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Jueves, 06 de Noviembre de 2025

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Caminando hacia la desmemoria (XLVII)

La importancia de lo blanco

Reflexión del cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón, licenciado en Geografía e Historia

ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN Jueves, 05 de Octubre de 2023 Tiempo de lectura: Actualizada Jueves, 05 de Octubre de 2023 a las 20:25:09 horas

Cuando viajamos por España, por esa España nuestra que tiene su marca europea en los Pirineos y se abre extendiéndose allende los mares por tres continentes, descubrimos una variedad insólita en sus paisajes, en sus mujeres y hombres, en sus culturas. Y es en esa multiplicidad formal, en ese mosaico de pueblos en donde nace una manera de hacer y comportarse. Sobre todo ello campea el idioma español, que no es exactamente el mismo en todos los lugares, ni en la metrópolis ni en su ancho Imperio. Cada región o país tiene formas particulares de expresarse, bien en el tono o en el empleo de localismos que su suma global enriquece sobremanera nuestro idioma común.

 

Más de seiscientos millones de personas expresan, sus ideas y sentimientos en aquella lengua, herencia[Img #969156] común aportada por Castilla. Pero aquí y ahora no vamos a teorizar sobre la Cultura Hispánica, si así con mayúsculas, pues ésta es compleja y su conocimiento total está por encima de las posibilidades de este artículo, pero podemos intentar un acercamiento a ella basándonos en su arquitectura, a la que los griegos, no en vano, llamaron la primera de entre todas las artes.

 

Llegados a este párrafo se preguntará el lector qué tiene que ver lo blanco con todo lo anteriormente manifestado; pues vamos a ver si somos capaces de explicarlo.

 

Lo blanco, es decir, el uso del blanqueo o de la cal si ustedes lo prefieren. En la arquitectura popular ¿a qué obedece? ¿qué zonas ocupa? ¿por qué ha sobrevivido a modas y siglos? Y así nos podríamos plantear mil preguntas más. Pues bien, he aquí las conclusiones a las que hemos llegado: podemos separar dos tipos de arquitectura: Una de piedra (sillería o no) al norte del País, es decir: Galicia, Asturias, Vasconia, Navarra, León, algo menos en La Rioja y en ambas Castillas, aunque la Región Manchega sea otra cosa. Y la otra al sur de Despeñaperros, que ocupa con creces Andalucía y el Levante, en donde el verdadero protagonista arquitectónico es lo blanco.

 

Corresponde la primera a zonas de abundantes canteras y ese factor es, sin duda alguna, algo que hay que tener en cuenta, no dejando a un lado su clima, que da al cielo ese color grisáceo plomizo como si de un manto de cenizas se tratara.

 

Tal vez, tampoco estará de más recordar que fueron eternos campos de batallas durante los largos años de la Reconquista (en total ocho siglos). Quizá por todo ello, podemos apreciar un gusto por las edificaciones extremadamente cerradas, de grandes portones y con un alusivo carácter de fortaleza.

 

¿La piedra hizo al hombre o por el contrario el hombre hizo a la piedra? Ese es un enigma más entre tantos por desvelar, pues el carácter de los españoles de esa zona es muy introvertido, de fuertes y nobles sentimientos, de enormes convicciones éticas y morales. Así pues, podríamos afirmar que el hombre es piedra, pues la piedra se identifica con el ser de ese hombre del Norte.

 

Pueblos y ciudades oscuras y tristes, melancólicas, preñadas de una monotonía casi total, en donde se dan cita caballeros, damas, doncellas y celestinas. Es una tierra de campanarios coronados por nidos de cigüeñas de altas tapias verdigrises, de grandes y pequeños conventos de clausura, en donde el susurro es pecado, en donde el tiempo pasa, pero el espíritu y la piedra permanecen.

Somos conscientes de que en el párrafo anterior hemos generalizado, cometiendo así la falta que hace errar a la mujer y al hombre que emite juicio, sin admitir matices que siempre los hubo y los hay.

 

Mas al Sur estalla la luz y el color, la incontenible alegría de lo blanco. El uso de la cal es indudablemente herencia y por lo tanto deuda del mundo árabe, como lo son palabras tales como: El zaguán, la azotea, la acequia y tantas cosas más. Corresponde el enjalbegado a una arquitectura hecha a base de ladrillos de adobe o barro cocido y también a paredes de tosca mampostería a la que es preciso remozar aplicando esa capa de color alba, en la que el Sol del mediodía se estrella precipitándose, desde lo más alto como en un abismo sin fin.

 

Es la España creada para la paz de las huertas, la tranquilidad de los jardines, el sosiego de las plazas. Es la España, al término, arrebatada al moro y que tal vez jamás hemos llegado a comprender del todo. Campos de labor preñados de agua que, previamente, se ha guardado en presas, estanques, aljibes para después corretear alegremente por acequias, saltar de desniveles en pequeñas cascadas o elevarse a través de norias, para así, llegar cantarinas a los fértiles surcos, en donde explota la naturaleza en forma de verduras y árboles frutales. Y es de esa España nueva de donde nos llegan nuestros primeros fundadores y colonizadores. Levantando un pequeño fortín junto a un río (hoy seco cauce del Barranco Real), cerca de dos poblaciones antiguas llamadas en lengua aborigen: Tara y Cendro.

 

Junto al núcleo urbano fundacional de Telde (Barrio de San Juan) está Santa María de La Antigua, en un altozano.

 

Sus humildes casas son al igual que las de Moguer, Sanlúcar de Barrameda, Jerez de la Frontera, el Puerto de Santa María, Carmona, Écija o cualquier ciudad y pueblo del al-Ándalus, blancas.

 

Casas enjalbegadas que dan a calles estrechas, angostas y tortuosas, con rincones llenos de duendes, pues así lo quiso su Católica Majestad la Reina de Castilla al ordenar que allí se facieran las casas como en mi ciudad de Sevilla.

 

 De esta manera lo blanco fue transportado a Tamarán (falso nombre de la Isla, recreación toponímica empleada por los a sí mismos llamados canariólogos, intelectuales grancanarios de la primera mitad del siglo XX), y en ella afincó como antes en otros lugares de la Bética y, algo más tarde en el Nuevo Mundo (América y hasta Las Filipinas). Por ello, hoy podemos asistir a esa magnífica puesta en escena del Arte Popular que es el barrio de San Francisco, recinto museístico, santuario de antaño, verdadero relicario del pasado...

 

Trozo de cal blanca en medio del cada vez menor, manto verde de las fincas que lo circundan. Barrio que es lo blanco por excelencia, porque el blanco es símbolo imperecedero de sus calles, de sus plazas, de sus tapias y de sus gentes. ¡Lugares y gentes de paz!

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