Solo restan cinco meses de gobernanza efectiva de Pedro Sánchez en La Moncloa. Los comicios locales y autonómicos en mayo determinarán lo poco que quedará luego de mandato presidencial. Entonces, ¿le merece la pena consumar la legislatura o le vale más provocar un adelanto electoral? El presidente del Gobierno dispone del botón constitucional de disolver las Cortes Generales y convocar a la ciudadanía a las urnas. Es su principal arma política.
Por tanto, si pintan bastos para el PSOE en mayo, peligrando capitales de provincia y gobiernos de comunidades autónomas, el margen de maniobra de Sánchez después será nulo. Por eso lo que ocurra en mayo, o pueda ocurrir según las encuestas actuales, debería priorizar la decisión de Sánchez de adelantar o finiquitar tal como está previsto la legislatura.
Si convoca en abril, pongamos por caso, esto tiene una gran ventaja para Sánchez: todo el PSOE se pondrá a trabajar a su favor. Incluido, los barones territoriales que discrepan abiertamente con él; el PSOE mesetario. La razón es sencilla. En ese escenario, si pierde Sánchez, la mala suerte les sobrevendrá a ellos en cuestión de un mes. Dicho en plata, en este cronograma el aparato trabajará por completo y a toda máquina para que Sánchez gane. Su suerte será la del partido en comunidades autónomas y ayuntamientos.
De ser las encuestas que maneja Ferraz favorable a sus objetivos, hoy por hoy lo suyo sería agotar la legislatura. De no ser así, debería el presidente del Gobierno barajar todas las opciones. Y, sobre todo, como líder del partido, preservar el futuro de la organización antes que el suyo personal. Es decir, adelantar aunque implique solo amortiguar la derrota. Lo peor podría ser dejar pasar seis meses mal contados para así garantizarse nada más que una derrota aún más abultada. En circunstancias normales, tras Sánchez debería seguir existiendo el PSOE no solo como principal partido de la oposición sino, además, con expectativas de retornar al poder antes o después. Sin embargo, el neoturnismo del 78 está roto. Cuestión que todavía el PSOE no ha asumido.
Cada convocatoria electoral supone una vuelta de tuerca más en las contrariedades del sistema del 78. Esto acontece desde 2015. Solo lo podría detener, y por un tiempo, una gran coalición a la alemana entre el PSOE y el PP. Aunque sería letal para ambos o, cuando menos, para el PSOE. En función de la decisión que tome Pedro Sánchez en breve (si convocase para abril tiene que anunciarlo pronto) estará decantando no solo su futuro personal sino también el de la organización; justo en medio de una crisis sistémica. Los riesgos se multiplican. En caso de que los sondeos le sean adversos, solo tiene sentido proseguir en La Moncloa si le es igual el desenlace, si Sánchez ha tirado la toalla. Nada que ver con el hombre del manual de resistencia que desmanteló el modelo de organización socialista que nació en la cita de Suresnes (1974). Que tenga continuidad su estructura dependerá de su voluntad en las próximas semanas. ¡Ave, César!
























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