
Ayer se fue un médico de primera línea, de esos que demuestran sus habilidades en el campo de batalla. Se fue un técnico curtido en las artes de la odontología, y una persona con un corazón de oro.
Ambas cualidades las practicaba a la misma vez: curaba las muelas y atendía con generosidad a todas las personas, especialmente a las desfavorecidas, las que no tenían otra cosa que ofrecerle más que su boca abierta. Se había formado en el Colegio Claret de Las Palmas, todavía recuerdo los piques estúpidos que teníamos por mi condición de alumno jesuita: pero nos reíamos de nosotros mismos, como chiquillos grandes que éramos.
Inició los estudios de medicina en el CULP, los prosiguió en la Universidad de La Laguna, y terminó con especialidades que se ofrecían con calidad en la Universidad de Buenos Aires (Argentina). En aquella segunda patria vivió unos cuantos años, y aprendió toda la práctica que España no le daba.
Con esa formación, y con la sencillez y alegría que le caracterizaban, decía: «cuidado, que yo soy aquí el que más títulos universitarios tiene: soy licenciado en medicina, soy odontólogo, y soy cirujano maxilofacial». Y estaba en lo cierto. Su habilidad técnica con el trabajo de las piezas dentales hizo que muchos clientes de la ciudad de Las Palmas acudieran a su consulta en Telde, que siempre estaba llena de gente. Y en muchos casos, repito, gente sin recursos a la que no cobraba, y a la que él atendía con el mismo cuidado que al pudiente.
Tal era su destreza profesional, que yo que he sido carne de dentista desde temprana edad, en consulta con otro odontólogo, me preguntó si una pieza determinada a la que señalaba era obra del doctor Francisco Román, y efectivamente lo era, y a su propio compañero le asombraba el trabajo y el resultado de aquella pieza.
En muchas conversaciones que tuvimos me confesaba que hubiera querido estudiar una carrera más, que siempre había deseado formarse como antropólogo. Semejante interés no dejaba de sorprenderme, aunque ahora que lo pienso, ese interés le venía de su enorme capacidad relacional, su natural afectividad hacia los demás, su preocupación por los otros, sus muchos amigos y amigas, su doble condición de conocedor y de conocido. Porque no solo era caritativo con los necesitados, era desprendido en humanidad para todo el mundo.
Nos acordaremos siempre de los torneos de pádel que organizaba en Bandama y en San Agustín, de las comidas y fiestas en las casas de los amigos, tantos recuerdos…
Ayer se fue el doctor Francisco Román Estupiñán, nuestro amigo Pupi. Descanse en paz.
Aniano Hernández Guerra es profesor y doctor de Sociología de la ULPGC.
Elena | Domingo, 25 de Febrero de 2024 a las 17:52:18 horas
Tuve el placer de trabajar con él y efectivamente tenía un corazón muy grande y bondadoso. Tal y como dicen ayudó a mucha gente.
Un gran profesional...
Descansa en paz
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