Hace muchos, pero que muchos años, en un lejano bosque lleno de altos árboles y escasa luz, dormían, dentro de una profunda cueva excavada bajo las fuertes raíces de uno de aquellos centenarios entes vivientes, una familia de osos compuesta por una mamá y cuatro oseznos: Dos hembras de su primera camada reacias a abandonar la seguridad proporcionada por su madre y dos pequeñines de cinco años de su segunda camada.
Todo estaba en calma dentro de aquel cómodo y confortable hogar que mantenía a los plantígrados ajenos a las inclemencias de un invierno de extrema dureza el cual, cansado por el esfuerzo hecho esa estación, cuasi jadeando, ya aguado o convertido en escarcha se diluyó, sutilmente, en el ambiente, para dejar paso a su hermana, la primavera, y ésta, solfeando una nana muda, tocó el péndulo de la respiración serena de los habitantes del cálido hábitat, exhalando lazos de armonía, acunando el pasar sereno del tiempo, cuando, de pronto, uno de los pequeños miembros de la osera interrumpió, sin previo aviso, aquella hermosa sinfonía de lo apacible:
—Mamá, mamá —zarandeó Nast, el osezno más activo de los traídos al mundo por aquella aletargada y perezosa gran osa grizzly.
—¡Ya empezamos otra vez! —Dijeron, a la vez, mordiéndose el labio inferior sus dos hermanas mayores.
—Mamá, mamá —insistió el pequeñín presionando con la punta del hocico el vientre de su madre e ignorando la queja de sus hermanas mayores.
La gran osa se removió para sacudirse la insistente molestia intentando poner orden en la cueva y el movimiento de su cuerpo zarandeó a Cobo el otro osezno que ajeno a la pesadez de su hermano siguió en el séptimo sueño.
—¿Qué quieres ahora? —Rugió suavemente su madre ataviada de un manto de resignación sabiendo lo demandado por su pequeñín desde hacía tiempo.
—Ya sabes lo que quiero, mami.
—Lo sé hijo, lo sé…
—¿Entonces me dirás este año hacia dónde se fue mi padre?
La madre no contestó y no contestó porque viajó en el tiempo, anudando en la mente los recuerdos, a aquel lugar del río donde se encontrara, por primera vez, a su amado, el padre de todos sus hijos y gran oso que venía a visitarla, egoístamente, cada vez que su ansia de amor la necesitaba.
El pequeñín miró a su madre a los ojos y volvió a respetar un año más que no respondiera a su pregunta, porque no respetar su silencio si ella lo trataba lamiendo el cariño y sazonando el amor maternal, ya le contestaría algún día a su pregunta, pensó, mientras se acurrucaba bajo el espeso pelaje de su madre buscando el sueño y así pasaron los días, ataviados éstos de un silencio placentero, hasta que llegado el momento preciso todos abandonaron la cueva y, pasito a pasito, recorrieron el profundo bosque siguiendo un camino marcado por la matriarca en busca del río que cortaba en dos a aquel manto, de espesura arbórea, donde vivían en busca de los jugosos salmones que vendrían a desovar ese año.
Una vez llegado al lugar deseado la madre se zambulló en el agua seguida de sus dos hijas mayores y una vez las tres dentro, después de haberse sacudido dos veces la cabeza, la matriarca advirtió:
—Nast, Cobo, no os mováis de la orilla y no os acerquéis a la cascada, pues podéis caeros al río y la corriente os arrastrará río abajo o peor os ahogará.
—Sí mamá —aceptó la orden de inmediato, el obediente Cobo, mientras su hermano, ajeno al consejo, se acercaba al lugar no deseado por su madre y cuando está se dio cuenta le rugió fuertemente un:
—Nast no te acerques a esa… —Fueron las únicas palaras pronunciadas, por la gran osa grizzly, antes de ver caer a su pequeño por el borde de la pequeña cascada y mientras el osito caía al rio, todavía le dio tiempo de quejarse de su mala suerte; pues éste culpaba a la resbaladiza roca pisada sobre la cual habría esperado, hilando la impaciencia, ya bien posicionado, el atrapar, de un certero zarpazo, un jugoso salmón, cuando éste saltara frente a él, y enviarlo, aturdido si no muerto, a la tanqueta donde estaban su madre y sus hermanas.
El torbellino de agua tras la caída, alentado por la suerte, zarandeó con fuerza al osezno; pero éste, fiel a su naturaleza combativa y luchadora, se negó a rendirse ante una muerte tan miserable y mientras el líquido elemento tiraba de él hacia las profundidades él combatía, gastando por minutos sus fuerzas, tratando de aferrarse a la vida, y cuando todo presagiaba que iba a morir por ahogamiento un gran estruendo entrando en el agua agitó la ya jadeante naturaleza del río. Entonces una gran zarpa agarró al casi moribundo osezno y lo sacó del agua a tal velocidad que cuando calló en la orilla, la que había tragado a la fuerza, salió toda de golpe dándole el hálito de vida esperado para recuperar el resuello, aliento y fuerzas.
—¡Gracias mamá por haberme salvado la vida! —Exhaló lleno de felicidad mientras abría los ojos, poco a poco, al sentir la presencia de quien le había dado una segunda oportunidad para seguir meditando el mundo; pero cual no fue su sorpresa cuando ante él se materializó un semblante nunca contemplado de facciones duras, tatuado con una hermosa cicatriz recordadora del premio alcanzado, cuando ganó su segundo apareamiento con la misma osa del primero. Un rostro de un congénere al que nunca había visto y con el cual nunca había hablado.
—¿Quién eres? ¿Eres el gran Dios de los osos o un viajero que pasaba por aquí? —Le preguntó mientras redefinía el tamaño de sus pupilas para dibujar en su mente mejor la figura de aquel gran macho de oso grizzly.
El enorme plantígrado sonrió por primera vez en su vida y sin dudarlo rugió con voz potente:
—Soy tu padre —sonó hercúleo, duro, seco; mas no intimidatorio. Sin dudas seguro de su afirmación.
El pequeño se abrazó a él y tras hablar largo y extendido con su progenitor, del porqué de su ausencia y de sus muchas aventuras, comprendió que si la suerte no le hubiese tratado como le trató nunca habría conocido a su padre.
Moraleja: Cuando te den un buen consejo síguelo; pero si no lo haces y te pasa algo malo confía en ti y en la suerte en forma de pensamientos positivos.
Pensamiento: A veces la suerte es tan inteligente que para poner tu vida en orden te juega una mala pasada.
Medita.
Nota del autor: Fábula y frase inspiradas en el dibujo.
























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