
Alfonso Guerra ha ido muy lejos. Solía decir Julio Anguita que el PSOE era la confusión. Otros dicen, coloquialmente, que estando en la oposición o durante la campaña electoral es de izquierdas y luego, al gobernar, se transforma al moderantismo. Es entonces cuando afloran ministros al estilo de José Bono o Nadia Calviño. Una tónica que ha sido traspasada ahora con la confesión de Guerra: el PSOE jugó a un “doble juego” en su oposición a la OTAN. Dicho en plata, el ánimo ‘otanista’ ya había impregnado a Felipe González y a Guerra desde mucho antes, a pesar de estilar la chaqueta de pana.
Todo el rebumbio ochentero que montó el ‘felipismo’ en el poder de pasar de aquel OTAN, de entrada no, a pedir explícitamente la permanencia, era una farsa. No fue un cambio de opinión de González. Ni siquiera había presiones estadounidenses más allá de las habituales para estos supuestos. Ambos querían estar en la OTAN aunque dijesen en un inicio lo contrario.
Ahora Guerra hace la guerra dentro del PSOE. No asume el cambio de ciclo histórico. No avala la discreción propia que se le presumiría a alguien de su perfil. Guerra hace la guerra a Pedro Sánchez. Y una guerra sin cuartel, sin lugares comunes. Y le acompaña González. Ambos que estuvieron distanciados años y años se reencuentran en su animadversión a Sánchez. No hay nada en política que una tanto como un enemigo exterior compartido.
Guerra confiesa en el presente que fue, por acción u omisión, un ‘otanista’. Aquella imagen suya de guardián de la esencias del socialismo que resistía los embates pragmáticos de González (“gato blanco o gato negro, da igual; lo importante es que cace ratones”) solo era puro teatro. Ni sus viajes a la extinta Unión Soviética tenía el mínimo pose de cara a la galería.
La socialdemocracia alemana y la CIA apoyaron al PSOE. Y la CIA (el servicio de inteligencia exterior de Estados Unidos) no tiene nada de socialista. Al otro lado del Atlántico, con Guerra Fría mediante, no querían que en España se reprodujera algo similar a la Revolución de los claveles en Portugal. La opción de la democracia monárquica con un turnismo era la ideal. Y no ahorraron esfuerzos en respaldar al otrora PSOE rejuvenecido de González. Ha tenido que pasar cuatro décadas para que el exvicepresidente reconozca que lo suyo y lo de la dirección del PSOE con la OTAN era un espejismo. Eso sí, estuvo a punto el referéndum de 1986 de truncarle la estancia a González en La Moncloa. El sevillano tiró de TVE, y le salvó la papeleta.
























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