
Si ayer hablaba en esta columna de la hipoteca que supone Vox para el PP, hoy ahondo en la idea de que al mismo tiempo este factor supone (‘a sensu contrario’) pegamento para que toda la izquierda y los nacionalismos periféricos se unan en aras de la gobernabilidad. Es decir, la extrema derecha es (incluso a pesar de perder 19 actas de una sentada) una formación de peligro sistémico que contamina todo el tablero. Es, salvando las distancias, como el otrora comunismo italiano (PCI) que después de la Segunda Guerra Mundial era tan importante que el resto se tenía que unir en torno a la democracia cristina para que el PCI no gobernase. Hay siglas que, en ocasiones, determinan al completo el sistema de partidos, para bien o para mal. Y vaya por delante que el PCI no tiene nada que ver con Vox; encima, combatió al fascismo para la instauración de la democracia y fue un lucero del eurocomunismo.
Por otro lado, la táctica de Junts del cuanto peor mejor, que ha llevado a cabo hasta ahora, también tiene sus límites. Para Carles Puigdemont aparentemente podría ser mejor que en Madrid estuviese el PP y la extrema derecha, pero tampoco puede aparecer él ante Cataluña como el causante de una repetición electoral que conllevase semejante desenlace. Es decir, Junts tiene una posición negociadora de poder pero sin que esto implique forzarla del todo pues le puede ser contraproducente a Puigdemont y sus correligionarios.
Si en la Navidad de 2018 se hablaba por doquier sobre si ERC apoyaría o no a Pedro Sánchez en la sesión de investidura tras los comicios generales del 10N, y al final hubo acuerdo parlamentario, en la actualidad el escenario (bien llevado) hasta puede ser más favorable. El antifascismo une mucho. Y el enorme vértigo que la sociedad sintió hasta el 23J por la posibilidad (anunciada a bombo y platillo en determinados sondeos) de que la extrema derecha gobernaría, afianza una receta democrática que espolea el apurar todos la negociación para evitar la repetición electoral.
Para afrontar el problema catalán habrá que votar antes o después. La fórmula y cómo hacerlo, estará por ver. Pero el pueblo catalán querrá pronunciarse sobre el encaje del territorio en el Estado. La problemática catalana solo se soluciona políticamente. Por último, justo será ERC, EH Bildu y BNG los que animen a Puigdemont a abstenerse en la sesión de investidura de Sánchez. Puigdemont tampoco puede ir en contra del resto de nacionalismos periféricos. Hacer eso acarrearía un coste para Junts ante su público. Tendrá que medir los pasos, como los demás. Eso sí, con la claridad de que una repetición electoral en el horizonte no le conviene a nadie. Solo a un PP que está desnortado y acorralado en el cuadrilátero.
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