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Relato corto

¡Las Siete Palabras!

JUAN JOSÉ BENÍTEZ HERNÁNDEZ Domingo, 17 de Septiembre de 2023 Tiempo de lectura: Actualizada Domingo, 17 de Septiembre de 2023 a las 13:43:36 horas

Sentada, miraba al horizonte. Estaba chispeando, pero parecía no darse cuenta. El viento era fuerte, pero ella ni con eso se inmutaba. La débil neblina la atrapaba, aunque eso tampoco la perturbaba. Detrás de ella, en la carretera, los coches pasaban y la miraban, pero hacía ya rato que ella no los oía. Pese a ser española, hoy, sus pensamientos los tiene en portugués, porque el fado, el triste fado, como suena bien es en portugués.

 

Van a cumplirse siete años desde que arribó feliz a esta tierra, pero hoy es un día triste, porque su compañero, su amigo, su marido, le ha dejado claro que esa felicidad hace tiempo que no existe. Le dijo que ya no la quería y dictó sentencia con las siete crueles palabras que su corazón nunca creyó que escucharía.

 

Ella notaba que algo había cambiado, hacía algunos meses que ya no la tocaba y, apenas, la miraba. Pero todas las parejas tienen baches, lo sabe bien, y ella confiaba en superar lo que quiera que fuese, porque él no le había dicho cuál era el problema. ¡Pero nunca esperó las siete palabras!

 

¡Un fuerte, e imprevisto tirón la arrastró hacia atrás y la apartó del borde del puente!

 

Asustada, al tiempo que sorprendida, gritó, hasta que lo vio. Un fornido guardia civil de Tráfico con rostro amable, frente despejada, ceja partida y penetrantes ojos, la miraba sin pestañear y, por supuesto, sin soltarla, mientras le decía que estuviera tranquila. Entonces, ella hizo lo que debió hacer cuando oyó las siete malditas palabras en la casa de los sueños rotos. Lloró, lloró sin parar. Mientras, él intentaba transmitirle una serenidad que ella no tenía, después de haber escuchado: «¡Ya no te quiero, quiero el divorcio!».

 

Cuando se repuso, lo miró, esbozó una tímida sonrisa y le dijo: «¡Gracias!, aunque yo no iba a tirarme, sólo estaba diciéndole a mi yo destruido que se marchara, que volara y me dejara. A partir de hoy, debo comenzar como el Ave Fénix, y no puedo, ni debo, dejar que mis hijas me vean derrotada, por eso me vine hasta aquí. Debe saber que yo no creo en un único e inevitable destino que ya esté escrito. ¡Yo creo en luchar y seguir adelante por mí, y por ellas!».

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