
A un paso de la fuente luminosa ubicada en la Plaza del Fuero Real de Gran Canaria, a espaldas de otros bellos surtidores que rodean el edificio neoclásico de la Comandancia de Marina, entro en un oasis de paz donde hacer un alto en el camino recorrido entre la red urbana capitalina por las que con frecuencia busco un motivo de observación arquitectónica, artística, paisajística, humana, que me sirva de inspiración o rescate de la imagen antigua, en blanco y negro, coloreada, como es la del Parque de la Música desde donde centro este reportaje en torno a una obra de arte.
Bajo mis pasos aún resuenan los ecos marinos de un litoral que antaño, un mar de olas, arenas, callaos, rocas, besaban este cinturón secular de litoral ciudadano en la continuidad histórica y de desarrollo urbano que daba la espalda al mismo mar que la abrazaba.
Con la necesidad surgida del progreso y la búsqueda de soluciones viales al considerable aumento de población y tráfico rodado, un amplio espacio ganado a estas orillas y al mar, nos permiten con la imaginación del conocedor de su historia pasar de un siglo a otro con el simple giro de visión sobre el paisaje capitalino del que muchos fuimos testigos, ejemplos como el del antiguo Muelle de San Telmo, y los accesos desde el sur por el barrio de San José, el emblemático barrio de Vegueta, el Barranco de Guiniguada, y la gran arteria que suponía desde Triana, y León y Castillo, en su vial principal hasta el Puerto de La Luz.
Hoy lo recordamos y visualizamos desde la rapidez que supone circular por la Avenida Marítima, desde el propio barrio de San Cristóbal que nos abre las puertas de la gran ciudad.
Centrado en este Parque de la Música, espacio público ajardinado rodeado de sendas palmeras Washingtonian, alguna Phoenix canariensis y laureles de indias que alargan sus fuertes troncos y ramas como brazos entre otras especies botánicas como filodendros que trepan al pie de las palmeras, una escultura se yergue apuntando al cielo del Atlántico sonoro del poeta, en medio de una ligera elevación que muestra su artística esbeltez y líneas escultóricas definidas por su creador, el artista Máximo Riol Cimas, en su obra al acero corten ubicada en este jardín en 1999.
Muy cerca, en la esquina de la primera manzana que ocupa el edificio Tamarco que da comienzo a la calle Luis Doreste Silva, frente a la sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Gran Canaria, se exhibe una de las obras de la colección dedicadas a la serie Domus, la escultura de Máximo Riol, Domus Euphorbica, inaugurada en diciembre de 1995, ganadora del primer premio del concurso de escultura organizado por el Colegio de Arquitectos de Canarias.
Volviendo al Parque de la Música, se alzan los dos cuerpos lineales que componen la obra, El Padrito, escultura monumental homenaje al padre Antonio María Claret y Clará (Sallent de Llobregat, Barcelona, 1807- Abadía de Fontfroide, Narbona, Francia, 1870). Religioso, misionero apostólico en Cataluña y Canarias (1840-1850), arzobispo de Santiago de Cuba (1850-1859), confesor de la reina Isabel II de España (1857-1869). Fundador de los Misioneros del Sagrado Corazón de María y otras congregaciones misioneras.
Misionó en varios pueblos de Gran Canaria, entre ellos, Telde, del que se recuerda su paso en las iglesias parroquiales de San Gregorio y San Juan Bautista, donde se le conoció como El Padrito, que da título a la escultura de Riol. Beatificado por Pío XI en 1934 y canonizado por Pío XII en 1950.
En referencia a esta obra el historiador, cronista oficial de Telde Antonio María González Padrón, que fuera director conservador de la Casa Museo León y Castillo de Telde, conocedor de la obra de Riol, en el catálogo de la exposición, Ángulo Sagrado, La escultura religiosa en la obra de Máximo Riol Cimas, expresa: “Obra ejecutada a base de una silueta de líneas rectas y onduladas, el espectador es llevado a su testa cargada de conocimientos teológicos, sus manos que entregan amor, sus pies andarines y el báculo peregrino, fiel compañero de su deambular por los campos de Gran Canaria en 1848”.
A poca distancia en torno a la base de la obra homenaje, unas grandes piedras adornan el parterre destacando sobre las gruesas raíces de los laureles que rastrean el suelo, pétreas formaciones que describen unos gráficos rememorando a los grandes compositores como Mozart, Bach, Beethoven, Vivaldi, que mezclados en la sensibilidad creadora de la gran música con la del escultor en su depurado mensaje estético del románico que realizó en esta línea y perfil en muchas de sus obras que se exhiben por diversos paisajes urbanos locales y fuera de la isla.
Dejo atrás este oasis que, sin duda, en este agosto de calores y temperaturas extremas, cobijarse bajo sus sombras le sirve de respiro al viandante entre esta naturaleza propia que emerge entre los edificios surgidos en el tiempo por el desarrollo urbano.
Al pie de la escultura desciendo con la mirada sobre su verticalidad y, frente a mí, se extiende la amplia horizontalidad de una gran avenida, el marinero marco portuario con sus inmensas moles metálicas fruto de los ingenios industriales para extraer riquezas de los fondos submarinos, un brazo de mar azul en la lámina de esta bella bahía sobre la que circula la brisa del alisio canario, y pienso en los que habitaron estas mismas orillas asomados a sus ventanales o patios traseros, de un paisaje en el que la entrada de los primeros buques era un acontecimiento, señal de visita, turismo y riqueza para la ciudad y sus gentes, que otearon las mismas impresiones marineras que yo, hoy desde este parque, sin que las aguas lleguen a mis pies, observo con cierta añoranza.
Me alejo mirando al cielo tal como la escultura permanece en el recuerdo de El Padrito, que también estuvo por estas tierras. Gracias.
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