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Sábado, 15 de Noviembre de 2025

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Camino hacia la desmemoria (LIX)

Un lugar olvidado y por rescatar: el Jardín del Conde

Reflexión del cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón, licenciado en Geografía e Historia

TELDEACTUALIDAD/Telde 2 Jueves, 25 de Enero de 2024 Tiempo de lectura: Actualizada Jueves, 25 de Enero de 2024 a las 21:19:14 horas

En la Zona Fundacional de la Ciudad de Telde, bordeado por las calles Conde de la Vega Grande, Don Esteban y Agustín del Castillo (en la entrada misma de esta urbe centenaria), se erigió una noble mansión para residencia familiar de los Señores Ruíz de Vergara y del Castillo, linaje éste que nace del matrimonio de un alto funcionario de la Justicia y de la menor de las hijas de nuestro fundador, don Cristóbal García del Castillo. 

 

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Éste último, tenía cierta predilección por su vástago a la que dotó de muy amplias propiedades, tales como las fincas o Cortijo de La Vega de San José (donde hoy se forman los barrios de San Cristóbal y San José de Las Palmas de Gran Canaria), algunas fincas en la comarca teldense, principalmente en la Vega Mayor y un amplio solar de casi dos mil metros cuadrados, con el fin de convertirlo en sus casas principales. De ahí surge la actual Casa-Palacio de los Señores Condes de la Vega Grande de Guadalupe, uno de los títulos de Castilla de mayor abolengo y notoriedad de todo el Archipiélago Canario. Ya hemos mostrado nuestra admiración histórica por don Cristóbal: Natural de Moguer en la actual provincia de Huelva, comerciante y banquero en Sevilla, vino a la Conquista de Gran Canaria con su padre Hernán García el viejo y un buen puñado a su cargo; destacando por su valor y decisión guerrera, se hizo acreedor de fama, tanto entre los suyos como entre los aborígenes. 

 

Terminada la Conquista de la Isla, reclama al Gobernador y a la Corona, se le pague todo lo previamente ofrecido y como resultado se le concede casi la mitad de la tierra más fértil de nuestra Vega. Dedicado al cultivo, transporte y comercio del azúcar, el llamado oro blanco, llegó a acumular la mayor fortuna de cuantas existían, en la primera mitad del siglo XVI en todo el Archipiélago. Hombre de exquisita cultura y esmerado gusto artístico, adquiere en Flandes el políptico de la vida de la Santísima Virgen, hoy parte integrante del Altar Mayor de la basílica de San Juan Bautista, así como el tríptico de La Adoración o de pincel, igualmente en el Templo Matriz teldense. Su lápida sepulcral, bellísimo ejemplo de grabado sobre piedra, ya ha sido motivo del anterior artículo. Con él empezó también la tradición de tapizar con tafetán rojo los paramentos de las principales capillas del templo antes aludido.

 

La Casa-Palacio comienza a construirse, mucho antes de lo que, en apariencia, pueda enjuiciarse, ya que parte de sus bajos fueron anteriores al propio edificio. A finales del XVIII sufrió una memorable transformación y en el XIX se le añadió algunas dependencias. Posee dos entradas: la principal que lleva directamente al patio y al piano nobile indistintamente, tiene notables labores de cantería y una columnata arqueada del más puro estilo manuelino, es decir sogueada. Sobre ella campea un bellísimo escudo que proclama la hidalguía y nobleza de sus dueños. A un nivel más bajo un gran portón adintelado, sirve para introducir en el edificio bestias y carruajes, que descansarán en un gran patio empedrado al que le circunda una galería porticada, en forma de “U”. Ya en el patio se nos abre una esbelta puerta de noble tea para introducirnos de manera absolutamente teatral a un recinto lleno de floresta.

 

Actualmente la anarquía vegetal se ha hecho con todo. Yerbajos silvestres, y todo los restos de antiguos árboles, pugnan por dominar el paisaje, entre piezas de cantería, depositadas allí sin orden ni concierto. Cincuenta años hace que, día a día, se haya ido deteriorando el bello jardín romántico de los Sres. Conde de la Vega Grande. Si tuviéramos tiempo para buscar en las memorias anuales de nuestros munícipes, aquellas que dedicaron a la autopropaganda veríamos, no libres de espanto, el dinero malgastado que presumiblemente iba destinado a la recuperación, mejora y puesta al día de  ese espacio verde. Primero fueron las escuelas-taller, después los PFAES, también los grupos (varios) de desempleados (parados) de más de cuarenta y cinco años y así una ristra de ocasiones desaprovechadas.

 

Actualmente, los vecinos de San Juan, principalmente los de la calle Don Esteban, asisten diariamente a la observación de un paisaje urbano degradado. El motivo de tal lamentable situación no la tiene nadie en particular y sí todos en general. El Ayuntamiento de Telde lleva más de 40 años utilizando todas las instalaciones de la Casa-Palacio Condal y aunque arregló el propio edificio, así como los talleres y garajes aledaños, jamás ha movido un dedo para rehabilitar el jardín. Tal vez porque al estar tras gruesas y altas tapias, el ciudadano de a pie no lo ve y el oscurantismo al que se somete no es rentable levantar, pues éste no da votos.

 

Hace más de veinte años publicamos en la Guía Histórico Cultural de Telde un extenso artículo en donde pacientemente desgranábamos los jardines particulares y privados de esta ciudad. Con especial atención nos detuvimos en éste del Conde relatando cómo era su aspecto a finales de los años sesenta principio de los setenta del pasado siglo XX: Las plataneras comunes e indianas, se entremezclaban con naranjeros (Naranjos), limoneros, aguacateros, papayeros, nispereros, guayaberos. Sobre sus paredes se volcaban los Chayoteros, así como los jazmines chinos, la madreselva y la estefanota. En sus estanques (uno de ellos con forma de fuente), flotaban nenúfares y berros. Así mismo, una glorieta de hierro centrada en el llamado jardín de arriba, era recubierta por dos rosales de enredadera de pitiminí o galletón, la una blanca y la otra rosa. Las calas tomaban la humedad de sus acequias de cantería y las gerberas, las clavellinas y los geranios lo cubrían todo y a manera de seto, bellos ejemplares de embelesos daban formas a pequeños parterres, en cuyo interior las plantas aromáticas y medicinales también poseían su espacio. Pero, en todo éste Jardín de Las Delicias, su protagonista principal era el famoso y popular Árbol de Las Especias, ya que su hoja parecida a la del Laurel, permitía añadir a las comidas el sabor de: el laurel, el clavo y la pimienta. Este bello ejemplar del que solo hubo dos en Telde (el otro en la casa del Dr. Don Juan Castro, entre la calle León y Castillo y Doramas), era la envidia de muchísimos teldenses, que pidieron una y otra vez a los señores Condes que les permitieran sacar un hijo de tan noble árbol. 

 

Créanme, es muy cansino para este Cronista estar escribiendo continuamente sobre lo que fue y ya no es. La ignorancia, la desidia, el abandono, la inoperancia, etc…, se manifiesta a diario en esta ciudad y su comarca, a pesar del amor que todos sentimos decir por ellas. Dice el tradicional refranero castellano: Obras son amores y no buenas razones. Amén.

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