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Camino de la desmemoria (LXVI)

Nuestros juegos infantiles (Primera parte)

Reflexión del cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón, licenciado en Geografía e Historia

ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN 2 Jueves, 07 de Marzo de 2024 Tiempo de lectura: Actualizada Jueves, 07 de Marzo de 2024 a las 20:40:10 horas

Desde hace unos años, venimos haciendo acopio de datos sobre los llamados juegos infantiles. Sospechábamos que muchos de ellos habían pasado la frontera existente entre motivos cotidianos a materia de valor etnográfico, aunque esta clasificación no sea demasiado ortodoxa. Una sociedad carencial, marcada por la falta de casi todo, busca recursos de todo tipo para subsanar esas deficiencias. Que, junto al café se moliera achicoria, trigo o cebada, no es sino una posibilidad más de hacer de la nada un algo, aunque éste sea un engañagusto, pues ahí, entre la lengua y el paladar, canta todo lo que se traga.

 

Los niños, hace tres, cuatro o más décadas, poseían muy pocas cosas[Img #1002785] materiales, pero eran ricos en fantasía y habilidad. Hoy, cuando a través de la televisión se nos muestran reportajes sobre el Lejano Oriente (India, China, Corea, Japón) o sobre algunas repúblicas hermanas de Hispano-América, por poner unos ejemplos claros, vemos con asombro que los niños juegan en calles y plazas, corren de un lugar a otro y, no pocas veces repiten cantando aquella interminable lección de Geografía, Historia o Aritmética. Ya existen tesis doctorales que avalan muy positivamente el alto valor pedagógico-didáctico que tiene el juego y la canción para el desarrollo equilibrado de los infantes.

 

El niño de antes sabía que los juguetes eran un bien escaso, pero no por ello debía olvidarse de ejercer como niño. Así sus propios cuerpos eran los primeros instrumentos de juegos; ésto es lo que hoy llamamos psicomotricidad. En otro orden de cosas, el niño experimentaba que sus manos podían transformar los elementos, siempre que el ingenio o intelecto los acompañara, y así lograr algunos útiles, que no por sencillos dejaban de satisfacer a la chiquillería. Empecemos, por tanto, a comprobar ambas premisas y recordemos juntos el gozo que lográbamos a la hora del juego.

 

Correr, saltar o brincar eran la base de muchos entretenimientos infantiles. Así se fundamentaba el célebre y recurrido perrito en sus más diversas variantes: perrito cogido, perrito alto, perrito bajo o agachado. Aquí de lo que se trataba era poner de manifiesto la agilidad de las extremidades inferiores y también de la cintura-cadera, ya que nadie se preocupaba del número de jugadores, solo uno se la quedaba y los demás ya se sabía ¡a torearlo con las más atrevidas piruetas! Cuando uno se movía, los demás intentaban otro tanto. Y así hasta que eran cogidos todos. Solo una regla era respetada y esta no era otra que los bien definidos límites territoriales del juego.

 

Entretenimiento muy apreciado por la chiquillería era el teje, en sus dos modalidades más populares: el teje libre o chi-cuarta y el teje con números y letras. Ambos partían de unos mismos principios e instrumentos comunes: la habilidad para lanzar el teje y que cayera en el lugar preciso, y el teje, propiamente dicho, que podía ser desde un trozo de laja, baldosa, ladrillo, piedra vida hasta un tacón de suela de goma de calzado masculino. Para la variante del teje libre no había, sino que buscar un punto de partida e intentar dar al contrincante. Pero, para los otros tejes, había que marcar cuadrados con tiza y dibujar en sus interiores números o letras además de saltar a doble pata o a la patita coja.

 

En una sociedad tan estamentada, los juegos eran comunes a todos los niños, sin que mediara para ello condición social alguna, aunque a decir verdad, lo que se llevaba a raja tabla era la separación por sexo, la frase a veces cantada de: Los niños con las niñas huelen a pata gallina. Era una realidad palpable.

 

El Guá o el boliche, era la versión canaria del juego de las canicas peninsular. Sus normas variaban mucho, según el momento, como también cambió la fisonomía del instrumento esférico, motivo principal del juego, pues a los de madera de nuestros padres, les superó los de pasta de nuestros hermanos mayores para que nosotros pudiéramos llegar a jugar con bolitas de cristal en cuyo interior había trazos de vidrio de los más diversos colores.

 

A veces, unas simples pipas o huesos de fruta en versus peninsular eran suficientes para entretener a la chiquillería. Así, al menos, sucedía con las pipas de albaricoque o el popularísimo juego de la cochinilla. Colocar junto a la pared la pipa más gruesa y lanzar para derribarla o desplazar a las tiradas por el contrincante, era todo el intríngulis del juego. Para guardar todo el piperío alguna tía solterona o abuela cariñosa confeccionaba taleguitas de franela, vichí, viscosilla, muselina o similar con una cinta para cerrarla y que no se perdiera el tesoro pipero.

 

El burro o piola, quien no ha jugado a ¡salta la burra, salta el garbanzo, salto sobre ese burro manso! Y después de estar encima del compañero de juego, que nos soportaba de manera estoica, se añadía aquello de ¡huevo, araña, puño o caña! Y también ¡puños, media manga o manga entera! La piola poseía otro modelo, no estático, que conocíamos por piola seguida. Es tan antiguo este juego que ya Goya lo representa en unos cartones para tapices de la Real Fábrica. Un niño salta sobre otros, que tiene el morro o cabeza agachada y cuerpo doblado, al pasar por encima le propina una patada en el trasero, al grito de ¡piola!

 

¡Juguemos a las chapas! Éstas se acogían a normas diversas y, no pocas veces, por las mismas del fútbol, pues se recortaban los rostros de los jugadores de los equipos más importantes y se pegaban sobre la chapa, rellenando el interior de la misma con cera.

 

¡A la una la mula, a las dos el reloj…! Este juego de la mula era también muy recurrido, pues tenía como base a la piola corrida.

 

Calimbre, en verdad calambre, pero nadie lo conocía de la forma correcta. Especie de perrito cogido, pero dos se la quedaban, uno cogía y el otro guardaba la libre. Los cogidos hacían cadena y si uno de los libres la tocaba, decía ¡calimbre! Liberándolos a todos. Escondite, como su mismo nombre indica, todo consistía en esconderse hasta ser buscado o simplemente visto. Policías y Ladrones, juego infantil que deriva de los buenos y malos, muy influenciado por los Western o las películas policíacas de los años cuarenta y cincuenta.

 

De los juegos más antiguos, que hemos podido documentar, está el tisnao también conocido como la sartén tisnada. Se colocaba una moneda, pegada con miga de pan, en el centro de una sartén tiznada y el niño o niña intentaba coger la moneda con los labios o los dientes ensuciándose de tizne la cara o el josico.

 

Un juego de niñas era considerado la cojita, que forma parte de los de corro, de los que hablaremos más adelante. Éste en particular se cantaba y se saltaba a la patita coja.

 

Un, dos tres, caravana es, llamado en algunos lugares tente tieso, pues el que se ha quedaba, después de decir la frase propia del juego miraba a su espalda para ver si se movía algún contertulio y si esto sucedía se la quedaba el movido.

 

Muy posterior fue el juego femenino por antonomasia del elástico, que tantos disgustos dieron a las madres que veían llegar a sus hijas con labios y paletas partidas. La destreza de la que hacían gala las niñas en ese juego era sobresaliente. Saltar sobre un elástico de varios metros y de diversas formas era la prueba a superar.

 

Juego antiguo también era el de la comba o la soga, en versión individual o colectiva. Se saltaba a dos pies o a uno, cantando El cochecito leré, Tengo una muñeca vestida de azul, Al pasar la barca, El patio de mi casa es particular, Quisiera ser tan alta como la luna, etc. Este juego era femenino, pero algunos niños también entretenían sus horas de ocio con él. Jugar a las casitas era el juego preferido por las niñas, pues sus madres y maestras veían en él un alto valor educacional por aquellos de: Las niñas para madres y esposas.

 

El clavo era un entretenimiento de playa y por tanto de verano. La agilidad manual se ponía de manifiesto, no sólo por lo complicado del mismo, sino por la rapidez con que un buen jugador/a lo debía hacer (el puro, la palma, etc.) Todos los movimientos partían de los dedos y ascendían por el brazo, antebrazo, hombro, hasta la cabeza. Como instrumento un clavo de hierro o metal de una cuarta de largo más o menos.

 

El corrito de San Miguel y con la amenaza de ir al cuartel nadie se reía para no quedársela. Agáchate y vuélvete a agachar variante del anterior, pero aquí lo que regía era no caerte y mantenerte en cuclillas algunos minutos.

 

La gallinita ciega, también representado en un cartón para tapices de la Real Fábrica por el gran pintor Francisco de Goya y Lucientes. Al coro cerrado se le pone en su interior un sujeto con los ojos vendados, que tiene que tocar a aquel que desea coger.

 

El pañuelito: se formaban dos equipos con igual número de componentes, previamente numerados. Un niño/a cogía un pañuelo y lo disponía entre sus manos de forma vertical. Diciendo en voz alta un número, así, salía disparado un jugador por equipo para intentar llevarse el pañuelo, el primero que lo hacía suyo debía huir en pro de su equipo.

 

El trapo sucio o tisnao, es lo mismo que el frío, frío, caliente, que debes descubrir.

 

La próxima semana, prometemos hacer una segunda entrega del presente artículo con el que concluiremos nuestro pequeño estudio sobre los juegos infantiles de antaño.

 

*Tema reeditado a petición de numerosos lectores.

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