
Llevo varios días preguntándome por las no visitas invernales de las garzas blancas a los estanques de Telde. Ayer me decidí a comprobarlo y, bajando la calle Inés de Chimida, tránsito casi obligado, entre la plaza del Convento de San Francisco y La Alameda de San Juan, llegué hasta un punto, en donde se puede ver el antiguo Estanque del Vallecillo de La Fuente o de San Pedro Mártir, cuyos orígenes algunos estudiosos del tema datan de los primeros años de la post conquista castellana, cuando Cristóbal García del Castillo lo erigiera.
![[Img #1002785]](https://teldeactualidad.com/upload/images/11_2023/8356_cronista-foto-reducida-opinion.jpg)
A todas luces se pueden apreciar reformas o reconstrucciones posteriores, tal vez del siglo XIX o muy principios del XX. Dibuja un plano cuasi cuadrangular: Una pared, la del lado Este, es de fábrica como en parte lo son las del Sur, Norte y Oeste, aunque buena parte de estas tres últimas están junto a la roca previamente horadada en roca. En el pasado, una docenas de patos de diversos colores anidaban y vivían en ese reducido ecosistema. Allí también, miles de pequeños peces desovaban y multiplicándose hasta la saciedad. Algo parecido, pero en menor número, lo hacían las ranas y sapos. Entonces, este estanque era un verdadero enjambre de vida, color y monótonos cloquidos. Los niños de los barrios limítrofes (San Juan, El Bailadero y San Francisco) se saltaban la baja tapia circundante para poner en práctica mil y una diabluras, que tenían por objeto martirizante a cuantos animales allí vivían. Eran otros tiempos y los niños también eran otros.
Volviendo a los inicios de nuestras palabras, comprobé un año más y van tres, que la pareja de garzas blancas, que allí descansaban de su periplo europeo-africano y con posterioridad africano-europeo, ya no vienen a visitarnos. Es cierto que las aguas de nuestros estanques no se renuevan con la cotidianeidad que lo hacían hasta los años setenta del pasado siglo XX. La comarca teldense (Léase Valsequillo-Telde) era un verdadero auditorio, en donde se sentía el paso y salto de las cristalinas aguas de las diferentes Heredades: Las presas, acequias, cantoneras y, al final, la caída libre del valorado líquido sobre la piel movediza de los estanques, interpretaban la más bella sinfonía. Tal vez, sólo tal vez, los valsequillenses (O valsequilleros, según algunos) y los tedenses no éramos conscientes de la riqueza vivencial que nos ofrecía la madre Naturaleza y el ingenio de los seres humanos.
Éramos realmente ricos, en cuanto a sensaciones: La humedad ambiente, las brisas rasantes que las aguas propiciaban y el frescor como resultado; el olor penetrante del limo, el barro y la tierra humedecida como resultado. La multitud de colores con sus respectivos reflejos permitían a nuestros ojos maravillar a la mente. Así los más selectos entre todos nosotros, los poetas (Julián y Saulo Torón Navarro, Montiano Placeres Torón, Luis Báez Mayor, Braulio Guedes Santos, Hilda Zudán, Fernando González Rodríguez, Patricio Pérez Moreno, Ricardo Placeres Amador y algunos más) cantaron esa realidad palpable de indudable belleza, tanto en el paisaje rural como en el urbano.
Caminar por nuestros barrancos era encontrarnos con la Naturaleza desbordante de los mismos, ésta siempre unida a un cauce de agua. Las acequias servían agua a los cultivos y a las variopintas macetas domésticas; saciaban la sed de los animales y su agua destilada lo hacía con los humanos. Las lavanderas ejercían su esforzado oficio, bien de rodillas o con sus extremidades inferiores cubiertas, en parte, por el líquido que serenamente marchaba… En las acequias se parlamentaba, las más lengüimas despellejaban a propios y extraños, se hacían chistes y bromas de todo tipo, se recitaban décimas y demás composiciones (Prontistas), que aquí recibían el nombre de envites; pero la mayor parte del tiempo se cantaba, casi siempre coplas.
Siguiendo el curso de la Acequia Real y otras, el agua quedaba, a buen resguardo, en los estanques.
Ayer, pregunté a un experto en la materia, cuántos estanques existirían en esta comarca ¿Cien, ciento cincuenta, doscientos…? Me confesó que era casi imposible contabilizarlos, ya que los había de todo tamaño y condición, a veces convertidos en aljibes para evitar así la evaporización de su preciado contenido. Hicimos memoria, sin ánimo de emular a los sabios, que en este caso como en tantos otros los habrá.
Los primeros estanques que vinieron a mi mente fueron: El de la finca de mi tío Francisco Pérez de Azofra (Don Paco el Nuevo, que así se le conocía popularmente) en la bajada de El Caracol y, a un tiro de piedra de éste, los llamados de La Planta de la Luz o de El Campillo. Dando un salto de unos doscientos cincuenta metros, tal vez un poco más, en la longa calle Picachos, en su parte superior, nos dábamos de bruces con un cubillo o recipiente redondeado hecho a base de hormigón armado; a pesar de estar éste un poco alejado de la vía, ésto no era óbice para que se oyese el ruido tronador de sus chorros de agua.
Cuando esta calle se unía con la carretera de Melenara, una pared de piedra con enormes y gruesos contrafuertes marcaba la presencia de una de las obras de ingeniería más notables de Telde, el noble Estanque de Los Picachos, su silueta la marcaba su forma rectangular. Y su accesibilidad le hizo ser el escenario de algún que otro accidente infantil y muertes por ahogamiento. En donde hoy está la frustrada Estación de Guaguas Interurbanas, existe otro gran depósito de agua, que actualmente techado, cumplen sus funciones como cancha deportiva. Junto al de Los Picachos ennoblece la ciudad el archiconocido Estanque del Conde o de Narea. En el caso de aquel y de éste, muy feamente tapiados para evitar desgracias de índole superior. Hoy proponemos que desde Patrimonio Histórico (Gobierno Autónomo, Cabildo y Ayuntamiento) se sustituyan los bloques de cemento, que forman esos delgados muros añadidos por pantallas de cristal antivandálico, que a la misma vez que evitarían los accidentes no deseados, permitirán la visión de nuestros estanques, partes esenciales e indiscutibles de nuestro acervo cultural.
Otros estanques a los que tuve acceso en mis años de niñez y juventud fueron los de la zona de El Cubillo y los alrededores de La Vizcaína. El primero de ellos se llamó así por ser de forma cónica y fue realizado en duro hormigón. El resto, de notables proporciones, hacían la delicia de los adolescentes que hasta allí iban a nadar en tiempos de canícula.
El pequeño estanque de La Placetilla estaba situado al Nordeste del Distrito Fundacional de la Ciudad. Para éste pedimos la misma solución que para los anteriormente nombrados de Los Picachos y de Narea. Cuestión ésta que se podría aplicar al histórico del de La Cuchara, en la zona de Marpequeña, final del Callejón de Castillo, históricamente el más importante de cuantos existen en todo el suelo municipal.
No es intención del Cronista que ésto escribe de olvidarnos de un estanque de mediano tamaño y forma ovalada, que existe en el margen izquierdo de la carretera, dirección Telde-Melenara. Ese estanque conocido por el Del Barranquillo del Calero, o de don Esteban Navarro fue todo un referente para las gentes del lugar y, durante muchísimos años, el único en que se podían ver patos ¡Las veces que hicimos parar el coche a nuestro padre para contemplar desde lo alto, junto al puente, aquellas aves que se desplazaban sutilmente por sus aguas verdinosas! Tanta lata le dimos a nuestro progenitor que un día, hizo que le regalaran dos de ellos y nos los trajo para general regocijo de los pequeños de la casa y de toda la chiquillería de la Calle Tomás Morales (Callejón City) y resto de calles-callejones del centro de Los Llanos.
Y como casi siempre, las rememoranzas nos sirven para actualizar nuestro posicionamiento cívico-social. Estaría más que bien que las autoridades hicieran suyo el deseo de éste Cronista que no es otro que los estanques de Los Picachos, Narea, La Placetilla y La Cuchara sean declarados Bien de Interés Cultural para así evitar posibles demoliciones y ventas al mejor postor como solares, ya que tememos que con un simple “estudio de detalle” sirva para levantar con posterioridad un edificio, cosa muy usual por estos lares.
























Morgan | Martes, 23 de Enero de 2024 a las 14:47:57 horas
Absolutamente de acuerdo con éste gran cronista y con las opiniones de los anteriores usuarios... Qué pena que no se mantenga la esencia de nuestro Telde.
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