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Caminando hacia la desmemoria (XLIII)

Los cien años de una poeta: Pino Blanco Jardín

Reflexión del cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón, licenciado en Geografía e Historia

ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN Miércoles, 19 de Julio de 2023 Tiempo de lectura: Actualizada Miércoles, 19 de Julio de 2023 a las 21:08:01 horas

Pino Blanco Jardín (Sardina del Sur, Santa Lucía de Tirajana, 1923 - Las Palmas de Gran Canaria, 2018)

Playa de Las Salinetas, Telde, Gran Canaria… los alisios soplan con fuerza sobre la loma de Las Clavellinas, trayendo hasta nosotros unas leves, pero pertinaces nubes de polvo. Sentada en una antigua perezosa (mecedora) se balancea, con monorrítmico movimiento, una señora entrada en años, pero a pesar de ello, su espíritu sigue siendo joven y, viéndola allí calladamente soñadora, algunos pudimos imaginar que su espíritu volaba sobre arenas y guijarros de playa, platanales y naranjeros (naranjos), tomateras y demás cultivos para, después de atravesar su querido Telde, ascender hacia las cumbres de la Isla, acariciando cada espacio como si en ello le fuera la vida.

 

El Cronista que ésto escribe, rememora la escena de la que fue testigo más de un centenar de veces, cuando[Img #979636] niño y joven, pasaba por la amplia terraza de la casa de veraneo de las hermanas Blanco-Jardín (doña Pino, Pinito y doña Dolores, Lolita). la casa solariega volcada sobre los riscales como vigía de aquel promontorio basáltico, estratégicamente situada encima mismo del pequeño puerto-embarcadero, que años ha, habían levantado los Martínez de Escobar, era todo un símbolo arquitectónico de nuestra playa. Sus trazas modernistas y su silueta palaciega hacían soñar y, soñando que soñaba, nuestra biografiada: Pino Blanco Jardín, en su mente combinaba pensamientos, mientras en su corazón brotaban los más tiernos sentimientos, pudiendo así componer este bellísimo poema:

Paisaje,

Límpido azul tras las cumbres violetas,/con puntos de verdor entre sus grietas/y luego, la planicie/en apariencia seca,/pero, en las hondonadas/pletóricas de verdor las plataneras./Aquí y allá diseminados pozos,/con gigantes motores/cual forzudos atletas,/extraen de profundas galerías/el oro líquido/con que el canario riega,/y que la tierra ¡mujer al fin!/y por lo tanto buena,/lo devuelve fecunda/hecho cosecha./Ya cerca de la costa/en su tierra caliza,/crecen los tomateros/al zoco de los pardos tarahales/abrigo de los vientos./Así es este paisaje/que con el alma quiero/¡es tan profundo y bello!/que, hasta el soberbio Atlántico/ se inclina y le da un beso.

 

Pinito Blanco, como la conocíamos todos los que, gracias a Dios, fuimos tenidos por ella como amigos, era una equilibrada dualidad entre el carácter más tenaz y la espiritualidad más profunda. La vida no le fue fácil, pues como ella misma declara en sus versos: Las rosas, a pesar de todas sus fragancias, no están exentas de espinas. Aun así, su carácter jovial y su tendencia natural al optimismo no dejaban que las circunstancias adversas le restaran un ápice en su perenne sonrisa. Martes de Carnaval, sobrenombre que le pusieron las mayores de las hermanas Arencibia Gil (Maruca y Lola), define perfectamente a una mujer llena de vida y de ganas de vivir. Tal era el caso que, a imitación de otros grandes poetas mujeres y hombres, de gran valía literaria, gustaba de rodearse de gentes de las más diversas procedencias y estatus sociales. La chispa, no exenta de socarronería tan propia de nuestra tierra le era propia, utilizándola en medio de las más serias conversaciones, queriendo así quitar gravedad a los asuntos tratados y con ello envolver todo en una sutil bruma de armonía.

 

Las hermanas Blanco-Jardín, Pinito y Lolita, fueron inseparables. La una hablaba de la otra con un cariño fraternal sin mudanzas en el tiempo. Esa unión se manifestó a lo largo de sus longevas vidas, teniendo como punto de referencia el exacerbado amor que ambas tuvieron por su madre. En los siguientes versos, Pino, comparte con nosotros sus más íntimos pesares, ante el óbito de su progenitora: 

 

A mi Madre,

Madre, aunque yo lo quisiera/madre, jamás yo te olvido/que, además de mi madre,/fuiste madre de mis hijos./Y te llevo en mis recuerdos/que a veces están dormidos/pero, cuando se despiertan/te lloro con nuevos bríos./Madre, ¡cómo te recuerdo!/con tu cuerpo dolorido,/con la sonrisa en los labios/soportando tu martirio./Dolores de carne rota,/sin esperanzas de alivio/y, como única queja,/en tus noches de delirio/sencillas jaculatorias/o un angustioso ¡Dios mío!/Madre, ¡qué lección nos diste!/de verdad y cristianismo/que por mucho que yo viva,/Madre, jamás yo la olvido./Así aquel sábado de Marzo/que con palidez de cirio/la Virgen te dio la mano/y, con un sueño tranquilo/¡cómo se duermen los niños/en el regazo materno!/sin temer ningún peligro/poco a poco… quedamente,/diste el último suspiro.

 

En otros momentos, gratos por demás, que nos alimentábamos mutuamente con animadas charlas, siempre venían a nuestras mentes, la también poeta Ignacia de Lara Henríquez, doña Ignacia, aquel primer contacto con la Lírica que de niña y jovenzuela tuvo Pino, en tierras de El Monte-Santa Brígida. Cuando junto con las niñas María Teresa, Victoria Augusta y Carmenza de Lara Vega, jugaban a combinar palabras que rimaran entre ellas. Como maestra de ceremonia, tití Ignacia, que las animaba con intuitivos pareados y también con los más excelsos sonetos.

 

Lectora empedernida, siempre que las labores del hogar se lo permitían, era una magnífica cocinera, se lo permitían, aislábase con libro en mano para viajar a aquellos mundos literarios propuestos por sus autores preferidos.

 

Pino Blanco Jardín nació en Sardina del Sur, como diría el poeta: Allí, entre las tierras tristes y sencillas del Sur de La Gran Canaria… Al quedar huérfana de padre a muy tierna edad, se vio obligada, junto a su hermana y madre, a vivir en Telde, concretamente a la Calle Ruíz, en la vieja casona de los Manrique de Lara, hoy parte antigua del Colegio María Auxiliadora. Allí pasó varios años, que en sus recuerdos los veía transcurrir jugando con Lolita, al socaire de la alta palmera del patio central de aquel vetusto edificio. Asimismo, la alegría de salir cada tarde a visitar a los primos y primas de su progenitora las/los Blanco (Zoila, Angelina, Candelaria, María José, José).

 

Con ella rememoré, una y otra vez, las grandes solemnidades religiosas celebradas en Telde y muy especialmente en la parroquial de Los Llanos de San Gregorio, compuestas por devotas liturgias y no menos espléndidas procesiones.

 

Nos decía: Cada año asistíamos a la Novena de San Blas, hasta que el día del Santo nos imponían su célebre cordón para prevenir los males de garganta. También íbamos a una misa de madrugada llamada De las Candelas o de La Candelaria, en donde sólo las débiles luces de las velas, que portábamos los asistentes, iluminaban el templo. Semana Santa era algo especial, recogimiento; el silencio sólo roto por el ruido de la matraca y después las horas de penitencias. Y año tras año la cada vez más excitante y enternecedora Procesión del Encuentro.

 

Mi madre era muy devota del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María, pero siempre llevaba en su cartera una estampita de San José. Mayo lo celebrábamos haciendo un altar florido para la Virgen. Y aunque a diario rezábamos el Rosario, en ese mes primaveral lo había dos y hasta tres veces al día, sin faltar, claro está, los rezos propios del Ángelus. Las demás festividades marcaban los meses como San Antonio, San Luis Gonzaga, San Juan Bautista, San Pedro y San Pablo, Nuestra Señora del Carmen, Santa Ana y San Joaquín, Santiago Apóstol, San Lorenzo, La Asunción de la Virgen,… Nuestra Señora del Pino, las Marías, el Extraordinario Día del Santo Cristo de Telde, en el que nos acercábamos a la parroquial de San Juan Bautista en la Zona Fundacional de la Ciudad;  Nuestra Señora del Pilar…, Santa Teresa de Jesús… Y al llegar noviembre, el día festivo por excelencia de Los Llanos: San Gregorio Taumaturgo, con su serena y larga procesión, completada ésta con la bendición de los campos, en el lugar llamado Planta de la Luz a vista de los campos de cultivo de El Caracol. Nosotras apostilladas en una de las ventanas del piso alto de nuestra casa, a imitación de otras vecinas, lanzábamos al rostro del Obispo Santo, puños de trigo al grito de ¡Agüita, Agüita, que la tierra está sequita! ¡San Gregorio Bendito de la tierra frutos y para las familias hijitos! Después, ya en diciembre la peregrinación caminando, o a lomos de bestias, cuando no en fotingo, a la Ermita de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción de Jinámar, en donde escuchábamos misa y mi madre compraba las primeras naranjas y una o dos cañas dulces (cañas de azúcar). Y para terminar el año, el mismo día de Santa Lucía Bendita, aquella que pregona la Pascua Florida doce días antes, confeccionábamos con mucho amor e ilusión, el Nacimiento o Belén, con aquellas figurillas de barro, que por mucho cuidado que tuviéramos cada año perdían parte de su ser y, así había ovejas sin patas, cerdos sin orejas o algún que otro personaje con manos o pies mutilados. A pesar de todo ello, los colocábamos en aquel escenario, en donde estábamos convencidas se obraría el milagro del Nacimiento del Niño Jesús.

 

La religiosidad de las Blanco-Jardín era patente y así lo pone de manifiesto la propia poeta al escribir estos versos:

 

Plegaria,

Gracias Señor,/porque al pasar quisiste/escoger una espiga/de mi huerto./Perdona si traiciona/el pensamiento,/y me duele su entrega/de por vida./Pero sé, que tu mano/bondadosa/sabrá sanar la herida/que dejó al arrancarla./Y generosa,/te la sepa entregar/con alegría.

 

Amante de las tradiciones y orgullosa de su canariedad, sin aspavientos ni ridículas reivindicaciones, se molestaba cuando alguien soltaba la concebida frase de como decimos nosotros: ¡jansina mismo! A la que ella replicaba, ¡lo dirá él, porque yo jamás he habado así!

 

Las fiestas populares le atraían sobremanera, de ahí que no faltara a las de San Telmo, en Las Palmas de Gran Canaria y a las de El Santo Cura de Ars y Nuestra Señora del Carmen en Las Clavellinas-Melenara-Taliarte-Las Salinetas. En esta última se emocionaba hasta llorar cuando embarcaban a la Virgen y, los Santos. Aún más, cuando el Atlántico mecía las barcas de madera que las portaban, sin más acompañamiento musical que el chapoteo ocasionado por los remos al introducirse una y otra vez en la mar.

 

Allí estaba, en primera fila con toda su familia, pies en arena, para recibir a aquellas imágenes viajeras (El Sagrado Corazón de Jesús, Nuestra Señora del Carmen y el Santo Cura de Ars), cuando a hombros de marinos llegaban a tierra en Las Salinetas. Allí comenzaba la Procesión, entre voladores, tracas, bengalas y música solemne interpretada por nuestra Banda Municipal, recorriendo todo el litoral playero. Por aquí sonaba el bucio o caracola de Dolores Álvarez Jiménez, por allá el campanil de Francisco Acosta y Carmen Ramírez, algo más adelante los pitos y los vivas de doña Lila Mayor y sus hermanas…

 

Para que esas y otras tradiciones no se perdieran dejó escrito:

 

Canto a la Mantilla Canaria,

Mantilla Canaria, alba toca/que con regios pliegues/adornabas la cara de mozas morenas,/que ya te han dejado/por moda extranjera,/y ahora yace olvidada y antigua/con color de cera./En cajones de cómoda vieja/que huele a madera/y se asemeja/a una rosa seca,/que entre página de un libro olvidado,/está prisionera./Sólo te conservan las típicas viejas/que te llevan negra/y les cubres los blancos cabellos/ciñendo tus pliegues/sus caras rugosas, sus rostros morenos,/que la vida en sus hondos pesares/tornáronle viejos.

 

Después de una longeva vida, transcurrida entre Sardina del Sur, Las Palmas de Gran Canaria y Telde (Los Llanos de San Gregorio - Las Salinetas), y algún que otro corto periodo en el Sáhara Occidental, la poeta quedamente y sin ruidos se nos fue. Así la premió la vida o como ella confesó, una y otra vez, su Creador.

 

Antes, mucho antes, le había dado tiempo para escribir cientos de poemas, declamarlos por ciudades y pueblos de las islas.

 

Comenzando esta actividad pública en 1981, en el por entonces recién creado Recorrido Histórico-Artístico por el Barrio de Santa María La Antigua (San Francisco, Telde). Allí leyó por primera vez en público y, no exenta de gran pudor, algunas de sus creaciones literarias. Al concluirlas recibió un más que sonoro y unánime aplauso de todos los asistentes, que en aquel momento ya le pidieron que volviese al año siguiente.

 

Sus libros son: Vivencias, prólogo de Chona Madera, en 1986. Corazón en el tiempo de 1989, con prólogo José Quintana. Sencilla palabra…, publicado en 1997, y prologado por Jesús Páez Martín. A estos títulos individuales debemos sumar unas cuantas publicaciones compartidas con otros poetas, ejemplo de ello es Alborada Poética. En ésta, como en tantas otras ocasiones estuvo acompañada por una gran amiga, la también poeta María del Pino Naranjo, con quien le unía la profunda religiosidad, el saber estar, la prudencia a la hora de actuar y la delicadeza en el empleo lírico del idioma.

 

La ciudad de Telde, a través de su Consistorio, le dedicó una calle en el nuevo sector urbano de Los Picachos, muy cerca de un grande de la investigación literaria y galdosiano por excelencia, Alfonso Armas Ayala. Así, en el nomenclátor de esta noble ciudad queda para siempre destacado el nombre y los apellidos de nuestra entrañable amiga y excepcional poeta Pino Blanco Jardín, que en este mes de julio de 2023, concretamente el lunes 17, ha cumplido 100 años de existencia, pues aquellos que amaron la belleza y la hicieron realidad, nunca morirán. Cada vez que leamos o recordemos uno de sus versos, su memoria se hará presente y permanecerá junto a nosotros por la Eternidad, ese mismo lugar que los creyentes llamamos Paraíso de los Justos, premio final que Dios da a sus elegidos.

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