Alarmante el panorama de pederastia dentro de la iglesia española. Pero más cruento aun es el silencio estructural de la Iglesia católica durante décadas para tapar una realidad que le desbordaba, inculpaba a su estructura por acción u omisión y, de paso, le recuerda que la negación de la libertad sexual conlleva, entre otras cosas, disfunciones, trastornos y frustraciones. Un dislate absoluto producto del retardo mayúsculo de la Iglesia católica por actualizar sus normas internas. El vacío en los seminarios, la falta de vocaciones, lo dice todo.
Pero encima hay cientos de miles de niñas y niños que han sido abusados a manos de los sacerdotes y que merecen, por dignidad, que su dolor sea reparado e indemnizado. Por no mentar que muchos han arrastrado en sus vidas el dolor psicológico por el daño que padecieron cuando era inocentes desprotegidos frente a las sotanas diabólicas amparadas por el largo manto de silencio de la cúspide eclesiástica.
El papa Francisco ha convocado a todos los obispos españoles al Vaticano el próximo 28 de noviembre para abordar esta dramática situación. Me temo que el papa se encontrará de nuevo con las múltiples resistencias internas que tratan de laminar su misión de transparencia y regeneración. Un hábito en Roma que aflorará, otra vez, a son de la pederastia no solo acontecida en España sino también en otras latitudes.
El informe del Defensor del Pueblo calcula que las víctimas de agresiones sexuales por la Iglesia católica alcanzan las 440.000 personas. Es horrible el contexto que recoge la labor de Ángel Gabilondo y que, a buen seguro, el defensor querría haber llegado más lejos. No es un incidente puntual o más o menos recurrente. Es la degradación de niñas y niños de manera sistemática por la corrupción sexual eclesiástica. Y esto lo sabían las distintas jerarquías en décadas. Cuando se llega a semejante nivel de víctimas, no pueden alegar que desconocían lo ocurrido. La responsabilidad de la Iglesia católica es evidente.
Abusos y encubrimientos en numerosas y persistentes agresiones sexuales al calor de sotanas perversas. Menores y familias rotas. Vidas diezmadas. Y, por si fuera poco, la colaboración eclesiástica se ha ceñido a cumplir lo mínimo. No es que el Defensor del Pueblo haya hecho su trabajo, que también, faltaría más, es que la propia Iglesia católica (con sus obispos al mando) tendría que haber activado una investigación propia, costase lo que les costase. Menuda pasividad la de la Conferencia Episcopal Española. Ahora el papa Francisco les llama al orden al Vaticano. Pero el prestigio eclesiástico sigue descendiendo a raudales y ahonda en la crisis sistémica que atañe a la Iglesia católica. Niñas y niños desgarrados para siempre. Nauseabundo. Imperdonable. Qué asco.

























Olga Maria Rivero Santana | Sábado, 04 de Noviembre de 2023 a las 10:08:23 horas
¡Repugnante y muy doloroso, por los hechos y por su ocultación! Sea el colectivo que sea, es despreciable y condenable éstos aberrantes delitos y no cabe otras acciones que no sean destapartos, condenarlos y que paguen con todo el peso de la ley, los que los han hecho y los que lo han tapado, así omo todo el apoyo y las ayudas que necesiiten las víctimas. Ahora, que ¡por fin! se ha corregido la absurda ley del sí solo es sí (que la rebajado penas y hasta liberado a pederasts y violadores), ahora, digo, que sean quiénes sean, lo paguen.
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