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Caminando hacia la desmemoria (L)

Tajamares de hormigón, vergüenza teldense

Reflexión del cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón, licenciado en Geografía e Historia

TELDEACTUALIDAD/Telde 2 Jueves, 26 de Octubre de 2023 Tiempo de lectura: Actualizada Jueves, 26 de Octubre de 2023 a las 21:03:59 horas

Más de uno de nuestros sufridos lectores se preguntará qué significa la palabra tajamar, que intencionadamente hemos elegido para titular el presente artículo. Un tajamar es la parte que se agrega a las pilas- pilares de los puentes, aguas arriba y aguas abajo, en forma de curva o angular, de manera que pueda cortar el agua de la corriente y repartirla con igualdad por ambos lados de aquellas (aquellos). Estas construcciones hacen que las pilas- pilares de los puentes ofrezcan menor resistencia a la fuerza de arrastre generada por el agua. También son conocidas como partidores de aguas. Deben situarse tanto aguas arriba como aguas debajo de los pilares para evitar así problemas de erosión y socavación en las cimentaciones.

 

Para los neófitos en estas lides, pudiera parecer meros cuerpos decora[Img #979636]tivos, que dan cierta prestancia y robustez a las bases de los puentes. Hasta aquí todo bien, pero vamos a concretar mucho más sobre este asunto y su vinculación con la estética paisajística de la ciudad de Telde: El Puente de los Siete Ojos, así bautizado por el común de los ciudadanos, que se llamó en un principio Puente sobre el Barranco Real de Telde, es obra del Ingeniero de Caminos, Canales, Puertos y Señales Marítimas, don Juan León y Castillo (Las Palmas de Gran Canaria, 2 de abril de 1834 - 14 de julio de 1912), y ha sido una de las obras de infraestructura viaria más vanguardista del panorama insular. Su proyecto comenzó a realizarse en torno a los primeros años de la década de los sesenta del siglo XIX, siendo la culminación de una reivindicada obra de mejora de los antiguos caminos reales existentes, entre la capital de la Isla y esta ciudad de Telde.

 

Don Juan de sobra conocía el más que lamentable estado en que se encontraba la vieja vía en sus casi dieciocho kilómetros de recorrido: Tierra, piedras sueltas, baches por doquier y curvas en abundancia imposibilitaban, varios meses al año, el tránsito de carretas, dejando el transporte de mercancías y pasajeros para ser portados a lomos de bestias, ya fueran caballos/yeguas, burros/as, mulos/as y, no pocas veces, bamboleantes camellos. Esto último hacía de la comunicación terrestre hacia el Sur de la Isla toda una aventura. Pues si llegar a la segunda ciudad en importancia de la ésta era harto difícil, imagínense ustedes lo que erra alcanzar las villas de El Ingenio y Agüimes, por no hablar de los pueblos de Santa Lucía y San Bartolomé de Tirajana, Arguineguín o Mogán.

 

Don Juan León y Castillo, hombre experimentado en el mundo de la Ingeniería, a pesar de sus pocos años, ya se había enfrentado con el diseño de una carretera harto difícil que llevaba a Panticosa, en pleno Pirineos. Como estudioso de la Historia reconocía en el trazado de carreteras y canales, la mejor manera para desarrollar económicamente un país (Siempre ponía como ejemplo Inglaterra, Francia, Países Bajos o Alemania). Así cimentó las creencias de que Gran Canaria debía enfrentar su futuro con dos redes complementarias de comunicación: Una formada por carreteras que comunicara pueblos, villas y ciudades de toda la Isla con Las Palmas de Gran Canaria. (En aquel momento sólo denominada Las Palmas) y otra no menos interesante, como era la creación de un perfecto conjunto de pequeños puertos auxiliares para el llamado tráfico de cabotaje, en este caso como fórmula eficaz de envío de frutas y otros productos agrícolas y ganaderos hacia los mercados capitalinos y el futuro Puerto de La Luz, en la Bahía de Las Isletas. Estos diques se construirían en Melenara, Arinaga, Arguineguín, Mogán, Tauro, Tasarte, La Aldea de San Nicolás, Agaete, Sardina del Norte y Bañaderos. No todos se terminaron, ni fueron realizados con igual extensión.

 

Pero volvamos a nuestro célebre icono: El Puente de los Siete Ojos, a los pies mismos del poblado aborigen de Cendro, llegando a la propia entrada de la ciudad de Telde. Tenemos constancia que hubo que salvar no pocas trabas administrativas, tanto a nivel provincial (Recordemos aquí y ahora que la Provincia Única de Canarias, se dirigía con puño, de hierro desde Santa Cruz de Tenerife) como a nivel estatal. Pero el tesón de los León y Castillo, Juan (diseñador del proyecto) y Fernando (hábil parlamentario) hicieron posible el sueño de generaciones: Salvar el cauce del Barraco Real con un hermoso y más que necesario puente.

 

La carretera, que partía del barrio capitalino de Vegueta y de su Cementerio Católico, atravesaba el barrio marinero de San Cristóbal, bordeando el acantilado de La Laja y, salvando un escollo de duro basalto a través de un ingenioso túnel por la llamada Mar Fea, se entraba en una barranquera que asomaba al frondoso valle de Marzagán-Jinámar. Después, entre cuestas y serpenteante trazado, dejaba atrás la Cruz de la Gallina; para volverse a asomar en la Vista de Telde-La Primavera y, partiendo en dos una finca de explotación agropecuaria del propio don Juan, llegar al seco cauce del Barranco Real. Las expropiaciones fueron una lucha casi insalvable, con las que la alta burguesía y la baja nobleza establecieron batalla legal. Vencidas éstas, sólo lograrían parar la ansiada vía férrea que a través de un tren debían unir ambas ciudades.

 

El famoso puente se hizo en un tiempo récord de dos años aproximadamente. A pesar de que en algunas avenidas invernales de aguas detuvieron sus obras, éstas se reiniciaron, algo más tarde, reparando algún que otro desperfecto. En 1968 las principales autoridades cortaron la cinta con los colores de la bandera española, quedando por inaugurado, el por entonces, puente más extenso de todo el Archipiélago. Los diferentes rotativos aplaudían con unanimidad al joven ingeniero, que con unos treinta y pocos años, ya despuntaba como el liberador del comercio y la sociedad grancanaria.

 

Dando un salto vertiginoso sobre la Historia, vienen todos nuestros pesares. En los años setenta-ochenta del pasado siglo XX, el tráfico rodado sobre el Puente de los Siete Ojos había crecido exponencialmente, de tal forma y manera que era del todo inviable seguir manteniéndolo con una sola vía. Las colas a un lado y a otro eran cotidianas. Así que se diseña el ensanche del mismo, optando por lo más barato y lógico, que era adosarle un cuerpo similar, esta vez de hormigón armado. Acalladas las voces de los que pedimos un tratamiento especial para esa obra, acusándonos de retrógrados y de histerico-artístísticos, se dio carta blanca para hacer lo que hoy tenemos. En aquel entonces, desde todas las administraciones, tanto locales, insulares como autonómicas y estatales, se nos prometió que la obra en cuestión se iba a rematar con cantería, de tal forma y manera, que no se notaría la diferencia estética, entre lo antiguo y lo nuevo. Al pasar uno, dos y tres lustros sin hacerse nada de lo prometido, se engañó a la ciudadanía con aquella norma de debemos dejar esa diferencia para que en el futuro se sepa, exactamente, cual era la obra de don Juan y cuál el añadido. Sin duda alguna la disculpa, pues era solamente éso, una disculpa, sólo engañó a los más bobos y nos dejó un adefesio o escupitajo de hormigón visto, que han querido disimular pintando los arcos y los tamajares de color gris humo. Después, en el año 2000 se llevaron a cabo obras de iluminación, que el vandalismo de algunos, hicieron insostenibles por falta de vigilancia. Y para colmo de males, se le añadió ocho farolas vulgares, sobre tubos metálicos horrendos, que desdicen de la importancia de tal obra de ingeniería.

 

En fin, un cúmulo de nefastas actuaciones, con añadidos atemporales que hablan de improvisación y mal gusto, suponiendo un atentado permanente a la Historia de esta más de seis veces centenaria Ciudad Arzobispal.

 

Desde aquí reclamamos, a quien corresponda, que se declare al Puente de los Siete Ojos, BIC (Bien de Interés Cultural), y se acometan las obras necesarias para su restauración, que pasaría claro está, por cumplir la vieja promesa de cubrir toda su parte oeste de cantería, evitando así el bochorno cotidiano de visualizar tan magna obra con añadidos de rudo hormigón.

 

El Excelentísimo y Muy Ilustre Ayuntamiento de Telde, una y otra vez, ha tomado su imagen como estandarte o logo de la Ciudad. Ya es hora de que arrimemos el hombro para darle la estética que merece, sin tener que aplicar filtros y demás correctores informáticos para que aparente lo que hoy, por desgracia, no es.

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