Statistiche web
El tiempo - Tutiempo.net
695 692 764

Sábado, 04 de Octubre de 2025

Actualizada Sábado, 04 de Octubre de 2025 a las 14:52:05 horas

Caminando hacia la desmemoria (LXV)

Acueductos

Reflexión del cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón, licenciado en Geografía e Historia

TELDEACTUALIDAD/Telde 3 Jueves, 29 de Febrero de 2024 Tiempo de lectura: Actualizada Jueves, 29 de Febrero de 2024 a las 19:17:49 horas

Cada 6 de enero, junto al viejo zapato que la noche anterior habíamos colocado bajo el árbol de Navidad y el Nacimiento (Belén), los Reyes Magos de Oriente nos dejaban los consabidos juguetes. Debemos confesar que en nuestro caso éramos niños privilegiados, pues cada uno de nosotros recibía varios. Había un presente que no nos podía faltar, ya que nuestra madre, empedernida lectora, escribía a los Magos de Oriente pidiendo un libro para cada uno de sus hijos. Julio Cesar y yo, al ser los más pequeños, recibíamos unos volúmenes bellamente ilustrados, genéricamente titulados Las Maravillas de Selecciones del Reader’s Digest, éstos llevaban títulos tan elocuentes como Mundos prohibidos y remotos, El gran libro de los exploradores, etc.

 

Todos ellos eran tomados con expectantes deseos de lectura y expresio[Img #1000600]nes de sorpresa. Las tapas duras de vivas y coloridas escenas ya eran un reclamo a indagar en su índice, en donde de forma ordenada aparecían los artículos, uno tras otro. Es imposible recordarlos todos, pero sí alguno de ellos: Orcas, las ballenas asesinas; Las Diez Maravillas del Mundo Antiguo; Alejandro Magno: conquistador del Oriente; Los secretos de las grandes pirámides; El oso polar: El gran mamífero que vive sobre el hielo; Grandes inventos de la Historia; La Gran Civilización China; Los grandes volcanes del Mundo; Océanos y Vida, etc.

 

En uno de estos libros se relataba de manera pormenorizada las grandes obras de ingeniería de la Cultura Romana: Puentes, calzadas, puertos, faros, presas, canales y, por supuesto, acueductos.

 

Julio César tendría entonces unos once o doce años y yo tres menos. Como había un solo ejemplar, nos turnábamos para su lectura cada día. Aunque a mí las cuentas nunca me salieron equitativas, pues no pocas veces mi hermano se quedaba con el libro dos y hasta tres días seguidos, diciéndome aquello de: Es que está muy interesante o no lo voy a dejar a la mitad. Así corrían las fechas y yo esperando. Tenía que recurrir al juicio supremo de nuestra madre o de nuestra hermana mayor, Menchu, para obtener la justicia debida y hacerme con el grueso volumen. He de confesar que esas pequeñas victorias me hacían muy feliz. Por la noche, mi hermano y yo dormíamos en camas paralelas y era el momento para las charlas clandestinas, que no pocas veces orbitaban sobre acciones del día y otras tantas sobre esas lecturas que nos habíamos disputado. Mi hermano aprovechaba para recordar aquellas, que de antemano sabía que causaban en mí cierto pánico o pavor. Cuando ya me tenía lo suficientemente nervioso, me espetaba ¡A dormir! Él lo hacía con facilidad, yo en cambio me quedaba largo rato pensando en volcanes que vomitaban lava, orcas que, a chasquidos, se comían a los sufridos marineros, osos polares con barbas rojas que anunciaban haber tenido una suculenta comida a base de focas y así, me entraba en la noche lleno de temores…

 

Soñar siempre se me ha dado bien y, hasta el día de hoy, cuando estoy inmerso en una lectura que realmente me interesa, prolongo la misma con la imaginación.

 

Un día y otro también, cuando salía de casa a campear por los espacios rurales limítrofes a nuestra ciudad, mis lugares preferidos siempre fueron los barrancos, no importándome si éstos eran anchos o angostos, portadores de agua o simplemente cauces secos, arenados o preñados de guijarros… al fin y al cabo, todos eran barrancos.

 

Hacía poco que había leído un bellísimo artículo sobre las obras de ingeniería hecha por los romanos a la par que, el domingo pasado, había ido al Cine Atlántico (Calle Congreso) a ver una película de gladiadores. Toda aquella semana jugué con mi amigo Paquito Jiménez Ortega con espadas de madera, imitando a los héroes del cinematógrafo. Mi mente estaba más en El Coliseo de Roma que en Los Llanos de Telde. Así, cuando dejé atrás la Plaza de San Gregorio y me encaminé por la calle Santo Domingo a la parte intermedia del Barrio del Cascajo, mi intención era acercarme al Barranco Real para jugar un largo rato en la ancha y profunda acequia, que encauzaba gran parte de las aguas de la Heredad de Regantes de La Vega Mayor. ¡Me gustaba aquel sitio! Allí, desde muy temprano se veía a una cincuentena de mujeres de todas las edades, trabajando en el oficio de lavanderas. Las unas gritaban a las otras en una conversación de sordas, en donde los chismes, dimes y diretes protagonizaban la alegre e improvisada tertulia. Los pies y las piernas, hasta las rodillas, metidos en las gélidas aguas, las faldas y los delantales arremangados, como también lo estaban las amplias mangas de blusas, camisolas, vestidos y batas que las cubrían. Todo ello envuelto en el penetrante aroma del jabón en pasta (Las famosas y populares barras del jabón Swanston. Las porfías de quien dejaba más blanca la colada eran cotidianas, saltando la chispa del enfrentamiento verbal con más facilidad de la cuenta. También había momentos para el regocijo, canciones al viento que una de ellas iniciaba y las otras les seguían a coro. Allí resonaba en voces siempre femeninas, Antonio Molina, Manolo Escobar, Imperio Argentina, Concha Piquer, Sara Montiel, Marujita Díaz, Lola Flores La Faraona, Carmen Sevilla, Mari Fe de Triana, y así un prolongado elenco de la Canción Española. Alguna que otra vez, se colaban las modernas: Conchita Velasco, Rocío Dúrcal y Marisol. También había momentos para nuestra entrañable Mary Sánchez y Los Bandamas con sus célebres canciones: El Zagalejo, Los hombres valientes del Muelle Grande o Chona la cangreja, ¡Ay, Teror, Teror!... entre otras siempre animadas.

 

Los niños revoloteaban jugando alrededor de madres y hermanas. Jugaban a las guerreas lanzándose cuanto tenían a mano (piedras, trozos de palos, finas y ligeras flechas hechas a base de caña, etc.).

 

Mis amigos y yo entrábamos en ese mundo lleno de renovados sentimientos de libertad. Allí podíamos hacer lo que nos diese la real gana, pero nuestra educación de niños de colegio de monja (Todos íbamos al Colegio María Auxiliadora, regentado por las Sores Salesianas) nos hacían ser algo más comedidos.

 

Volviendo a Roma y a lo romano, el hoy Cronista se quedaba boquiabierto ante la monumentalidad del Acueducto de San José de Las Longueras. Con siete, ocho y nueve años, nada o casi nada sabía de la Historia insular y a mi parecer los romanos habían ocupado la totalidad del mundo. Así que cuando vi aquel edificio de amplios arcos, todo él construido en cantería parda y piedra viva, creí que era obra de latinos, soñando que tras uno de sus gruesos pilares encontraría a Espartaco, el gran libertador de los esclavos.

La emoción fue tan grande que al llegar a casa le comenté a mis hermanos mayores que había visto y tocado el acueducto que los romanos habían hecho en el Barranco Real. Menchu, Luis, Chelo, Paco José y un poco menos, Julio César, se rieron de mí a mandíbula batiente ¡Qué ocurrencia, los romanos en Canarias!

Allí no terminó la cosa, mi madre siempre docta y diligente cuando se trataba de aclarar un hecho histórico, aquella misma noche nos contó una breve historia sobre Roma y su Imperio y nos dejó medianamente claro, los lugares en donde ese pueblo itálico había construido sus principales acueductos. Nosotros ya habíamos leído que Roma , Nantes, Segovia y Mérida poseían bellísimos ejemplares que sobre gran número de arcos llevaban las aguas a dichas ciudades. Mi padre, el sábado siguiente muy de mañana, me llevó a conocer otros acueductos, también en Telde. Recuerdo el de Tara, algo más bajo que el de Las Longueras, también el de la calle Inés Chimida (entre San Francisco y San Juan) más longo y estrecho, el de El Caracol, que mi padre me contó lo había erigido el dueño de la fábrica de Ron de Telde, don Juan Rodríguez Quegles. Si no todos, la mayor parte de ellos, fueron diseñados por don Juan de León y Castillo, este ultimo dato lo he sabido con posterioridad.

Con el tiempo, mi afición a visitar y deambular por nuestros barrancos no ha decrecido y cada vez que tengo ocasión, bien acompañado o solo, me interno en algunos de ellos, apreciando la belleza de su geología, botánica y zoología. De vez en cuando surge ante mis ojos, casi de forma fantasmal, los restos de algún que otro pequeño acueducto. Los he visto de mampostería y sillería en sus bases, y las acequias superiores por donde circula presurosa el agua, hechas a base de largos tablones de madera o troncos de árboles o palmeras ahuecados. También los vi de mampuesto y cal, pero casi todos ellos hoy han sido trocados por burdas tuberías de hormigón armado, metal y, para colmo de horterada, hasta de plástico o PVC.

El Cabildo de Gran Canaria a través de la FEDAC (Fundación para el Estudio y Desarrollo de la Artesanía Canaria) ha elaborado un exhaustivo e interesante Catálogo de Bienes de Interés Etnográfico y en él aparece, no solo los acueductos teldenses, sino la totalidad de los de la Isla. Como siempre, nos preocupa su conservación. Al Cabildo y a nuestro Ayuntamiento le falta personal. Son pocos los funcionarios que se dedican a algo tan importante como el Patrimonio Cultural. En el caso de Telde, prácticamente no existe personas dedicadas a tal cuestión. Desde aquí reclamamos al Gobierno Autónomo, al Cabildo Insular y al Ayuntamiento de Telde la creación de un cuerpo de vigilantes para salvaguardar estos elementos de la Cultura del Agua que junto a otros como estanques, presas, acequias y cantoneras, hoy por hoy, están dejados de la mano de Dios. Hay que invertir tiempo y dinero, no solo en su vigilancia, sino también en su restauración y en muchos casos en su rehabilitación. Los acueductos son parte integrante de nuestro paisaje, tanto rural como urbano. Hay quien reclama visitas guiadas a los lugares en donde éstos se encuentran. Debidamente explicados son lecciones vivas de economía y también por qué no de ingeniería industrial.

Nuestra excelente amiga la Dra. Dña. Amara Florido Castro, experta sin igual de nuestro Patrimonio Industrial, ha reclamado y sigue reclamando su protección más contundente ¡Hagámosle caso!

(3)
Comentar esta noticia
Comentar esta noticia
CAPTCHA

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.222

Quizás también te interese...

Quizás también te interese...

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.