
La riqueza de la sociedad canaria desciende considerablemente. La Unión Europea estima que en el archipiélago la renta per cápita (peso del Producto Interior Bruto en relación al número de habitantes) quede en el 65% de la media europea. Una tendencia de claro descenso que se inició hace dos décadas, cuando entonces coqueteábamos con el 75% de la media europea, y que todo indica que no se va a frenar, si las administraciones públicas no hacen su labor. Y es que, como en el resto de latitudes, los años del ‘austericidio’ y desmantelamiento del Estado del Bienestar tras la Gran Recesión de 2008 ahondó en la desigualdad al tiempo que retrocedía el estatus de los hogares.
¿De qué sirve crecer si esa riqueza no se reparte? De nada vale que aumente el Producto Interior Bruto (PIB) si después queda en pocas manos o, incluso, se evapora al extranjero. El monocultivo del turismo no nos libra de la dependencia hacia el exterior, más bien al contrario, fruto de la ausencia de un empresariado (burguesía canaria) autóctono comprometido con su tierra. Algo que, de cierta manera, si había hace veinte años. ¿Quiénes son hoy los propietarios de los complejos turísticos en el sur de Gran Canaria, Fuerteventura y Tenerife? ¿Acaso muchas de esas infraestructuras no son pasto de los fondos de inversión?
Sube la población en Canarias (problema muy serio), los salarios están a la cola del Estado y la cesta de la compra se encarece considerablemente. El PIB al alza no lo revierte. La desigualdad social en nuestra tierra es una evidencia. Tenemos élites extractivas (¿isleñas?) sometidas a las inercias de la globalización financiera. Eso hace dos décadas no ocurría, o no pasaba tanto. De este modo, no tenemos una franja de clases medias potente que robustezca la economía canaria.
En 2021 la renta per cápita quedó en 18.990 euros, tras el parón de la pandemia. En el año 2000 estaba en 23.000 euros. El escudo del Régimen Económico y Fiscal (REF) no lo es todo, no nos engañemos. La fragilidad de Canarias ante los azotes internacionalistas producto de una globalización desbocada, no se contiene sin más. Hacen falta más herramientas de autogobierno. Y más compromiso de Madrid y Bruselas. El mismo turismo de sol y playa que nos sacó de pobres desde el desarrollismo del tardofranquismo hasta la prosperidad previa a la Gran Recesión de 2008, ya no es palanca ni garantía de nada. Suenan las alarmas.






















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