
Más allá de la investigación en sí donde aflora la trama del caso Koldo, sobresale cómo un tipo de personaje concreto alcanza tanto poder en los ministerios y consejerías para hacer y deshacer a su antojo. Es decir, antes del presunto delito precede una antesala creciente de impunidad ética propiciado por el vacío político. Cuando estos perfiles se desenvuelven como pez en el agua en las distintas instituciones, sin poder rechistar los empleados públicos, con patente de corso otorgado expresa o tácitamente por aquel que lo ha nombrado, es cuando comienza la lujuria desatada del frenesí de las rapsodias de corruptelas.
Una inmundicia que logra el paroxismo a cuenta de la pandemia. Mientras muchos morían, incluso en la soledad, abandonados por el poder público, pensemos en las residencias de mayores de Madrid mal gestionadas por Isabel Díaz Ayuso, asunto de calado todavía por aclarar, algunos como Koldo (y otros) supuestamente hicieron su agosto a costa del erario público y el sufrimiento colectivo. Asco. La mera consternación se queda corta.
La vacuidad de los partidos, la ausencia de regeneración periódica de sus estructuras y la sobreprofesionalización de la política, facilita el elenco de Koldo, mediadores y otros actores que chapotean en las inmediaciones del desfalco moral y el ensalzamiento de los egos. Cuando ostentamos un sistema político que, dicho sea en términos generales, se ciñe para numerosos dirigentes a salvaguardar el repetir cada cuatro años en una lista pues de eso depende su presente y futuro personal y familiar, las alarmas anticorrupción antes o después se desactivan pues estos están a lo suyo.
De lista en lista y tiro porque me toca. Una tónica injusta para tantas personas honradas que se sacrifican en la política pero que, igualmente, ampara hábitos y prácticas que los Koldo y compañía aprovechan. A estos les es igual satisfacer su ego en un cartel electoral sino tan solo sacar tajada anudando conexiones en la sombra del poder. Cuántos jefes de Gabinete son desvirtuados como tal (están pensados para diseñar y ejecutar estrategias políticas) para ejercer de secretario personal y otros menesteres.
Koldo y demás estirpe, antes de ser aupados en los espacios palaciegos han chupado ratos y ratos de aburrimiento e ingratitud: esperar hasta las tantas de la madrugada para acompañar al político a casa, llevarlo en coche de un lado a otro, renunciar a los domingos y festivos, ir a los reservados de los restaurantes con antelación para saber que todo está en orden antes de que llegue el jefe… Los hay que hasta se permiten el lujo de llamar a empresarios en nombre del político para avisar de que pasarán pronto con el maletín para recaudar fondos para la campaña electoral que se avecina. Muchos quedan en eso. Otros se relajan y aprovechan, y las conexiones de la agenda dan lugar a comisiones y sustanciosos negocios. Corrupción de toda la vida.
Rodas | Martes, 27 de Febrero de 2024 a las 08:28:33 horas
En resumen, y aunque usted no se atreva a decirlo, en la izquierda también hay corruptos. Pero eso ya se sabía desde hace muchos años, no hacía falta que llegara un Koldo. ¿Se acuerda de Roldán, por ejemplo? Por supuesto, en su artículo no puede faltar el criticar a la derecha, aunque no venga a cuento. Es lo mismo que hace Sánchez cuando le crecen los enanos, inventarse que los demás también los tienen. No viene mal que los ciegos votantes de partidos de izquierda descubran que no es oro todo lo que reluce. La corrupción se tapa y crece con mentiras, y los mayores mentirosos están de Koldo para arriba.
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