El lugar escogido por Vox para celebrar su mitin en Las Palmas de Gran Canaria es toda una declaración de intenciones: la plaza de La Feria o, lo que es lo mismo, a las puertas de la Delegación del Gobierno. Si por Vox fuera volveríamos a la época de los gobernadores civiles teledirigidos desde Madrid. Si por la extrema derecha fuera nos retrotraeríamos a la centralización estatal. Si por el neofascismo fuera Canarias no gozaría de Estatuto de Autonomía y, por ende, de autogobierno. Las islas serían dos provincias más para regusto del neoespañolismo mesetario que hipotecará al PP.
La Canarias que Vox pretende es un archipiélago sometido al poder central como lo estuvo desde la conquista castellana. Una tierra dependiente a los dictados de la capital del reino. Unas islas, por consiguiente, sufridoras de todo lo que el neocolonialismo implica: retrocesos, desigualdad, postergación… No hace falta describirlo. Ya lo hemos sufrido en Canarias durante siglos.
Santiago Abascal se expuso junto a la Delegación del Gobierno con un frenesí de nacionalismo español que finiquitaría la autonomía canaria y puede que también los cabildos. Una vieja película. Nada nuevo bajo el sol. Solo en las últimas décadas el pueblo canario ha podido ir avanzando en conquistas sociales desde la mirada autocentrada que, por otra parte, desde luego, procede ahondar.
La amenaza del neofascismo sobre Canaria es una realidad. El PP sin ellos no podrá alcanzar La Moncloa. Y el PP estará dispuesto a pagar ese precio. Ciertamente, en las islas sus expectativas electorales son mucho más reducidas. Vox está en la meseta, aquí es residual. Pero la concentración neoespañolista este sábado en la capital grancanaria es un síntoma de la alarma democrática, no estamos ante Blas Piñar y sus acólitos. Los neofascistas usan las redes sociales para propagar sus doctrinas sectarias y arengas del nacionalismo español que lamina la descentralización y diversidad de un Estado plurinacional.
Aún el PP en Canarias no ha aclarado si aceptará a Vox como socio, si los números dan. A buen seguro, no lo ha hecho porque, sin duda, tanto aquí como en Madrid, los populares tragarán con las exigencias de la ultraderecha. En estas estamos. Y para eso vino Santiago Abascal. Vox quiere ilegalizar los partidos que no comulguen con su neoespañolismo mesetario. Mañana podrá ser el PNV, EH Bildu o ERC los que sufran su sectarismo. Pero tampoco cabe el nacionalismo canario a juicio de la extrema derecha. Para Vox las islas son una mera sucursal con aliento de añoranza de un imperio que vino a menos y que no cuajó como Estado nación. Hasta los intentos republicanos fueron interrumpidos. El último con una Guerra Civil y una larga dictadura. No lo olvidemos
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