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Miércoles, 24 de Septiembre de 2025

Actualizada Miércoles, 24 de Septiembre de 2025 a las 17:15:45 horas

Cuento

Un espíritu ante el espejo

Texto de Alejandro Dieppa León

ALEJANDRO DIEPPA LEÓN Martes, 09 de Mayo de 2023 Tiempo de lectura: Actualizada Martes, 09 de Mayo de 2023 a las 17:27:18 horas

Magnolia, una mujer cincelada por la mano de la genética desde el primero de sus cabellos hasta las mismas uñas de sus pies, caminaba por la calle, con la carpeta llena de esperanzas hacia su nuevo trabajo, columnista de un prestigioso periódico del norte de New York, aspecto de su vida por el cual se sentía plena, llena, sosegada, satisfecha; pero la caprichosa vida, e[Img #970866]n uno de sus acrobáticos giros, la quiso poner a prueba, medir su estado anímico, espiritual, en definitiva, ver si había madurado con el latir del tiempo, por eso, al doblar una esquina, se tropezó de frente con una antigua amiga de juventud.
 
—¡Magnolia, que gusto me da verte! —Sonó sincera la inflexión de voz y realmente la era.
 
La mentada no pudo evitar tratar de mantener el temple ante una inesperada sacudida del motor de su esbelta figura: su corazón. Músculo independiente del cuerpo humano el cual reacciona siguiendo las vibraciones del mundo sensorial, porque aquella presencia, aquel tono cordial, afable, dinámico, le retrotraía a unas experiencias vitales que creía haber olvidado dándole de lado ataviada del expresivo rostro de la sutil indiferencia y agitando, en el aire, una resplandeciente aura de superioridad diluida en el diseño del majestuoso rostro tras el cual se escondía su autentica imagen.
 
—¡Hola, Soledad! —El acento marcó la distancia—. Espero todo bien.
 
Soledad, madre de una niña, unida por amor verdadero a un marido golpeado por la vida: en paro, tachonada de infinitas deudas a pagar y perseguida por la maldad de unas vigorosas lenguas viperinas, pensó que podía exhalar con la que consideraba una antigua amiga gran parte; pero de forma sutil, su malestar, porque el resto de la conversación rodó en torno a aspectos generales y solidarios. 
 
—Cuenta con todo mi respaldo, amiga —se despidió, a la postre, esgrimiendo una serie de insípidas excusas. Insuflando entre ellas el torbellino creado en el aire por el abanico de las prisas laborales.
 
Pasada una hora, poco más o menos, de la forzada despedida. Apretando su carpeta de trabajo contra sus sensuales pechos, después de maquillarse de falsa actitud positiva entró, no sin antes haber sido presentada al resto de compañeros de trabajo, en su nuevo despacho para cumplir, al milímetro, con el cometido pactado en el contrato.
 
Ya finalizada su liviana tarea laboral, por ser su primer día, después de regresar a su casa, se fundió en un amoroso abrazo con quien día tras día lamia, enfermo de amor, su estela vital un hombre honrado y sumiso, cuasi un esclavo de Magnolia: su esposo y ella, diosa de la teatralidad le respondió, como siempre, con un corto abrazo sumado a dos besos en la mejilla; pues los de verdad, en los labios, los dejaba para la intimidad de la alcoba cuando, despojada de sensuales prendas de encaje negro unas veces y otras de rojo excitación, la hembra, insaciable en el sexo, se transformaba en la tigresa de las pasiones y deseos más mundanos. Después de tanta banalidad en el recibimiento, el improvisado mayordomo, recogió la chaqueta y carpeta de las manos de su diosa y las colocó en unos de los dos sillones pequeños del salón. Seguido la agarró de la mano derecha, entretejiendo la sorpresa a dar, y ambos se dirigieron al comedor. Lugar donde, sobando la sumisión, rodó una silla e invitó a su esposa a sentarse:  
 
—¿Cómo te ha ido el día? —Preguntó, su marido, mientras colocaba sobre la mesa del comedor, el plato culinario favorito de su media naranja: filetes de salmón marinados con Pinot Noir, rodeados de una guarnición de verduras al vapor, más una buena botella de vino tinto de Gamay para contrarrestar sabores.
 
—¡Bien, Juan! Bien —le transmitió una mala vibración, cuando decidió responder a su pregunta.
 
—¿Te ocurre algo? —Insistió porque pensó que el día de trabajo se le había torcido, atragantado.
 
—No, todo marcha bien.
 
Su marido prefirió no rozar la astilla que percibía se había clavado en el alma de su esposa, por respeto a su estado de ánimo y al amor de su vida, por eso se sentó a su lado, en sepulcral silencio, y esperó una reacción al respecto en un sentido u otro: Él la conocía bien. 
 
Terminada la cena ambos se levantaron y se dirigieron a su dormitorio y después de una gratificante ducha Magnolia se puso frente a su espejo: Como solía hacer cada día. 
 
—¿Te acuestas ya? —Preguntó su esposo que cansado de ver como acicalaba su ensimismamiento, queriendo romper la distancia que les separaba y agrietar, con tal pregunta, a modo de punzón de hielo, la gélida meditación en la que se había sumido su atractiva flor: Magnolia.
 
—¿Qué? —Paró, en seco, el ensimismamiento de un vuelco el corazón, ante la inesperada llamada de atención.
 
—¿Qué si te acuestas ya? —Rastreó, una vez más, intuyendo la respuesta.
 
—No, ahora no.
 
Los segundos se enhebraron, unos con otros, formando los minutos y éstos, secuencialmente, sesenta, marcaron una hora. Instante en el cual el casual encuentro con Soledad se tornó nítida imagen de la persona recordada en el cristal del espejo en el cual se estaba retocando y fueron todos aquellos rasgos vislumbrados los que alentaron, a Magnolia, a escribir, en su diario, solamente los detalles negativos de aquella antigua amiga y al finalizar, de rubricar su trazo sobre el papel, se sintió bien consigo misma, porque no se daba cuenta que los defectos otorgados a su añeja amistad eran los suyos: Su viva imagen.
 
La vida, sonrió burlona, y pensó que era una buena condena que se encontrase día tras día a aquella víctima por la cual no sentía simpatía y así fue hasta que Magnolia se dio cuenta que Soledad era una persona, buena, sufrida, necesitada de una verdadera alma sincera, que simplemente confiaba en ella, por eso se atrevía a contarle, siempre de manera sutil, cada vez que la veía, lo que le pasaba.
 
Pensamiento: Existen personas que aunque se miren al espejo solamente ven en él lo que quieren ver en vez de su imagen real.
 
Medita, meditemos…
 
Espero no seas de esas Magnolias, querido lector, creciendo en el campo de las emociones y realmente, cuando te mires al espejo te veas a ti misma o a ti mismo tal y como eres en realidad; para no auto engañarte y engañar a quien se tope contigo.
 
Cuento y pensamiento inspirados en el dibujo.
 
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