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Opinión

Telde y sus árboles. El ecocidio de una ciudad

Reflexión de José Manuel Espiño Meilán, profesor, ecologista, escritor y vecino de Salinetas

JOSÉ MANUEL ESPIÑO 3 Martes, 17 de Octubre de 2023 Tiempo de lectura: Actualizada Martes, 17 de Octubre de 2023 a las 07:06:21 horas

Acabo de llegar de Utiaca, un pago de San Mateo que aún conserva su espíritu rural y se respira el olor a tierras cultivadas.

 

El calor o la calor, pues ambos géneros los reconoce la RAE según los orígenes de los castellano hablantes, castigaba fuerte, pues marcaba el termómetro al sol treinta y seis grados. Me encontraba con un agricultor del lugar, sentado bajo un aguacatero. Allí se podía estar, juraría que había un frescor especial bajo aquella sombra. Hablamos de los divino y de lo humano mientras compartíamos una jarra de fría limonada natural, aquella que se hace con agua fresca y el zumo de unos limones, sin necesidad de azúcar.

 

Cuando regresé a Telde, camino de Salinetas, adquirí un termómetro. Quería ratificar algo obvio, pero que muchas personas ni siquiera han pensado en ello.

 

Y así fue. Bajo los árboles la temperatura era menor. El termómetro del coche marcaba una temperatura exterior de treinta y cinco grados y justo bajo el dosel vegetal de los laureles de indias de la rambla, donde se encuentran las escasas mesas de las que dispone la panadería El Amasijo, la temperatura descendía hasta la treinta y un grados y medio.

 

Sólo eran necesarios un puñado de árboles colocados en fila y su masa foliar bajaba la temperatura hasta volverla agradable.

 

Volví a observar la rambla con vecinos transitando bajo ella, ahora que la limpieza de su suelo y de sus bancos era diaria y elevé la vista para ver como la masa foliar de los árboles ocultaba los ardientes rayos del sol inmisericorde que arrojaba fuego sobre el asfalto. Pensé entonces en la loca propuesta de eliminar árboles y en un insensato anteproyecto.

 

No iba a suceder. Nadie podría eliminar la única rambla de toda la costa de Telde, una costa sometida al solajero más duro y pertinaz, por obra y gracia de ocurrentes corporaciones que jamás pensaron en mitigar sus efectos, en favorecer a todos y cada uno de los ciudadanos que día tras día transitan bajo el solajero sin encontrar sombra alguna.

 

Me pregunté como una sociedad que se dice avanzada dispone de una ley de bienestar animal que entre otras “bondades” da el beneplácito para poner en peligro la biodiversidad de las islas, confiriendo una patente de corso a los gatos asilvestrados, domésticos y abandonados para deambiular libremente y matar todo lo que se encuentren: aves, reptiles… y, sin embargo, no hay una ley de protección para aquellos otros seres vivos que nos proporcionan oxígeno y vida, los árboles, una ley de amparo que permitiera que quienes obren en su contra, incurran en delito.

 

Pero volviendo a nuestra realidad municipal, al parecer a nuestros munícipes poco les importa el cambio climático. Al parecer a todos ellos, el asfalto y el coche son los dioses a proteger y mimar, pues a ninguno de ellos he visto plantar, promover plantaciones y mantener lo ajardinado.

 

A todos ellos les digo que no es así, que hay otras reglas que se están imponiendo y que se basan en el respeto a los seres vivos que nos dan sombra, oxígeno, belleza y amparo. También les digo que los árboles enferman porque no se cuidan -observen algunos de los laureles de la rambla con gran parte de sus hojas cubiertas de cochinilla blanca, cuyo tratamiento es bien sencillo, tratarlas con un fungicida específico y ya tenermos el laurel sano, pero no, no se hará porque interesa que enfermen de verdad-, y si sueltan hojas es porque estamos en otoño y, en cualquier ciudad que se precie, es la estación donde toca recogerlas a diario, limpiar el árbol y compostar la materia orgánica retirada.

 

Pero me temo que no se hará. Da la impresión de que los árboles molestan. Hablaba la semana pasada de una limpieza diaria, sin precedentes, en la rambla de Salinetas y como, sobre la marcha, limpio el pavimento, las personas comenzaron de nuevo a transitarla y a ocupar sus bancos. Fue esa la única razón de mi artículo: “Telde, un nuevo despertar”. No quiero pensar que era un espejismo, tal y como me respondieron en Telde Actualidad varios de los lectores en sus comentarios. Quería confiar en una nueva manera de hacer y conservar lo verde, pero no puedo esconder que ante las talas previstas en muchos barrios y calles teldenses y el anteproyecto ideado para la rambla de Salinetas, comienzo a inquietarme.

 

Que cada uno de los vecinos de este Telde, triste y desamparado en que lo quieren convertir, protejan su árbol más cercano. Cualquier árbol del municipio es un bien esencial para la salud y la vida. Contacten con Medio Ambiente del Cabildo, agentes forestales, Seprona, medios de comunicación, ecologistas…, si los van a dañar, pues los responsables de la gestión pública -los de ahora y los de antes-, están cuatro años en el cargo y cada árbol que talan alberga una vida de varias decenas de años, algunos cientos y lo mínimo que les debemos es respeto.

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