¡A confesar bien!

Amigos-as, recuerdo que alguna vez me han preguntado cómo hacer una buena confesión y con gusto yo les he indicado que el sacramento de la Confesión es un gran regalo que nos dejó Jesús antes de marchar al Cielo y que él mismo dijo a sus apóstoles: “Vayan por el mundo y perdonen los pecados a aquellos que se arrepientan.”

Les puedo decir que yo mismo me confieso con alguna frecuencia, aunque a veces también me despisto, pero sé que, desde el año 1965 en el que fui ordenado sacerdote con 8 compañeros por el gran Obispo D. Antonio Pildain en Agaete, me siento en el Confesionario, escucho y doy el Perdón en nombre de la Santa Trinidad a todo el que se acercas.

Hombre, sé que a veces se pasa algún trago amargo porque existe algún Confesor que se cree más Juez que Pastor, cosa que yo mismo experimenté una vez visitando Roma. Sí, me sucedió en la Basílica de Sta. María la Mayor que, viendo a un sacerdote en el Confesionario, me acerqué a él y le dije que yo era sacerdote y que hacía estudios en Bruselas, en Lumen Vitae, y que entre mis pecados estaba el que yo mismo a veces dejaba de rezar el Breviario…”

Amigos-as, aun recuerdo que, ante lo que yo le decía, él me dijo así: “Oiga, Ud. es sacerdote, y recuerde siempre que Ud. mismo prometió el día de su ordenación sacerdotal vivir fiel como sacerdote, y Ud. no lo está haciendo...así que abra el ojo.”.

Permítanme decirles que aquella Confesión tuvo su efecto, no por su forma, sino porque ella me enseñó a que, siempre que yo me sentase en el Confesionario, yo no era un Juez, sino que debía ser como un buen  Médico y un  buen Pastor que sabe acoger a todo el que llega.

Por ello, amigos lectores-as, desde este espacio les animo hoy a practicar la Confesión, sí, a recibir este gran regalo que Jesús nos ha dejado donde el sacerdote en su nombre nos dice:“Yo te perdono en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.”