
Sirve para enaltecer discursos de chovinismo patrio, sacar pecho por la historia compartida, ponerle fondo a álbumes de fotos de boda y de primera comunión, protagonizar folletos turísticos en Fitur, presumir en 'posts' e historias de instagram y también, me juego el cuello, para completar el catálogo de compromisos en materia de patrimonio histórico de buena parte de los partidos políticos.
Para todo eso y más sirve el barrio de San Francisco, en Telde, una joya patrimonial de calles estrechas y casas varias veces centenarias que remontan al visitante a la Canarias inmediata a la conquista. Sin embargo, la triste realidad de este entramado urbano es que languidece presa del injustificado olvido de la misma sociedad, y con ella, la clase política, que tanto presume de él. Es el eterno mentado, pero también el eterno olvidado.
Y no cabe responsabilizar a un partido ni a una administración pública en concreto. Este es un tesoro arquitectónico y urbanístico de toda Canarias y su cuidado compete a todos, también a los que lo viven y a los que lo transitan.
A algunos destacados impactos perpetrados, no digo que no, con una ley en la mano que, en todo caso, debió cambiarse, se le suma una ristra de pequeños despropósitos, descuidos y agresiones que poco a poco han ido y siguen socavando la imagen y también la esencia histórica de este barrio.
Va siendo hora de hacerle justicia, por respeto a nuestra memoria colectiva como pueblo y a nuestra identidad. San Francisco no puede esperar más. Habría que diseñar una hoja de ruta, consensuada con sus vecinos, para sacarlo de este letargo. Menos fotos y promesas. Y más hechos.























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