El terremoto en Turquía y Siria deja, por ahora, más de 11.700 muertos y más de 50.000 heridos. Enseguida, despertó la solidaridad internacional y todos los Estados se ponen de acuerdo para enviar ayuda y material. Qué menos. Aflora la humanidad, los mejores deseos. Como no puede ser de otra forma.
Sin embargo, la guerra sigue entre Ucrania y Rusia así como entre el Frente Polisario y Marruecos. Y no somos capaces de reclamar colectivamente un parón ni de promover las vías diplomáticas y el diálogo. Las declaraciones del papa Francisco a favor de la paz son silenciadas. Y algunos están haciendo negocios al calor de los conflictos bélicos. ¿Cómo no somos capaces de reaccionar igual?
Todo es efímero. En Turquía y Siria muchos tenían vidas sujetas a planes, anhelos y aspiraciones en forma de futuro, para uno mismo y para los suyos. Hoy están muertos, heridos o desaparecidos. En un santiamén la vida giró. Y no se lo pueden achacar a un tercero sino a la propia naturaleza. ¿En qué juzgado le pones una demanda a la naturaleza? ¿Cómo te cabreas ante un temblor sísmico? Nos apuramos en el ajetreo diario y nos olvidamos de eso: que la vida, cuando menos sospechas, pega sus giros. Por fortuna, no siempre tan dramáticos. Pero la vida se impone. Los castillos de arena decaen.
Seguimos teniendo Estados y Estados. Las economías desarrolladas aguantan mejor un terremoto que aquellas que están en subdesarrollo o a mitad de camino. Hay divisiones distintas donde los Estados se sitúan para pertrecharse ante un temblor sísmico. Japón, que los conoce, está preparado. Turquía y Siria, economías alejadas en rango a la nipona, han sido quebradas.
Al final, quedan las buenas obras de cada uno. La muerte se impone antes o después. El llanto de los niños que pierden a sus madres y/o padres, o la de estos frente al vacío de la descendencia muerta, desata todos los interrogantes. ¿Dónde está Dios? El mensaje de un amor infinito, de la transcendencia que se sobrepone a lo vital apegado al terruño es lo que queda. Y queremos pensar, algunos al menos, que Dios (lo divino, lo espiritual) renace tras los azotes de la maldad y la tragedia.
Tantas preocupaciones para que luego Turquía y Siria detengan el tiempo occidental. Nos indigna por el alto número de bajas, ya se sabe que en la distancia las noticias se pierden, se diluyen. A nadie le importa, por lo general, lo que ocurre al otro lado del mundo. Aunque allá también haya humanidad. Una humanidad con otras lenguas o credos, puede, pero humanidad al fin y al cabo. Las lágrimas son universales. La soledad también lo es. El alma rota no conoce de fronteras ni de kilometrajes.
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