
La muerte, días atrás, de Claudia Gómez, la joven que se quitó la vida en Asturias y que denunció en una carta el bullyng que estaba sufriendo en su centro educativo, vuelve a poner el foco sobre esa lacra silenciosa que destruye vidas de forma cruel y, casi siempre también, de forma impune.
Porque, no nos engañemos, los casos como el de Claudia, tan dolorosamente trágicos porque le costaron directamente la vida, son bastante menos que la punta del iceberg. Me atrevería a decir que hay casos todos los días en todos los centros, de España y de cualquier país del mundo, pero pasan desapercibidos.
Casos que minan al golpito la autoestima de las víctimas. Muchas aprenden a digerirlo y lo procesan como un mal recuerdo de cara a su vida adulta; para otras, en cambio, se convierte en una pesada carga que lastra su desarrollo y les deja secuelas, unas visibles y otras no.
Y es silenciosa porque a menudo la propia víctima huye de su condición y evita que su dolor sea vox populi. Se lo oculta incluso a su familia. En el entorno, para colmo, se teje una red de silencio. Porque no le da al problema su verdadera dimensión o porque directamente incurre en una gravosa y reprochable complicidad. Para los centros se antoja una papa caliente que tampoco saben muy bien cómo atajar y, sobre todo, desde cuándo. Y las familias de los supuestos agresores a menudo viven en la ignorancia, y después, en la incredulidad, cuando no en la defensa numantina del miembro del clan.
Es un problema que hunde sus raíces en la oscuridad de los tiempos y que tiene que ver con los más bajos instintos de la condición humana. Siempre ha habido gente que humilla y veja a otra. Y otra mucha que mira. Aún no hemos inventado la vacuna.
Ruth Mecki Umbría | Jueves, 04 de Mayo de 2023 a las 11:27:02 horas
Muchas gracias señora Olga María Rivero Santana en nombre de todos los afectados.
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