de ristras, pero, debiendo separarse para jugar con ellos. Solían ser temáticos de flores, jugadores de fútbol, animales, coches de carreras, etc. A veces sería de dinero en las transacciones comerciales de los más pequeños, y siempre motivo de envidias y disputas: ¡Déjame verlo!- ¡No, que me lo quitas!- ¡Total, lo tengo repe!- ¿Sí?, si no lo has visto. Los cromos eran colocados boca abajo y elevados tras una certera palmada que debía invertir la posición inicial. Habilidad y destreza, unidas a la picardía de quien hacía trampas, era la base de este juego tanto de varones como de hembras.

 

Los pegados necesitaban de unos cuantos cromos o de tapas ilustradas de cajas de fósforos a los que se les añadía algo de saliva para adherirlos a la pared. El jugador que lograra mantener pegado su cromo por más tiempo ganaba el total de los caídos.

 

Los recortables eran sin duda alguna el juego más sofisticado, pues había que agenciárselas para tener la peseta y los diez céntimos que era su valor en los años sesenta, y además unas tijeras para ir entresacando las figuras de la cartulina. Los había de casas, castillos y granjas; pero también de futbolistas, coches, indios-vaqueros y hasta de legionarios. Un pequeño doblez en su parte inferior los mantenía en posición vertical, siempre que tu hermano/a no te los soplara.

 

Los álbumes más que un juego era toda una prueba de santa paciencia. Entretenimiento que podría durar todo el curso. Aparecían en el mercado siempre para San Gregorio. Constaba la colección, de la libreta o álbum en donde se pegaban las estampas y una lista auto confeccionada en donde se enumeraba la colección: ¡Ya la tengo!- ¡Por esa te doy dos!- ¡Me la pifiaste!- ¡La tengo repe!. Se compraban las ilustraciones en sobres con tres o cuatro unidades, se comprobaba su el número estaba tachado en la lista y si no ¡alegría! Después se pegaban con pegamento Imedio o goma, quien la tuviese, aunque lo más frecuente era valerse de una papa escachada, harina con agua o cualquier otro pegue improvisado como la clara de huevo. Las colecciones eran: Marcas de coches, Animales Salvajes, Héroes del Fútbol, Marisol, Pili y Mili, Marcelino Pan y Vino, etc.

 

El corito de la chata marigüela; variante de los coritos, se cantaba: ¡Marigüela, güi, güi, güi, como es tan fina, trico, trico, tri… moviendo las caderas y piernas.

 

La zapatilla; se jugaba después de cerrar un círculo a base de jugadores/as. El que se la quedaba giraba con zapatilla en mano e intentaba dejarla detrás de uno de los que estaban sentados en el círculo. Si éste descubría que le habían puesto el calzado corría a pegarle con él al ponedor.

 

Cinco jugadores se necesitaban para jugar a las cuatro esquinitas. Todos al centro, y a la de tres, correr hacia las esquinas, quedando uno colgado fuera.

 

Otros juegos, ya no tan infantiles, intentaban romper fronteras y timideces: la prendita. Quien se la quedaba tenía que cumplir una pena o pagar su prenda, que solía ser un beso, cantar en público o hacer machangadas.

 

El teléfono; dándose la mano y pasándose pequeños apretones o recados, y al final, comprobar dónde se había cambiado el sentido de la palabra o de la frase. 

 

El matarile; preguntando musicalmente por una llave perdida en el fondo del mar, pero en verdad interrogando sobre el niño que le gustaba.

 

Briley. Dos equipos y una raya o frontera; lanzábase una pelota entre ambos conjuntos y al jugador que le daban o mataban, ese quedaba en el equipo contrario. 

 

Así mismo, para poder jugar se confeccionaban los más diversos instrumentos, teniendo como elemento primigenio materiales muy simples. Hablaremos a continuación de algunos de ellos como los pitos, hechos con cabos de caña debidamente agujereados o con pipas de albaricoques, las cuales se frotaban pulimentándose sobre las aceras, después de ablandarlas con saliva, hasta conseguir un orificio en uno de sus extremos. También se hacían los coches y camiones de verguillas utilizando esas finas laminillas cilíndricas de hierro o derivados, de esa manera, se obtenían unos rudimentarios automóviles, que eran conducidos a través de una caña y un volante. Las tablas y las patinetas de cojinetes; se iba a los talleres mecánicos en busca de cojinetes, y después, se le ponían ejes de madera unidos a tablas, completando el artilugio con un freno manual hecho de palo con extremo de suela de goma de alpargatas.

 

Eran muy usuales los barcos de lata, los de hojas de palmera y de papel cuando recorría la acequia Rial por la calle del Abrevadero, junto al Colegio Labor. Mucho tiempo se invertía en echar trompos y cometas. Éstas últimas confeccionadas a base de un esqueleto de caña y sobre él, papel fino pegado con harina y agua, añadiéndole cola o rabo de trapos. De altura, era el famoso juego de la cucaña, palo muy alto untado con grasa que había que escalar para coger en la cúspide el regalo deseado. El yoyó, que se realizaba con dos botones grandes colocados al revés y un trozo de hilo de carrete, era juego de habilidad y muy divertido. Los carozos de piña de millo; con ello simulábamos barcos o simples vacas en sus gallanías. Pero lo que más nos gustaba de todo era hacer guirreas con tiraderas y arcos de caña con flechas del mismo material, en cuyo extremo atábamos verguillas con un poco de alquitrán. Así atacábamos los campamentos del enemigo, hechos con numerosas latas, maderas, muebles inservibles y algún que otro palo de tarahal.

 

Ya cuando se contaba con más edad, se podía comprar o alquilar una bicicleta Orbea, “la mejor marca europea”.

 

Pero muchos seguían prefiriendo el furgo o furbo variante maga del fútbol británico, que se jugaba gracias a improvisadas pelotas de trapo o papel bien atados.

Y para el día de los difuntos, nada como vaciar calabazas, ponerles orificios oculares y nasales, disponiendo unos buenos millos como si fueran dientes de iluminar tan diabólica cabeza con cabos de vela. Como velas también se utilizaban en las motos, hechas con un palo, verguilla y un cacharro de leche en polvo o condensada. En un alarde de técnica convertíamos dos latas o cajas de fósforos conectados con un hijo de carrete en improvisados teléfonos. 

 

¿Quién de nosotros no se acuerda de las famosas piedras de fuego, que al ser lanzadas contra el duro pavimento estallaban con gran estruendo? A una simple piedra viva o callao de barranco se le colocaba numerosos mixtos o mistos a manera de pequeños lunarcillos de escasa cantidad de pólvora. Todo esto se cubría con un papel fino que conocíamos como de cebolla de color rojo, y así de esa manera tan simple, se armaba nuestras piedras de fuego, que hacían las delicias de la chiquillería, pues casi siempre, se esperaba a que pasara un adulto, a ser posible mujer, y cuando ya estaba cerca le lanzaba con fuerza la piedra para que cayese en el suelo a su paso. La sorpresa era tal, que los gritos de la sorprendida persona se unían a las carcajadas de las diabólicas chiquillerías. A nuestra popular piedra de fuego se le llamó en Cataluña pedra foguera. 

 

También existían unas cintas de cartón o papel endurecido en cuyos bordes había lunarcillos explosivos que se machacaban con una piedra y a veces también con aquellas botas o zapatos que nuestros padres, previendo el desgaste, le habían puesto sendas cerraduras de metal en la punta de delante y en el tacón. Los mistos recibieron diferentes nombres según la isla o la localidad, en Telde se llamaron saltapericos y en gran parte de Gran Canaria, escribiéndose junto o separado según costumbre del lugar. En la península también era juego común entre los pequeños y su nombre variaba igual que aquí. En Cataluña recibieron el nombre de mistos Garibaldi y en la Villa de Celanova, provincia de Ourense, se les denominó estraloques. En Rosiana del Condado, en la provincia de Huelva y pueblos aledaños, recibió el sonoro nombre del ciquitraque.

 

Esto último que vamos a comentar, les podrá llamar la atención, pero los niños de antes éramos un poco-mucho salvajes. Cuando se tenía algo más de diez o doce años, visitábamos las farmacias poniendo cara de buenos para comprar pastillas de cloruro potásico. Después nos hacíamos con un poco de azufre y, mezclando aquellas pastillas con este producto de uso común en la fumigación de parrales, obteníamos algo que si no era pólvora se le parecía en mucho. Había verdaderos especialistas en las llamadas colas de caballo o colas de burros ¿Qué eran éstas? Pues extender sobre una acera o superficie plana la mezcla antes aludida haciendo con ella una línea recta lo más longa posible y acercado un fósforo a uno de sus extremos, prenderle fuego. El resultado, nunca mejor dicho, era explosivo y junto a los estallidos, el humo y aparejado a éste el olor penetrante de la pólvora recién quemada. Recuerdo, como si fuera ahora, que junto a mi casa cada tarde se amarraba un burro que llevaba dos serones cargados de pan de recién hecho. Con mucho cuidado hacíamos una cola de caballo o de burro en el suelo entre las patas del equino y al prenderle fuego, el burro saltaba de tal manera que gran parte de los panes también saltaban con él e irremediablemente se iban al suelo. Así éramos los niños de antes. ¡Cómo corríamos a escondernos para que el pobre panadero no supiera quienes habíamos sido los causantes de su desgracia! Aunque conociendo a los vecinos más jóvenes del lugar, intuía quienes habíamos sido los atracantes, presentándose en las diferentes casas para dar las quejas. ¡Qué palabra tan propia de antes, cuando a los niños se les podía corregir sin miedo a ser tachados de violentos!

 

Nuestras vidas infantiles llenaron sus días de estos y otros juegos, no dejemos que se pierdan en la historia, por favor.

 

*Tema reeditado a petición de numerosos lectores.

 

(3)
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.13

Quizás también te interese...

Quizás también te interese...

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.