
Ayer en Gáldar, enclave de guanartemes, Teodoro Sosa contrajo matrimonio con Alejandro Domínguez. Por lo civil, desde luego, aunque ojalá llegue pronto el día en el que la Iglesia católica se abra y oxigene e incorpore el oficio de casar a dos personas del mismo sexo con la normalidad debida. La jornada festiva estuvo garantizada, incluso la expectación generada en el norte por ser uno de los protagonistas el alcalde más votado: 19 de 21 concejales, por goleada. Pero, en el fondo, lo mejor es que se produjo un acto natural y deseado que, no olvidemos, ha tenido que conquistarse socialmente.
También en la izquierda. En los partidos progresistas el machismo anidó en parte de la cultura de la dirigencia y la
militancia hasta hace no mucho. El imperio de la contradicción. Igualdad para las causas de la clase obrera y ninguneo del feminismo aliñado por el ‘machismo-leninismo’ (por aquello del marxismo-leninismo). Ha habido auténticas ruindades dentro de las organizaciones aprovechándose de la condición sexual de un cuadro o militante.
El director Eloy de la Iglesia lo retrató en su película ‘El diputado’ (1978): un político de izquierdas en plena Transición, justo cuando va a asumir el liderazgo de su partido, es chantajeado por la extrema derecha con hacer pública su homosexualidad y así dinamitar su trayectoria pública, tanto de cara a los suyos como a la sociedad. Está ambientada en la España de la incipiente apertura democrática y, sin embargo, en el presente amargas ráfagas reaccionarias retornan a lomos del patriotismo.
No hay nada más sano que poder vivir en consonancia con lo que sientes, con tu identidad forjada y elegida vitalmente. Todo lo demás, conduce a la frustración, al paso mísero por el planeta y a no ser quien realmente te gustaría. Y durante siglos, y hasta hace nada, diversas estructuras de poder con sus ecos culturales hicieron daño a las personas por tratar de negar y taponar su homosexualidad.
Muchos aportaron sus esfuerzos para que lo ocurrido ayer en Gáldar (como en tantos otros sitios) esté normalizado. Seguro que tanto Alejandro Domínguez como Teodoro Sosa han tenido que sortear meandros ingratos y sinsabores para lograr ser lo que hoy son, por sí mismos como en común. Son valientes. Y compartieron su dicha en tierras galdenses al tiempo que sirven de ejemplo tanto para otros que quisieron pero no pudieron como para los jóvenes que querrán, a su modo, disfrutar en el mañana de un festejo que la homofobia ni nadie puede arrebatar. En fin, larga vida al amor. Sean felices.
























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