
Ayer amaneció la casa de Fernando Clavijo con una pintada en la fachada. Un acto violento totalmente deleznable, intolerable en una democracia. Solo cabe una denuncia contundente ante un suceso de este tipo que, en el fondo, es el primer peldaño de una escalera que llegaría a horizontes oscuros. La violencia política es una realidad. Por fortuna, hoy por hoy no la padecemos. Pero ha habido otros periodos históricos donde sí ha reinado, con todo el dolor e injusticia que conlleva.
El disgusto de Clavijo y su familia al ver la fachada, por sí mismos a la salida o porque alguien les avisaría a primera hora al pasar por la calle, no se olvida fácilmente. Provoca dolor. Ojalá la policía sepa indagar de dónde proviene, aunque no será sencillo dar con los autores cuando reinan los pasamontañas a altas cotas de la madrugada mientras La Laguna duerme.
Después de todo, temo que la violencia vuelva a irrumpir en España como, por ejemplo, a comienzos del siglo XX. El pistolerismo anarquista y la reacción burguesa utilizando igualmente las armas y mercenarios, en la Barcelona fabril de entonces, subraya qué ocurre cuando la desigualdad social se ensancha. Y en España llevamos una década en la que las clases medias han ido menguando considerablemente y los más jóvenes están faltos de expectativas.
Si no corregimos esta tendencia, otros en las islas pueden verse inmersos en situaciones críticas alimentadas por la instantaneidad digital y la justicia ‘tuitera’. Ayer mismo, mientras muchos condenaban el acto vandálico en el domicilio del presidente del Gobierno, hubo otros que de algún modo la justificaban o le restaban importancia. Mal pronóstico.
Dicho esto, en unos días nos olvidaremos de la condena generalizada mientras Clavijo y los suyos tratan de sobreponerse. A buen seguro, optarán desde la Administración por doblarle la vigilancia. En tiempos de ETA, puede que también ahora, el presidente del Gobierno canario siempre llevaba un escolta. El riesgo era escaso. Pero lo imponía el Ministerio del Interior. El problema estará cuando esto se disipe y pasado meses o años se vuelva a las andadas. Al fin y al cabo, el que lo hace una primera vez lo repite otras veces. Y una pintada no lleva mucha logística pero sí, al menos, ubicar la casa de Clavijo en este caso. No es ninguna ‘niñatada’ de mal gusto. Lo prepararon y escogieron bien las palabras que tatuaron en el hogar. Por eso no cabe ni por asomo quitarle una gota de importancia. Se empieza así y se acaba con dimensiones peores que enturbian la vida pública. Ojalá este incidente no se repita. Es una salvajada. Toca denunciarla por toda la gente de bien. Ni un paso atrás.
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