Era un ‘apparátchik’. Un veterano de guerra curtido en mil batallas internas en las que, a modo de un sargento orgánico, hizo y deshizo en asambleas y votaciones. A veces ganó, otras perdió. Pero con el paso de los años traslucía que en aquellos trances proliferaron las puñaladas típicas de la vida dentro de los partidos. José María García Quer acarreaba numerosas cicatrices del frente que lucía como medallas al mérito del combate del militante.
Era un ‘guerrista’ en aquel PSOE ochentero y noventero con fuste. Y en dos ocasiones alcanzó escaño por la provincia de Las Palmas, sin ser nunca cabeza de lista. En lo laboral, delegado de Iberia. Llegó 1993 y dio el salto a CC. Y no, no era un nacionalista canario. Hijo de un guardia civil, se acercaba más al PSOE modo ‘Leguina’. Pero en CC fue compañero de andanzas y desventuras de Lorenzo Olarte. Fue asesor del mandamás del Centro Canario Nacionalista. Y en aquella CC también había pugnas de primer orden. En el repertorio político habitual de García Quer, esas batallas que vivió, destacaba el episodio de cuando Julio Bonis se la jugó a Olarte. Lo contaba con una pasión que parecía que aun estuviera diciéndole a Olarte en su cara: ¡no te fíes! Dice que con el tiempo Olarte le dio la razón.
García Quer era un fontanero político, de los que participaba de trapisondas y, por tanto, también las sufrió. Maquiavelo. Y es que parecía como un actor secundario sacado de series al estilo ‘Borgen’ (2012) o ‘Baroin noir’ (2016) que hacen gala del lado más oscuro de la política.
Retornó al PSOE. Y lo hacía con el ánimo de ordenar la casa y, a la vez, hacer lo que estuviera en su mano para lograr que la organización fuera regenerada y las generaciones jóvenes se hicieran cargo de la misma. No consiguió su propósito. Y era habitual que te llamara un sábado a media tarde para decirte a bocajarro que hacía falta un golpe de Estado dentro del partido. De un tiempo a esta parte se sintió traicionado políticamente por Sebastián Franquis del que, según explicaba, había sido su mentor cuando Franquis era un edil capitalino del PSOE allá por la década de los ochenta. El maestro se veía con fuerzas para gestar otras guerras orgánicas que hicieran justicia poética y, por consiguiente, poder cobrárselas.
Ayer falleció tras idas y venidas al hospital desde hace meses. Aunque si algo distinguía a este ‘apparátchik’ era el ánimo y las ganas de vivir que contagiaba. No desfallecía. No conocía la tristeza o, al menos, así actuaba de cara a los demás, con un ímpetu vital digno de admiración. En este tramo de la vida ya se le atisbaba la ternura del que es sabedor de que la vida ‘per se’ conlleva una tarjeta de embarque a otro mundo. En sus gestos se reflejaba al hombre que adquiere conciencia sobrevenida de que tuvo un pasado demasiado intenso, al estilo de un miembro de los Tercios en Flandes que hubiera luchado junto al capitán Alatriste y sus correligionarios, que no eran ni los más honrados ni piadosos pero que, en ocasiones, estaban a la altura de lo que el destino nos depara.



























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