Encuestas y recta final

Ayer fue el último día posible en el que publicar encuestas. Una prohibición legal que ahora, en 2023, carece de sentido mantenerla. Amén de internet se puede propagar lo que sea desde otras latitudes internacionales y, si acaso, conectar el enlace desde aquí. Hay mil formas de sortear la prohibición. De ahí, las conocidas como ‘andorranas’ y cosas por el estilo.

En cualquier caso, pensemos que esta medida (como la decretada jornada de reflexión del sábado) busca, en última instancia, enfriar los ánimos sociales y asegurarse un domingo electoral tranquilo; al margen de la idea de incidir en la neutralidad e igualdad de armas entre las diferentes siglas. Quizá en el presente pueda sonar esto a trasnochado (o no) pero en la Transición y con los militares amenazando con una asonada, tenía todo el sentido del mundo. Es en la Historia donde encontramos fundamentos a las respuestas de las preguntas que nos planteamos en el presente.

Por otro lado, en el universo de la demoscopia también se ha notado la crisis. Hasta hace un tiempo se mantenía la moda de realizar las llamadas encuestas ‘israelíes’, que son aquellas que se hacen a pie de urna, preguntando al ciudadano cuando sale del colegio electoral tras depositar el voto. En realidad, estos estudios son económicamente caros pues implica desplegar un personal toda una jornada. ¿Cuál es la alternativa? Mantener los denominados ‘trackings’ en el tramo final de la campaña, que viene a ser (resumidamente) ofrecer pronósticos demoscópicos en base a la acumulación de datos que se ha venido haciendo. Es una forma de lograr el mismo resultado que con una encuesta ‘israelí’ y más barato; y un método para suministrar información a las sedes de los partidos para que estos puedan atinar sus mensajes a medida que avanza la campaña electoral.

Ayer, por tanto, tuvimos un ramillete de sondeos que bien señalan la mayoría absoluta del PP y la ultraderecha (siempre juntos) o que apuntan que esta no se producirá y que Pedro Sánchez tiene una opción yendo de la mano con las izquierdas territoriales y los nacionalismos periféricos. El domingo por la noche lo sabremos. Lo único claro es que estas elecciones serán decisivas. Y ya se sabe que esto suele decirse al calor de cada cita electoral. Pero esta vez es así, de verdad.

Pase lo que pase el próximo domingo, iremos a otro Gobierno de coalición, sea de derechas o de izquierdas. O a explorar fórmulas de parche ocasional por parte del bipartidismo. Pase lo que pase, no será lo que hemos vivido desde los comicios generales de 1977 hasta 2015. Cuando el PP ni el PSOE pueden logran por sí mismos una mayoría absoluta es la señal de la desconexión creciente entre la sociedad y el sistema electoral diseñado en la Transición. El bipartidismo puede recuperarse pero no llegará a las cifras de 2008. La Gran Recesión de 2008 y el ‘procés’ fueron el punto de inflexión de un sistema político que no volverá a ser el que fue. Aunque esto último la mayoría de las siglas no lo digan públicamente. No obstante, en privado, lo reconocerán. En el fondo, lo saben o lo intuyen. Pero no conviene, piensan, que se sepa. Se impondrá el principio de realidad.