
¿Cuándo perdimos la capacidad de asombro ante el horror? ¿Cuándo nos convertimos en seres insensibles a las desgracias ajenas? ¿En qué momento la tragedia se convirtió en cotidiana? ¿Cuándo nos convertimos en ratones?
Cada día, cada hora, despierto en la tragedia, en la tristeza de saberme una privilegiada mientras tomo mi café de buena mañana y escucho en la radio la arribada continua de hombres, mujeres y niños desesperados, en la desesperación más absoluta de lanzarse al mar y llegar a nuestras playas o morir en el intento.
Cada día las imágenes en la prensa, en el Telecanarias, los mismos cuerpos hacinados y extenuados, las mismas venas de África desangradas y me pregunto, otra vez me pregunto, nunca dejo de preguntarme, cuándo dejamos de vernos reflejados en la piel del otro, cuándo dejamos de lado el respeto a la dignidad debida al ser humano.
Quiero entender como entienden los niños y saber, que alguien me cuente, cómo nos hemos inmunizados al dolor, anestesiados o dopados para no ver el sufrimiento, que me digan cómo hemos dejado de ser sensibles al espectáculo del horror diario.
O tal vez, pensamos que la vida es así, que qué suerte haber nacido en el paraíso, y qué desgracia quienes nacieron en la otra orilla.
O tal vez, nunca pensaste más allá de ti mismo y crees que cada uno tiene lo que se merece y tú te mereces la suerte de vivir aquí porque solo el que trabaja, produce y sabe girar la cabeza y no ver nada de lo que ocurre a su alrededor, sobrevive.
O tal vez, nunca viste a un niño gritar “Barça o muerte” y Barça era la otra orilla, la de la esperanza no la de la miseria ni de la muerte.
“Barça o muerte” es el grito de guerra de los niños en las calles de Senegal que sueñan con arriesgar su vida sabiendo que pueden morir en el intento.
O es que solo somos fantasmas en esta calima del desierto, seres ya muertos, ciegos, sordos y mudos que deambulan por estas tierras lejanas, ausentes del dolor ajeno, inmunes a la tragedia que nos rodea.
























Roberto López | Martes, 17 de Octubre de 2023 a las 10:21:42 horas
Las mafias que se lucran con este sórdido negocio y con operan con total impunidad, contando además con la cooperación directa de conocidas ONG's y por supuesto de nuestros políticos, son los principales responsables de las desgracias que usted menciona en su artículo. Los que llegan en patera o cayuco han pagado su pasaje (y no barato, precisamente) y poco o nada se lucha contra estos traficantes de seres humanos, que además vienen persiguiendo un sueño europeo que es una pura quimera, una fantasía irreal. Europa está agotada, arruinada y con muy poco margen de seguir absorbiendo por millares estas oleadas de inmigrantes. No hay servicios sociales que funcionen ya ni para ayudar a los locales, cuanto más para los foráneos. Los Estados del bienestar (incluso los más reputados como los de los países escandinavos) están quebrados. Todo esto significa que la mayoría de los que llegan se ven abocados a la marginalidad y la delincuencia, campo abonado para la frustración y radicalización, con consecuencias sociales que no creo haga falta exponer por evidentes. Discurso fascista, dirá seguramente usted. No señora mía, discurso realista, que es muy diferente. ¿Duro de oír? Pues si, no le digo que no, pero aquí no se trata de alegrar los oídos o aliviar las conciencias con cuatro proclamas absurdas, sino de afrontar el problema desde la cruda realidad que vivimos y que se resume en que Europa no tiene capacidad para seguir soportando este flujo migratorio. Todo lo demás son flores, pajaritos y arco iris.....
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